Por Ernesto Martelli (*)
El regreso de Gran Hermano a las pantallas argentinas, con su magnético y eficiente dispositivo de encierro, competencia y registro absoluto de lo que sucede en “la casa”, no solo capturó rating superior a los 20 puntos e inesperado impacto político sino que repone en la TV una institución emblemática de este siglo: el confesionario.
Creado por el propio John de Mol (productor que se inspiró en George Orwell y 1984 para ese éxito, y que también creó la competencia de talentos La Voz, entre otros registros de TV “realista”), en el programa esa habitación era originalmente un espacio íntimo. Al estilo de un diario personal oral, esa sala pequeña permitía al participante dialogar con el omnipresente Gran Hermano y con los televidentes de manera privada, sólo, desde un sillón y mirando a cámara.
El formato de Gran Hermano nació en 1999 y ya tuvo más de 500 ediciones en diferentes países. La exposición pública de la intimidad y los secretos personales excede a ese ámbito prediseñado a tal fin: la prueba más reciente es el desliz autoelogioso del competidor Alfa, quien involucró en primera persona a Alberto Fernández, durante una charla de trasnoche y desató un revuelo de escala presidencial.
«¿Ese soy yo? Una breve historia de cómo revelamos información sobre nosotros mismos» es el título del reciente libro del historiador especialista en la era medieval Valetín Groebner quien propone una asociación entre las confesiones y las selfies, entre la religión y la cultura de las redes sociales, para preguntarse cómo el narcisismo nos convirtió en mercancía. En ese punto, las confesiones públicas voluntarias, tanto en la televisión de gran alcance como en las plataformas digitales de auto-publicación, parecen dejar entrever esa mezcla inquietante entre develar intimidades, ganar popularidad y el deseo de ser aceptado por extraños.
En el libro, el teórico austríaco rescata, justamente, el Concilio de 1215 que estableció la obligación cristiana de confesar anualmente a un sacerdote transgresiones y pecados. Pasarían siglos hasta que el habitáculo creado para tal fin, tomara la configuración conocida entre nosotros, con una red que separa al feligrés, para evitar los contactos más íntimos.
El foco sobre cómo los asuntos privados se convierten en públicos de manera voluntaria que aborda Groebner (un estudioso de la cultura del último milenio) atraviesa las relaciones humanas y la conversación social actual. Y está detrás de diferentes dispositivos vigentes de circulación de la información, también a nivel local.
El escritor argentino Patricio Pron profundiza, citando a Groebner, en el aspecto actual y digital del asunto: en la vocación y elección de qué contar. “El 50% del contenido de las redes asociados a la palabra ‘yo’ es publicidad encubierta: auto ficción o exhibicionismo”, afirma citando un estudio de casos.
También a nivel local, tres formatos digitales logran repercusión a través de estas tecnologías de la conversación orientadas a las revelaciones. Días atrás, La Cruda, la modalidad de entrevistas, profundas, extensas, vía podcast, del actor y comediante Migue Granados, producida por la plataforma Spotify, logró ser destacada como un formato de interés cultural en la Ciudad. “Charlas sin reglas, sin caretas, y sin vergüenzas”, define el propio Granados. La extensión no casualmente se vincula con las de las sesiones terapéuticas estándar del psicoanálisis.
A su modo, Caja Negra, de Julio Leiva (con su promesa explícita de develar secretos y dejarnos acceder a lo que desconocido) y Tomás Rebord con su Método son emergentes exitosos de la apuesta por una conversación literalmente frontal, mano a mano, cara a cara, a través de YouTube.
También son extensas: en tiempos de microformatos en video, despliegan diálogos con formas de pregunta y respuesta. Long-forms y short-forms no compiten, conviven: la posibilidad de extraer una frase, confesional o analítica, sintética, que se convierta en anzuelo, es parte del desafío. Así, se establece el contraste entre la larga sesión coloquial, el discurrir, vs. la frase, el título, el insight. El viral.
Más allá del regreso de Gran Hermano, el ciclo Podemos Hablar (conducido por Andy Kusnetzoff desde hace tres años por Telefé), también se convirtió en un diseño exitoso en busca de ese dato íntimo que se revela, sale a la luz y se extracta. De nuevo, entre el narcisismo y la confesión.
Retomemos la mirada más amplia en el tiempo. Para el medievalista Groebner, esa “exposición pública de nuestra apariencia”, tan actual, esa exhibición de una singularidad supuestamente verdadera, se vincula con el desarrollo de una marca personal, con el negocio de la influencia más que con la identidad. Y le agrega una cuota de existencialismo: “En el siglo XXI, decir, escribir y enviar la palabra ‘yo’ también revela el miedo a quedarse solo”.
(*) Director de Innovación en La Nación. Escribe una columna semanal, Edad Media, sobre temas de cultura, tecnología y medios en el suplemento semanal Ideas