Argentina no deja de sorprender. A las calamidades diarias que padecen los ciudadanos hay que agregarles la precariedad intelectual de muchos impresentables que, en nombre de defender sectores, se dedican a pontificar y a pretender opinar sobre lo que se puede hacer y decir.
El último capitulo que nos deparó la saga de la idiotez argenta la dio una agrupación de encargados de edificios frente al éxito de la serie “El Encargado”, que protagoniza Guillermo Francella. “No nos representa en lo más mínimo su violenta corrupción”, expresaron los porteros ofendidos. Y, en el colmo de la megalomanía, solicitaron de los responsables de la serie unas “disculpas públicas”. Huelga decir que la serie es una ficción y que, desde siempre, las ficciones relatan hechos cuyos protagonistas tienen los más diversos oficios.
En Argentina, cualquier grupo se cree con derecho a ofenderse y poner condiciones. Desde policías corruptos, médicos violadores, psiquiatras caníbales, taxistas violentos, la ficción ha dado a lo largo de la historia una lista interminable de casos como estos donde nadie se siente ofendido, porque la ficción es, justamente, una historia inventada que no pretende pontificar sobre oficios sino contar historias de personajes que, a todas luces, no son reales.
Ante la reacción de la asociación de porteros, el protagonista de la serie, Guillermo Francella, expuso acertadamente: “Esto habla un poco de la mediocridad intelectual, de la falta de criterio absoluto para razonar una propuesta de ficción”.
Más allá del desatino que, afortunadamente, logró más publicidad para la serie, el episodio es interesante para analizar uno de los principales flagelos de la Argentina. Un país donde todos hablan en nombre de grupos y corporaciones, y donde los únicos que están desamparados son los ciudadanos normales que trabajan y pagan impuestos. El corporativismo argentino (viejo resabio fascista) es, esencialmente, injusto y contrario a la libertad.
Los argentinos viven inmersos en una maraña de normas y pagan tasas e impuestos delirantes que refuerzan el “poder de fuego” que tienen esos sindicatos y asociaciones de todo tipo. Todas esas agrupaciones son, en esencia, grupos de poder que tienen como fin sacar ventajas sectoriales. Para colmo de males, el Estado concede de acuerdo a las presiones. Está clarísimo que si no se desarma ese sistema enfermo, el desarrollo económico de los ciudadanos será cada vez más complejo: sin una corporación que los defienda quedan a disposición de todo tipo de arbitrariedades, porque las leyes, las paritarias y todas las normativas surgen de presiones sectoriales que también imponen reglas.
Ese sistema llevado al paroxismo produce declaraciones como las de Pablo Moyano. Hablando de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, Moyano dijo: “Si vuelven, vamos a ser los primeros en salir a la calle”. Aviso peligroso de un miembro de una mafia que impide que las fábricas que no se someten a sus designios puedan trabajar. En la Argentina corporativa los camioneros determinan quiénes pueden gobernar y los porteros dictaminan qué series deben hacerse.
También nos enteramos por estos días que el Gobierno les ha otorgado a los piqueteros (movimientos sociales) el 30% de la obra pública. Eso se traduce en cifras millonarias que serán manejadas por jefes de organizaciones que, en muchos casos, están dentro del Gobierno. La opacidad y la discrecionalidad del mecanismo traen recuerdos imborrables del kirchnerismo privilegiando grupos corporativos.
En la época de “Sueños Compartidos”, las casas que se construían las hacían Hebe de Bonafini (Madres de Plaza de Mayo) y Sergio Shoklender. Durante el reinado de Milagro Sala en Jujuy, el dinero de la obra pública caía en manos de la organización que ella comandaba. En ambos casos hubo desfalcos y causas judiciales que están en curso. La perversión kirchnerista es repetir metodologías que favorecen a sectores puntuales y perjudican a todos los que pagan impuestos. ¿De que vale invertir, trabajar y armar empresas si se privilegia a los grupos amigos del poder, que han demostrado hasta el hartazgo falta de idoneidad y poca transparencia?
El poder mafioso argentino es la unión de la política con grupos sectoriales que trabajan en beneficio propio. La anécdota de “El Encargado” trajo a la palestra el recuerdo del gran cabecilla de todos los encargados. Víctor Santa María es el jefe del sindicato y su padre también ocupó el cargo. En la berretada sindical y política argentina los cargos se heredan y se sigue a rajatabla el mecanismo de monarquía clase B y el robo de país expoliado. Santa María es millonario y tiene un grupo de medios de comunicación que se financia con pauta oficial (dinero público).
En 2018, la Unidad de Información Financiera denunció una cuenta de más de US$ 6 millones en Suiza de la familia Santa María. Los argentinos sufren para pagar las expensas y parte de ese dinero va a la fortuna de esta gente. Sobre Santa María habría que hacer una serie. De más está decir que sería una serie acerca de mafiosos.
Para salir de este estado penoso es menester pasar de la Argentina de los grupos de presión a la Argentina de los ciudadanos. La Argentina corporativa es el país de la decadencia.