Por Darío Lopérfido
Los últimos actos de la alianza gobernante muestran a las claras que el único interés que tiene es la conservación de algunos espacios de poder a futuro y el continuo copamiento de áreas del Estado para depredarlas en beneficio propio. No sólo no pueden ni saben lidiar con la extraordinaria crisis, a todo nivel, sino que le causan un enorme sufrimiento a la población, que ve, cada vez con mayor claridad, que vivir en Argentina es algo extremadamente complicado por culpa de políticos inescrupulosos, corruptos y profundamente inútiles. Las mafias políticas sirven para conseguir el poder y para enriquecer a sus miembros. De ningún modo sirven para solucionar los problemas de la gente. Los kirchneristas son eso: una mafia política en decadencia, cuya única preocupación es aferrarse al poder y no perderlo.
Los ciudadanos soportan una inflación récord, la inseguridad es peor cada día, la educación está en un mínimo histórico, el aparato productivo está roto y los que quieren trabajar deben soportar todas las arbitrariedades de un Estado que está en contra de los ciudadanos. El kirchnerismo es una máquina perfecta de generar hechos patéticos. Con afán de perjudicar al presidente, CFK habla tonterías desde el Chaco, provincia gobernada por alguien de su secta y lugar pobrísimo a consecuencia de la perversión populista, con políticos que se llenan la boca hablando de los pobres y que lo único que en realidad hacen es multiplicarlos. Mientras, Alberto Fernández se va de gira menesterosa por Europa y no consigue otra cosa más que darnos vergüenza ajena. Ese es el accionar de la alianza gobernante mientras la gente padece las consecuencias.
Los 16 años de gobierno kirchnerista dejaran al país con consecuencias similares a las que sufren los países que salen de una guerra: hambre, muertes, exiliados, aparato productivo roto y crisis moral. El ofrecimiento de dinero que hace Alberto Fernández para que le perdonen la condena por la festichola que hicieron en Olivos, mientras la gente estaba encerrada y muchos morían por mala praxis gubernamental, es un ejemplo cabal de esa crisis moral. En un libro por demás interesante de nombre La Sociedad Decente, su autor, Avishai Margalit, expone la siguiente premisa: “una sociedad decente o una sociedad civilizada es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad, y cuyos ciudadanos no se humillan unos a otros”. El kirchnerismo ha humillado a los ciudadanos usando el poder en beneficio propio y persiguiendo al que se opone al destino decadente que promueven y dirigen.
Los 16 años de gobierno kirchnerista dejaran al país con consecuencias similares a las que sufren los países que salen de una guerra
El futuro (como sucede después de las guerras) debería ser un futuro de reconstrucción. La oposición debería mostrar que comprende la necesidad de un cambio representativo de fin de una época. No habrá un futuro mejor por milagro si no se plantean las bases de una reconstrucción para un país que está devastado. Eso implica asumir que el próximo gobierno deberá tener políticas efectivas y mucho coraje. No se trata sólo de gobernar. Se trata de interpretar correctamente que sin un profundo cambio de paradigma sólo existirán mejoras cosméticas. Es imprescindible la batalla cultural que lleve a la normalidad la convivencia dañada por las premisas falsas y la manipulación histórica de los K. Será necesaria la reforma del Estado elefantiásico e inútil así como la reforma sindical para que los sindicalistas millonarios y chantajistas dejen de tomar a los ciudadanos de rehenes. Necesitaremos la reforma impositiva que alivie a los que trabajan y necesitaremos el enfrentamiento con las mafias que se quedan con lo que es de todos. Estas son algunas de las premisas que se pueden plantear en esta etapa de reconstrucción.
Mostrarle al mundo que el kirchnerismo ha sido una pesadilla que no volverá es la única posibilidad que tiene Argentina para salir de la irrelevancia internacional.
El futuro para la oposición está en la confluencia de la aptitud moral, la inteligencia y el coraje. No pueden faltar ninguna de estas premisas.
Las grandes reconstrucciones de la historia se han basado en esos pilares.