Martín Gurfein es un reconocido fotógrafo argentino. Vive y trabaja en San Pablo desde hace décadas. Ya en 1989 retrató los rostros de la esperanza de los más humildes en un joven Lula, que se presentó (y finalmente perdió) en las elecciones contra Collor de Melo. Y luego, desde 2010, trabajó en Caras Brasil, primero como fotógrafo y luego como editor de fotografía, mientras sus trabajos se exhibían en salas y en documentales.
Pero Gurfein es más que esa exitosa trayectoria profesional. En 1995, el periodista de la Folha de San Pablo Gilberto Dimenstein fue a ver una de sus exposiciones, y lo invitó a sumarse a una iniciativa que, más que solidaria, requería de un fuerte compromiso social.
La ONG Cidade Escola Aprendiz se dedicaba a ofrecer una alternativa distinta al delito o las drogas para los jóvenes más pobres de la región, a partir de la formación profesional, pero, sobre todo, a partir del descubrimiento de una nueva perspectiva sobre el mundo. Gurfein dijo que sí y durante dos años dio clases de fotografías una vez por semana.
Cuando lo llamó Caras, el tiempo se hizo escaso y el argentino tuvo que postergar por algún tiempo esta actividad. Pero en 2010 recibió un nuevo llamado a la acción. Esta vez era Maria Antonia Civita, del Instituto Verde Escola, quien lo invitó a dar clases para la ONG, que estaba desembarcando en la Favela na Barra do Sahy, en las afueras de San Pablo, pero a tres horas de viaje.
“Al principio eran dos casitas que habían alquilado dentro de la Villa. Conseguimos algunas maquinas digitales, y yo ya había desarrollado una forma de trabajar fotografía con revistas y tijeras; y trabajamos así durante un par de años hasta que me nombraron editor de fotografía, y mi tiempo de nuevo no daba”, cuenta Gurfein a Newsweek Argentina.
Lo que hizo entonces fue entrenar a un exalumno para que continuara con el proyecto, que él supervisaba a la distancia, aunque cada tanto los visitaba para acompañarlos y, de paso, sacar él mismo algunas fotos.
Una vez que terminó su relación con Caras Brasil, narra, fue a visitar nuevamente a Civita para explicarle que ya no podía seguir yendo hasta Barra do Sahy, porque no contaba ni con tiempo ni con dinero para costearlo. Ella le ofreció pagarle un monto fijo y él aceptó inmediatamente.
Desde entonces, Gurfein da clases allí una vez por semana, aunque admite que no es nada sencillo. “Salgo a las 6:30 de San Pablo; llegó a las 9:30 y doy la primera clase a las 10. Atiendo dos grupos de la ONG, con 12 alumnos de entre 11 y 13 años: uno a las 10 y otro a las 13:30. Dentro del edificio funciona también una ETEC (escuela técnica gratuita del Senai), con alumnos 13 a 17 años, y ahí doy la última clase del día, a las 16:00, con 12 de ellos”, detalla.
Su curso no sólo se trata de sacar fotos: “Dura medio año, y vemos desde la invención de la fotografía en medio de la revolución industrial y sus primeros usos hasta los días de hoy. Y en la parte práctica comenzamos con microfotografía; seguimos con paisajes y naturaleza; y terminamos con retratos en la Villa, con sus habitantes. Siempre las clases incluyen salidas para fotografiar, seguidas por clases teóricas y de tratamiento en los programas de finalización, como el Lightroom y Photoshop”.
Finalmente, en cuanto al material, señala que hoy cuentan con seis máquinas Nikon de la serie D3000, que “son amateurs pero tienen las mismas funciones de una máquina profesional”; y dos computadores Mac (y yo llevo mi MacBook) para hacer el tratamiento en los programas”.
Pero ya quedó demostrado que tampoco necesitan eso para aprender y crear. Durante la pandemia, les dictó a los chicos seis cursos online, en los que sacaban las fotos con sus celulares, lo que permitió romper las barreras de la distancia y también las económicas.