Roger Waters llamó a Biden “criminal de guerra” por el apoyo del Presidente de EEUU a Ucrania, que se defiende del intento de invasión de Putin. Waters defiende a Rusia, justifica al régimen en Venezuela y llama a hacer boicots contra Israel. Defiende autoritarismos y condena a los que se oponen a los autoritarismos. Waters es un ejemplo más de algo que siempre existió y que se ha agudizado en los últimos tiempos. Más allá de la legitimidad de sostener una posición política, siempre llama la atención cuando gente perteneciente al mundo del espectáculo o intelectuales defienden abiertamente posiciones políticas que sostienen autoritarismos, violaciones a los derechos humanos o persecución ideológica.
¿Cuántas veces a lo largo de la historia hemos encontrado a artistas defendiendo políticos que violaban derechos humanos? Esto va más allá del postureo “progre” que todos conocemos o del legítimo derecho a mostrar apoyo a un candidato en procesos democráticos. Waters usa la fama para apoyar dictadores, terroristas o para contribuir a procesos autoritarios o de persecución al que piensa distinto.
¿Cuánta gente del espectáculo apoyó el régimen nazi en Alemania? Quizás el caso más conocido sea el de Leni Riefentstahl, una extraordinaria directora de cine que terminó siendo la creadora de las grandes producciones que los nazis usaron para mostrarse al mundo como ellos se imaginaban. “La Victoria de la Fe” o “El triunfo de la Voluntad” son el resultado que se obtiene cuando el talento se pone a disposición del mal.
El premio Nobel de literatura, Pablo Neruda, escribió “Oda a Stalin” en homenaje al dictador soviético responsable de la desgracia personal de miles de compatriotas que fueron asesinados o cuyas vidas se apagaron en los campos de concentración soviéticos. Stalin también fue responsable de hechos aberrantes como la hambruna provocada en Ucrania que costó millones de vidas. El cinismo de Neruda no le permitía ponerse del lado de las víctimas.
Tendemos a idealizar a los artistas que nos gustan y muchas veces confundimos las calidades artísticas con la condición moral de los que producen ciertas obras artísticas.
Por eso es tan impactante cuando vemos a gente que admiramos defendiendo a tiranos. Porque me gusta Pink Floyd es que me parece tan deprimente que Waters defienda a Nicolás Maduro. No van a dejar de gustarme sus canciones tanto como sigo apreciando algunas cosas que escribió Neruda, pero es mejor olvidarse de las barbaridades que dijeron hablando de política para que la apreciación de sus trabajos artísticos no se vea embarrada por sus desatinos.
Jean Paul Sartre era otro admirador de la Unión Soviética y tenía una actitud característica de la izquierda defensora de tiranos: discriminaba y despreciaba a los intelectuales que se oponían a sus designios. Cuando gente como Albert Camus o Raymond Aron sostenían que no sólo había que condenar al nazismo, sino que además era necesario condenar al comunismo, se exponían a sufrir todo tipo de ataques y desprecio de quien era el más famoso de los intelectuales franceses.
Esa es otra característica condenable de los artistas e intelectuales que defienden una causa política: el espíritu de discriminación al que piensa distinto. En la Argentina el kirchnerismo hizo lo peor que puede hacer una fuerza política. Insertó el fanatismo en ciertos sectores y volcó dinero público y poder en figuras del espectáculo y del mundo intelectual. La nefasta combinación poder-fanatismo-dinero se metió en ámbitos artísticos e intelectuales que se llenaron de discriminación y desprecio al que piensa distinto. Argentina está llena de instituciones donde es muy difícil acceder si alguien se opone a los dogmas que impone el kirchnerismo.
La intolerancia al que piensa distinto en instituciones culturales, universitarias o de investigación es algo contra lo que hay que luchar ya que se trata, esencialmente, de defender la libertad de expresión.
La lucha contra los intolerantes no termina nunca.