Por Lana Montalban
Con una carrera que se expande más de tres décadas, puedo decir orgullosamente que he obtenido diferentes galardones, pero nunca los más prestigiosos como un Pulitzer o un premio Cabot. Ahora, sin embargo, juntando evidencia, puedo decir que comparto honores con periodistas del calibre de Ryan Mac, reportero del New York Times; Drew Harwell, del Washington Post; Matt Binder, de Mashable; Donie O’Sullivan, de CNN; Micah Lee, de The Intercept; el comentarista político Keith Olbermann; o los periodistas independientes Aaron Rupar y Tony Webster.
¿Qué tenemos en común? ¿Hemos trabajado juntos en descubrir una trama secreta de corrupción gubernamental, una red de pedofilia, una mina de carbón que explotaba a miles de esclavos? No. Nada de eso.
Lo que tenemos en común, vergonzosamente, es haber criticado a Elon Musk en Twitter y haber sido suspendidos por unos días, sin razón alguna. Un «mandarnos a Berlín» en una muestra de su poder omnipresente y su habilidad de humillar.
Para el billonario soberbio y sabelotodo, aparentemente, solo él puede ejercer la libertad de expresión. O mejor dicho la «libertad absoluta» que tanto predicó como excusa para conseguir seguidores antes de comprar al gigante del pajarito (por un sobreprecio exorbitante). La libertad absoluta termina donde empiezan las críticas a su persona, su actuación como hombre de negocios, su carácter personal o sus decisiones en general.
En el caso de los periodistas antes mencionados, utilizó como excusa la mentira de que publicaban formas de localizarlo a él o a su hijito. Eso ha sido desmentido con evidencia.
En mi caso, claro, no tiene que dar explicación alguna ya que soy inexistente para su radar. Aunque no lo suficiente como para que no ordene a su ejército de trolls a ubicar todas las cuentas «con cierta cantidad de seguidores» que lo critican. Lo que digo no es especulación. Me he comunicado con gente dentro de la empresa que, creyendo mi promesa que jamás revelaría mis fuentes, me aseguraron que «es una fuerte posibilidad que eso haya pasado».
La mayoría de las personas que conocía dentro de la empresa, ya ni están allí.
En general, al menos hasta la llegada de «Herr Elon», cuando una persona publica un tweet que rompe las reglas de la plataforma, Twitter le avisa que ha sido suspendido, le envía ese mensaje y le da la opción de borrarlo. En mi caso, no hubo tal mensaje. Solo una suspensión ‘supuestamente’ temporaria.
Miles de empleados dejaron la compañía desde su compra, otros tantos fueron echados, muchos de ellos en áreas sensibles de protección al consumidor: seguridad, contenido, tecnología. Eso, en términos concretos significa que la plataforma que se convirtió rápidamente en una fuente de conexión humana, de información, de intercambio de todo tipo de contenidos, está ahora mucho menos regulada. La noticia y la información falsa o «fake news» tienen la misma relevancia. Las organizaciones que luchan en contra del racismo y la discriminación tienen cada vez menos fuerza en la batalla contra las organizaciones que discriminan y promueven el racismo.
Y a la vez, lo que hace que una red de internet genere ganancias, las empresas que invierten en la plataforma en forma de promoción y publicidad, la están abandonando en números y velocidad récord.
Elon Musk ha tenido una gran característica: una visión e ideas para las cuales concentró grupos de profesionales -en general ingenieros- que pudieran implementarlas. Mientras mantuvo su insoportable personalidad más o menos en el anonimato, logró erigirse en una especie de ídolo a nivel global.
Ahora, mostrando a quien quiera verlas sus pequeñas miserias humanas a través de tweets y declaraciones, está bajando abruptamente del pedestal en el cual él mismo se erigió.
Quienes lo defienden, dicen que es una empresa privada y que con ella hace lo que quiere. Es cierto. Igualmente sospecho que no saben todo sobre él. Ignoran, por ejemplo, que, durante el baile nupcial con su primera esposa y madre de seis de sus hijos, le dijo: «Yo soy el Alfa en esta relación». Si eso no habla de alguien que necesita ejercer un poder total y completo mientras esconde una profunda inseguridad, pregúntele a Freud.
No olvidemos que viene de una cultura extra machista y racista como el apartheid sudafricano, donde se crio como el malcriado heredero de clase alta de un matrimonio disfuncional. También llamó a la misma mujer, su primera esposa, «emocionalmente manipulativa» por llorar abiertamente la muerte de su primer hijo con Elon, quien falleció a las 10 semanas de vida.
Quizás no sepan que empuja a sus mujeres a teñirse de rubias. Platinadas de ser posible. Puede que parezca un detalle menor. A menos que sea analizado con profundidad. Entonces se convierte en un detalle profundamente perturbador.
Cada vez más gente famosa en todos los rubros abandona Twitter como protesta a los caprichos de su nuevo dueño. Desde Elton John a Whoopi Goldberg o Jim Carrey, Gigi Hadid, Tony Braxton, Téa Leoni, Ken Olin (productor ejecutivo de «This is us»), el capitán Sully (del Milagro en el Hudson), y la lista sigue con celebridades, periodistas, escritores, políticos. Todos se van arrastrando a millones de seguidores o potenciales clientes.
Con un ego tan frágil como aquel del ex presidente norteamericano, Musk no puede permitirse el lujo de dejar que cualquier perejil como yo lo deje en evidencia.
Lo que es evidente, es que tiene mucho de genio. Y también de villano.