En mi artículo de Newsweek de la semana pasada escribí acerca de los K: “En su larga decadencia brindarán cada vez más espectáculos patéticos”. Aunque lo tenía previsto, la misa que organizaron los K superó todas las expectativas en términos de patetismo.
El penoso campamento militante que organizaron en la Basílica de Luján los mostró en la plenitud de la debacle intelectual y política. Sólo tenían que mirarse al espejo y ver alguna de las miles de películas que existen sobre la mafia para darse cuenta de que lo que estaban por protagonizar sería la típica escena de mafiosos que buscan amparo con algún obispo amigo que conforta a los que han cometidos muchos pecados. Esa fue la imagen que dieron en tan penosa ceremonia.
Tan patético resultó todo, que el responsable de dar la misa, monseñor Jorge Scheinig, debió pedir disculpas. El seguidismo al kirchnerismo de un sector de la iglesia argentina ofende a muchos católicos y muestra, una vez más, que el kirchnerismo corrompe todo lo que toca. Usar una catedral para fines partidarios y ver a los concurrentes con una actitud de unidad básica da mucha vergüenza ajena. La promiscuidad de sectores de la iglesia con políticos de moral dudosa trajo a la memoria el momento de los bolsos con dinero de la corrupción que volaron por sobre las paredes de un monasterio. Difícil caer más bajo.
En el marco de ese papelón, algunos miembros del Gobierno empezaron a hablar de la posibilidad de diálogos y acuerdos con la oposición. Buscan hablar cuando se les escurre el poder y algunas encuestas los colocan en una zona de catástrofe electoral.
Algunos periodistas, en notable sintonía con el Gobierno, también comenzaron a hablar del asunto. Ante la instalación del tema, es menester aclarar un punto: los diálogos y los acuerdos se dan en el Congreso. Todo artilugio que pretenda lo contrario se coloca en la búsqueda de ventajas políticas. Y si se quieren encontrar argumentos de sentido común hay que ir por los más obvios. No es necesario y no se debe hacer acuerdos de cúpulas con los kirchneristas porque es bien sabido que no son personas que cumplan los compromisos.
La oposición está integrada por gente que, con diferencias, defiende el Estado de derecho y el respeto a las instituciones. Los kirchenristas reivindican el caos y no tienen interés en respetar las instituciones cuando los resultados del funcionamiento de las mismas no son lo que ellos desean.
En los últimos días, gente del oficialismo ha dejado esto en evidencia. Por un lado, el presidente del bloque de senadores del Frente de Todos, José Mayans, dijo que la paz social se garantizaba haciendo desparecer la causa Vialidad en la que se investiga a CFK. Por su parte, Estela de Carlotto se reunió con la Vicepresidente y dijo: “No vamos a permitir que condenen a Cristina”. Como no podía faltar, el Presidente de la Nada, Alberto Fernández, jugueteó con la idea del “suicidio” del fiscal Luciani mencionando a Nisman, cuando la causa que investiga la muerte del Nisman es por homicidio. No se pueden hacer acuerdos excepcionales entre sectores democráticos y sectores antidemocráticos. Eso sería avalar la barbarie. Que vayan al Congreso si necesitan conversar sobre leyes.
Una vez más, cuando el kirchnerismo está en las últimas, aparecen políticos, periodistas y formadores de opinión a hablar de la necesidad de terminar con “la grieta”. Usar ese discurso en el actual estado de cosas es mostrar una extraordinaria sintonía con el discurso de los K. Es una canallada decir que en la Argentina hay dos sectores que comparten responsabilidades. Es poner en un mismo plano a agresores y agredidos. A los que respetan las instituciones con los que no las respetan. Además de banal, es un discurso falso e hipócrita. La discordia en la Argentina tiene un solo iniciador.
En estos días hubo que lamentar la muerte de la gran Magdalena Ruiz Guiñazú y ese hecho trajo un recuerdo: el de los zombis K insultándola y agrediéndola. A Magdalena, que defendió mucho más los derechos humanos que cualquiera de los que hoy son K y que a la hora de integrar la Conadep estaban debajo de la cama. Los miembros del partido que defendía la amnistía a los militares del Proceso insultaban por esos días a la señora que honraba su profesión y su compromiso con la democracia y los derechos humanos. Esos menesterosos morales inventaron la grieta.
Hace un tiempo había, en todo el mundo, difusores de Putin que decían que Ucrania tenía que aceptar la pérdida de los territorios ocupados, quedarse con un país diezmado y someterse a los designios del tirano ruso. Querían terminar con “la grieta” entre los subyugantes y los sometidos. Hoy Ucrania ya recuperó 2.000 kilómetros cuadrados de territorio y el Presidente Zelenski dijo: “El ejército ruso está dando lo mejor de sí mismo mostrando la espalda. Y, al final, es una buena decisión para ellos. No habrá lugar para los ocupantes de Ucrania”. Muestran la espalda porque huyen. Es muy inspirador el ejemplo de Zelenski. Esa es la actitud a tomar cuando se les hace frente a los populismos autoritarios. Los “cierra-grieta” fans de Putin hacen silencio.
La única manera de cerrar “la grieta” en Argentina es dando una paliza electoral histórica al kirchnerismo. Luego de eso, encargarse de sacarlos de todos los lugares que han ocupado de manera ilegítima. No existe otra manera porque no son una fuerza política que se comporta como oposición democrática cuando pierden. Lo demostraron durante el gobierno de Macri.
El desastre argentino es muy profundo para creer que se arregla con la banalidad de las frases hechas.