Por Lana Montalban
Estableció récords que muchas mujeres en el periodismo quisieron -quisimos- emular.
Salvajemente independiente, con una fuerza de voluntad a toda prueba y unas ganas de avanzar imparables, Barbara Walters marcó a fuego varias generaciones de mujeres en el periodismo, en la TV, en la forma de entrevistar desde jefes de Estado hasta celebridades y en la presentación de noticias contadas como historias.
Todo lo hizo con un moderado desparpajo, que inevitablemente, terminó convirtiéndola a ella misma en una celebridad como las que le gustaba entrevistar. Tal es así, que el emblemático programa de la televisión norteamericana «Saturday Night Live» la parodió de la mano de la comediante Gilda Radner, apodándola «Baba Wawa» en abierta burla por una característica que pasará desapercibida para quienes no hablen perfecto inglés: Barbara Walters tenía un «lisp» como se dice en ese idioma. El equivalente al “ceceo” o a hablar con una fuerte «r» sin ser francesa. Un defecto de dicción que nunca corrigió. Al contrario. Lo convirtió en un arma de su personalidad única, en vez de ser un impedimento.
Su estilo irreverente, profundo y al corazón dejó con los ojos llorosos a gente de todo tipo, a tal punto que a veces, como audiencia, nos preguntábamos el porqué de que personajes tan encumbrados se prestaran a ser entrevistados por ella.
No le tenía miedo a nada ni a nadie. Cuando le dieron la entrevista con Fidel Castro, se enteró de que otra periodista tendría una charla con el líder comunista. Afirmando que «o era una exclusiva o nada», arriesgó perder la nota que era casi imposible de conseguir. Al final se salió con la suya.
Y a pesar de lo que pudiésemos pensar, aquella periodista que perdió su oportunidad y fue humillada por Walters, la admiraba tanto que siguieron siendo amigas hasta su muerte. Tal es así, que Andrea Mitchell declaró en alguna oportunidad que, al principio de su carrera, a Walters sus colegas hombres no la dejaban hacer las primeras preguntas. Tenía que esperar. Su pregunta podía ser la cuarta -dijo Mitchell-, pero era la más inteligente.
Siempre vivió con miedo al fracaso económico, a pesar de no venir de un hogar humilde. Nada pudo estar más lejos de su realidad. Fue la primera conductora de noticias mujer en ganar un millón de dólares al año.
En medio de negociaciones de paz entre Israel y Egipto, Shimón Pérez y Anwar Sadat le otorgaron una exclusiva. Bashar al Assad de Siria también. Ella no se guardaba nada. Le preguntó si creía que su pueblo aún lo apoyaba y no temía terminar como Gadafi, a quien también tuvo frente a su micrófono bastante antes de su trágico final.
No rindió cuentas, incluso con su vida romántica. Quizás buscando la atención de un hombre que su padre, ocupado en su negocio de clubes nocturnos, no le dio, tuvo varios matrimonios, varios amoríos con conocidos y seguramente otros más que nunca conoceremos. Y una sola hija.
Fue una mujer moderna a pesar de haber nacido hace más de nueve décadas. Demostró que se puede tener más de una dimensión. Ser periodista seria y entrevistar actores. Reírse de sí misma, ser independiente, ambiciosa y no tener miedo de un ambiente que trataba a las féminas como ciudadanas de segunda clase, solo encargadas de opinar «sobre temas para mujeres».
Ella fue la encargada de romper esa barrera entre las «noticias serias» y el entretenimiento. Por eso, muchas de las conversaciones más recordadas del siglo veinte la tienen como protagonista. Desde Barbara Streisand, reticente a dar entrevistas, a Mónica Lewinsky, la becaria de Bill Clinton, una de las entrevistas con más audiencia de la historia. Lucille Ball, Muhammad Ali y su familia, hasta a tocar la batería con Ringo Starr o bailar un tango con Al Pacino.
Michael Jackson, Putin, el Superman Christopher Reeves, ya cuadripléjico tras su accidente ecuestre, o la elusiva directora de Vogue, Anna Wintour. Todos cayeron rendidos en la red de Barbara. Nicolas Maduro, Oprah Winfrey, los Obama y Richard Nixon. Nadie le dijo «no».
Quién puede olvidar la entrevista a Mike Tyson y su entonces esposa Robin Givens. Sin pelos en la lengua, Walters le preguntó si era cierto que el exboxeador la abusaba. Una semana más tarde, la actriz pidió el divorcio, luego de contestar que «ahora entendía a las mujeres abusadas».
Mientras la discriminación por edad hizo estragos en otras colegas, ella creció profesionalmente y en su sexta década de vida seguía en la cúspide de su carrera. Inclusive creando éxitos que la sobreviven, como «The View».
Pero hay un aspecto de ella que es desconocido. Su vulnerabilidad.
Tras su fallecimiento, el viernes, a los 93 años, el periodista Keith Olbermann contó algo que nunca había compartido. En una de las tantas oportunidades en la vida de la famosa periodista, cuando el machista mundo de las noticias se le vino en contra, él le mandó un mensaje de apoyo. Ella, a su vez, le contestó: «Gracias por tu adorable mensaje. No soy tan fuerte como demuestro ser. Tu apoyo tiene un gran significado para mí».
Fue una de las creadoras del feminismo del bueno, del que significa apoyar y ayudar a otras mujeres a superarse. Aún si son competencia.
Como muchas mujeres fuertes y triunfadoras, soportó burlas y humillaciones, que tenían como blanco desde su defecto al hablar hasta su estilo de trabajo. Pero al final, tras siete décadas, dejó un camino sembrado de creatividad, superación, y una carrera con una fuerza irrompible que transmite un claro mensaje: todo es posible si le ponemos ganas.