El primer problema que tiene Cristina Kirchner con la Ciudad de Buenos Aires es que no la vota y que nunca la va a votar. El segundo problema que tiene es que además es el principal bastión de la oposición. Y como todo lo que no controla, simplemente quiere avasallarlo, exactamente como pasa con la Justicia. Y no es de ahora. Viene desde sus críticas a los agapantos iluminados pasando por el manotazo a los fondos de la coparticipación y a la barbaridad de ir a la Justicia para impedir las clases por capricho ideológico.
Cristina Kirchner es una mujer autoritaria que ataca sistemáticamente la Constitución para sumar poder y eliminar controles. Pero todo eso que no es nuevo y en especial su ensañamiento con la Ciudad de Buenos Aires y los porteños, hoy tiene otro contexto: el de su desesperación por la inminencia de una condena por corrupción en sólo meses.
Cristina Kirchner es una mujer sacada que ataca a las instituciones porque no tiene explicación a los cargos en su contra. Pero no sólo por eso. Siempre buscó eliminar o someter a todo lo que le ponga freno, límite o control a su poder total. Y ahora, entró en una fase acelerada de esa voracidad, que perdió sentido de estrategia, y está decidida a arrasar con todo a su paso si no se sale con la suya. El apriete contra las instituciones no tiene precedentes en democracia y es de inusitada gravedad viniendo de una de las personas que integra la fórmula presidencial y sobre todo de quien ejerce realmente el poder.
La realidad es que hoy no tiene los números en el Congreso ni para eliminar la autonomía porteña ni para avanzar con los proyectos alocados y autoritarios que le gustarían. Van desde someter a la justicia a poner de rodillas con impuestos y control al sector privado, y sojuzgar a quien se le oponga.
Ayer, en su discurso en el Colegio de Abogados, el presidente de la Corte mencionó las voces que con frecuencia quieren reformar la Constitución. No sabía que la Vicepresidenta avanzaría contra la autonomía porteña pero sus palabras vienen a cuenta. “Hay que aferrarse a la Constitución, es nuestra carta de navegación”, afirmó Horacio Rosatti. El artículo 129 es el que dicta precisamente que “la Ciudad de Buenos Aires tendrá un régimen de gobierno autónomo con facultades propias de legislación y jurisdicción, y su jefe de Gobierno será elegido directamente por el pueblo de la Ciudad”. Contra la Constitución y los derechos de los porteños es que avanzó la vicepresidenta.
Lo que en su furia Cristina Kirchner no está registrando es que deja en evidencia que le importa un bledo lo que pasa en la Ciudad y lo que pasa en el país, y que el poder es por y para sus asuntos. Lo que no registra en medio de su contraataque rabioso, es que sólo tiene caos para ofrecer. Hoy Cristina es el caos. El caos extorsivo para todo el sistema si las cosas no resultan como le conviene. Eso les ofrece a los argentinos angustiados por su presente y preocupados por su futuro. Cristina tiene de rehén al país para zafar de sus problemas.
Hoy las energías deberían concentrarse en resolver las cuestiones urgentes y de a poco las estructurales, para que la realidad deje de ser una fábrica de pobreza. Pero una vicepresidenta decidida a abusar de su poder para salir impune, atropella y/o bloquea todo a su paso para producir conflicto. No le importa nada.
No le importa usar a los derechos humanos, no le importa desnaturalizar el congreso convirtiéndolo en campo de batalla por su impunidad, no le importa mentir ofreciendo datos falsos para ensuciar a otros, no le importa que se produzca un desastre en la calle. Porque la responsable de que haya manifestaciones en la puerta de su casa es ella.
El Gobierno porteño tiene la obligación de mantener el orden y va contra todo orden un acampe por tiempo indeterminado que obstruya la vida normal de los vecinos. Pero ese virtual sitio y esa toma del espacio público es parte de la idea. Que nadie tenga paz.
La dinámica de las embestidas de Cristina, han tomado un ritmo tan enloquecido que sólo denotan sus flacas posibilidades de contrarrestar las pruebas de Luciani. “¿Por qué hace esto?”, le pregunté a alguien que fue funcionario de su anterior gobierno. “Porque no le queda otra. Es la única que le queda”, me respondió.
Todo este avance destructor ocurre a días de que comiencen los alegatos de las defensas. Y la vicepresidenta no ha cesado en sus intentos de socavar la causa desde afuera en vez de concentrarse en sustentar sus argumentos desde adentro. Atacar la validez de la prueba, la integridad de los fiscales, la imparcialidad de los jueces y el debido proceso. Embarrar la cancha todo lo posible para que nada quede a salvo. Si hasta ahora es indiscutible su capacidad para lograr centralidad, también lo es un desgaste que denota impotencia. Así como en su alocución por YouTube se mostró confusa y desordenada en sus argumentos que además fueron ineficaces frente al caudal probatorio en su contra, anoche se mostró también con señales físicas de agotamiento. Escudada en el peronismo, logró alinearlo tras ella, pero también condicionarlo a su destino.
Es cierto que Cristina Kirchner ha dado muestra de gran capacidad política para reconstruirse desde una derrota y lo demostró volviendo al poder. Es cierto que, como líder incluso acorralada por sus causas judiciales, logra alinear su tropa, y enfervorizar a los últimos fanáticos. Es cierto que no hay que subestimarla. Pero que no haya confusión: destruir todo a su paso porque no puede salir impune, es una forma de la decadencia. Significa que todo el poder no le sirvió primero para descabezar la Justicia y segundo para lo que haría cualquier persona que esté segura de no ser culpable. Es curioso, pero nunca se la escucha decir “Soy inocente”. Cristina dice “los otros también roban”, pero no dice “soy inocente”. Ayer volvió a defender la idea de que toda decisión política es no judiciable como si gobernar fuera una actividad no alcanzada por el Código Penal. Es otro embate al planteo del fiscal Luciani cuando afirma que si bien hay decisiones políticas que son no judiciables, si en el poder se comete un delito, la política no puede tener el privilegio de una casta intocable. Eso también está en juego en la causa Vialidad.
Anoche Cristina no habló de la falta de pago a los servicios de salud de los discapacitados, no habló de la inflación que escalará a 100% cuando termine el año, no habló del ajuste que está haciendo su Gobierno, ni habló de quienes dejan de comprar remedios porque apenas les alcanza para comer. Cristina sólo habló de ella. Algo profundo se ha roto cuando una líder política sólo puede ofrecer un unipersonal ensimismado y narcisista mientras el país atraviesa una catástrofe económica de la que es una de las principales responsables. Eso no figura en el alegato de Luciani, pero lo están viendo los argentinos: indolencia con la realidad y una absoluta falta de la mínima empatía con los que verdaderamente sufren. En el álbum de Cristina, la única figurita es ella.