Por Silvio Santamarina*
Sumido en su cotidiana niebla mental ejecutiva, el Presidente mezcló el viejo lema “mañana es San Perón” con el nuevo concepto massmediático de “Santa Evita”, y se le ocurrió reaccionar al intento de magnicidio en Recoleta con un decreto que convierte sorpresivamente un viernes de trabajo en feriado no pensado. Con la previa del finde largo como ofrenda popular improductiva, el oficialismo canoniza simbólicamente a su Jefa espiritual como “Santa Cristina”.
Se dirá que la gravedad institucional de los hechos justifica el feriado. Sin embargo, un momento de tanta tensión tal vez merecía una respuesta menos irresponsable y banalizadora. Fomentar la movilización masiva a las calles precisamente en repudio a un hecho que tuvo lugar en la calle y al calor del amuchamiento solo cabe en la mente de una administración convencida de que los incendios se apagan echándoles nafta.
El otro aspecto decepcionante del feriado albertista es la relativización del valor del trabajo, no solo como fuente de plusvalía, sino como ordenador del caos social. Al margen de debates académicos bizantinos, me refiero concretamente a la contradicción recurrente del peronismo posmoderno en su fase K, que banaliza la meritocracia y el esfuerzo laboral y escolar, soslayando la matriz laborista del movimiento histórico que supuestamente encarna.
Un momento de tanta tensión tal vez merecía una respuesta menos irresponsable y banalizadora
Quien esto escribe es nieto de aquel modelo de ascenso social: mi abuelo, inmigrante italiano que vino con un par de monedas en el bolsillo a la Argentina, acataba muy convencido y orgulloso la consigna de entonces: “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Y no porque fuera -como hoy etiquetaría el progresismo filo K- de la derecha: antes de afiliarse al partido justicialista, mi abuelo hacía huelga, movilización y hasta sabotaje de empresas británicas, como parte de acciones sindicales inspiradas en las luchas gremiales europeas izquierdistas. Pero todo eso ya pasó. Y ahora el que decreta asuetos sorpresa en nombre del justicialismo se llama Alberto Fernández, quien en apariencia preside un país enchufado a un pulmotor recalentado de subsidios y planes sociales para desempleados.
¿Y Massa? Hay que ver si, en su viaje a Estados Unidos, el clima de conmoción política que se apoderó de la Argentina lo ayuda a convencer a los no convencidos o si, por el contrario, disuade a los pocos interesados en apostar unas fichas al plan de normalización que salió a vender el “superministro”. Recordemos que el propio equipo massista explica que la clave del plan es mostrar “orden” y “ejecutividad”: es decir, aunque no lo dicen, revertir la imagen que viene proyectando el tándem Fernández-Fernández. Por ahora, ese calendario comunicacional para rescatar las finanzas nacionales tendrá que esperar, como mínimo, a que pase el feriado: este finde extra-large es “Santa Cristina”, y eso no se toca, si no, qué quilombo se va a armar.
*Editor general de Newsweek Argentina