La comparación fue inmediata e inevitable. Apenas las imágenes del revólver apuntando al rostro de Cristina Kirchner empezaron a dar la vuelta al mundo, resurgió la imagen de Jair Bolsonaro sobre los hombros de uno de sus seguidores, con el rostro retorcido de dolor por la puñalada que acababa de recibir en su abdomen, hace casi cuatro años exactos.
Fue el 6 de septiembre de 2018, en plena campaña electoral. Michelle Temer era el presidente y Bolsonaro se posicionaba como el principal candidato gracias a (y a pesar de) sus violentas palabras y gestos contra Lula, el comunismo, las mujeres e incluso los judíos.
Ese día, participaba de un masivo acto en la ciudad de Juiz de Fora, en el estado de Minas de Gerais, en el sur de Brasil. Una multitud lo rodeaba y él, subido sobre los hombros de un militante se inclinaba para estrechar las manos de todos los que se acercaban para saludarlo.
Adélio Bispo de Oliveira, de 40 años, se filtró entre la multitud escondiendo un cuchillo envuelto en una camisa. Se acercó tanto como pudo y, cuando estuvo seguro, le asestó una puñalada en el estómago.
Bolsonaro gritó y se tomó el abdomen. La gente no entendía lo que pasaba. Incluso algunos de sus hombres de seguridad no entendían. Lograron sacarlo de allí y llevarlo de urgencia al hospital donde debió ser sometido a una cirugía de urgencia.
Aunque Lula y Dilma Rouseff se solidarizaron rápidamente, amplios sectores opositores a Bolsonaro dudaron de que la agresión hubiese sido real y aseguraron que se trataba de un plan para victimizarse y posicionarse mejor para las elecciones del 7 de octubre, y llegar mejor parado a una segunda vuelta. Los médicos afirman que estuvo grave y le salvaron la vida en el quirófano.
Tras ser apresado, Oliveira declaró que siguió “el mandato de Dios”. Y el coronel de la Policía Federal de Juiz de Fora, Alexandre Nocelli, le dijo a la BBC que “Oliveira señaló que no tenía ningún motivo político o partidario; él mismo aceptó que era una cuestión personal en contra de Bolsonaro”.
Más allá de que sus problemas psicológicos pudieran ser ciertos, Bispo tenía antecedentes penales y políticos. Por un lado, había sido detenido en 2013 por “lesiones corporales”. Por el otro, había sido militante (entre 2014 y 2017) del Partido de Socialismo y Libertad (PSOL), aunque luego fue expulsado. Y en sus redes sociales se declaraba de izquierda, con mensajes contra la masonería y a favor de líderes como Nicolás Maduro, de quien celebraba sus políticas “comunistas”.
Los fanáticos de Bolsonaro lo quisieron linchar. Cercaron el edificio oficial en el que permanecía detenido al grito de “¡Va a morir!”. Los policías debieron pedir refuerzos para trasladarlo a un lugar más seguro.
Este hecho tuvo importantes consecuencias en la vida de Bolsonaro, tanto de salud como políticas.
Apenas llegado al quirófano, fue sometido a una cirugía exploratoria para ver el grado del daño: detectaron una hemorragia interna por la perforación de los intestinos grueso y delgado. Pero en el año siguiente fue operado dos veces más (una para corregir complicaciones en las reparaciones realizadas en la primera operación; y otra para retirar una bolsa de colostomía que tuvo que llevar varios meses. Justo al cumplirse un año, tuvo la tercera para corregir una hernia incisional provocada por las otras operaciones.
En lo político, la realidad es que el ataque lo catapultó al poder. Se impuso en la primera y segunda vuelta, y asumió la Presidencia el 1° de enero de 2019. Aunque en su discurso siempre intentó no victimizarse, el ataque sigue siendo un argumento que él y sus seguidores esbozan a la hora de defenderse de las acusaciones de violencia política.
En Argentina, luego del ataque a Cristina Kirchner, desde los sectores opositores más extremos empezó a esbozarse la teoría de que el atentado en Recoleta marcaría un relanzamiento de la expresidenta en la carrera para 2023, y se ha mencionado en varias oportunidades el antecedente de Bolsonaro.
Esta mañana, en diversas entrevistas, un hombre cercano a la vicepresidenta, el senador Oscar Parrilli, aseguró que ella se encuentra “bien” y “tranquila”, sin manifestar nada que hiciera presumir un impacto emocional tras el ataque fallido.