Por Mauro Fulco
Alegría. Lo primero que el Mundial de Qatar lega en el pueblo argentino es alegría. Hay una entrevista que el conductor radial Sebastián Wainraich le brinda a un colega que cuestiona la utilidad de ser hincha de fútbol. No lo entiende. Condescendiente, pregunta para qué le sirve. Wainraich medita apenas unos segundos y responde: “No sirve para nada, y eso es lo maravilloso. ¿Por qué debería servir para algo?”.
El Obelisco se convirtió en una marea celeste y blanca gracias a más de 5 millones de personas que salieron a festejar la tercera estrella de la Selección. Fue la movilización popular más grande de la historia. Se congregó más gente que en el cierre de campaña de Raúl Alfonsín con el regreso a la democracia y que en los festejos del Bicentenario.
En un país atravesado por una crisis económica cada vez más creciente, con una inflación que parece incontrolable y con salarios que se deprecian mes a mes, la obtención de la Copa del Mundo no soluciona los problemas, pero los maquilla.
Ya lo dijo Emiliano “Dibu” Martínez, uno de los héroes de la consagración: “Jugamos por 45 millones de personas. El país no pasa un buen momento en lo económico y darles una alegría es lo más satisfactorio que tengo en este momento”.
PREMIOS Y DINERO
Junto a la tan anhelada Copa del Mundo, la Selección argentina recibió tres premios. Enzo Fernández fue elegido “Mejor Jugador Joven del Mundial”; Emiliano Martínez obtuvo el “Guante de Oro” como “Mejor Arquero” y Lionel Messi fue el “Mejor Jugador de la Copa”.
El capitán fue una máquina de romper récords. Superó al alemán Lotthar Matthaus en presencias mundialistas. Al disputar los 7 encuentros, el argentino llegó a 26 partidos jugados, uno más que el teutón. Además, durante la final superó al italiano Paolo Maldini como el futbolista que más minutos de juego neto tiene en mundiales.
Al marcar 7 goles en 7 partidos jugados, Messi llegó a los 13 tantos y se convirtió en el máximo anotador argentino en Copas del Mundo. Superó a Gabriel Batistuta, quien ostentaba el récord.
En su quinto mundial, llegó al selecto club de futbolistas que disputaron esa cantidad de Copas. Por ahora –solamente por ahora- ninguno llegó a 6, pero no perdemos la esperanza. Es también el único jugador que marcó goles en todas y cada una de las instancias mano a mano en un Mundial. Le convirtió a Australia en octavos, a Holanda en cuartos, a Croacia en semis y a Francia por duplicado en la final. Inédito y bestial.
El caso del volante central del seleccionado es digno de estudio. Durante el primer semestre de 2021, Enzo Fernández jugaba en Defensa y Justicia. A mediados de ese año regresó a River, club dueño de su pase, que lo vendió un año después al Benfica portugués.
Con apenas 13 partidos jugados en Europa y 21 años de edad debutó en el seleccionado el pasado 23 de septiembre, apenas dos meses del debut mundialista ante Arabia Saudita. Se quedó con el puesto y ahora es pretendido por Real Madrid y por Liverpool, que parecen dispuestos a abonar la cláusula de rescisión valuada en 120 millones de dólares.
Nacido en un humilde hogar marplatense, su mamá limpiaba en casas de familia y su papá era estibador portuario. Con ese bagaje a cuestas, Emiliano “Dibu” Martínez recaló primero en Independiente de Avellaneda y luego –a los 18 años- en Inglaterra comprado por el poderoso Arsenal, que lo fue prestando de club en club durante ocho años. Pero su destino estaba sellado: atajaría en la selección argentina. Y sería ídolo.
Con atajadas clave como ante el australiano Garang Kuol en octavos o el providencial mano a mano a Kolo Muani en el último minuto de la final, su carácter quedó demostrado en los penales. Atajó dos contra Países Bajos, uno contra Francia y ganó el duelo mental ante casi todos los pateadores.
Más allá de la Copa del Mundo y de los galardones individuales, la AFA embolsará 52 millones de dólares por haber salido campeones. 42 millones destinó FIFA (un 29 por ciento más de lo que entregó en Rusia 2018) y otros 10 los suma la Conmebol como premio extra.
LAS SORPRESAS
Este Mundial, tal vez como ningún otro, demostró que la brecha entre las potencias y los denominados “chicos” se hace cada vez más pequeña. La primera sorpresa fue el triunfo de Arabia Saudita frente a una Argentina candidata que arrastraba un invicto de 36 partidos y que resultaría campeona.
Pero la sorpresa árabe no fue la única. Alemania se fue en primera ronda por segundo mundial consecutivo tras perder con Japón, que también derrotó a España. En el E, denominado “Grupo de la Muerte”, los nipones se cargaron a dos campeones del mundo.
Otra de las decepciones fue Bélgica. Los europeos, candidatos a campeones y con jugadores en los principales equipos del mundo, dijeron adiós en la fase de grupos tras ganarle a Canadá, empatar con Croacia y perder contra Marruecos, la revelación absoluta del torneo.
La predicción que Carlos Salvador Bilardo hizo hace exactamente dos décadas se cumplió en Qatar. El director técnico había vaticinado que el futuro del fútbol estaba en Marruecos, porque allí “los chicos juegan en la calle”. Y los africanos llegaron a semifinales. En el camino dejaron nada menos que a la España de Luis Enrique y a la Portugal de Cristiano Ronaldo, que dejó el Mundial con más sombras que luces: peleado con el DT, Fernando Santos, y relegado al banco de suplentes. A los 37 años y con un flamante y archimillonario contrato firmado para ir a jugar al Al Nasrr de Arabia Saudita no parece tener revancha.
Uruguay también se despidió en primera fase. Con nombres rutilantes como Edinson Cavani, Luis Suárez, Federico Valverde o Darwin Núñez, los charrúas dijeron chau demasiado pronto.
Pero en fase de grupos hubo otros resultados que hace 20 años hubieran resultado impensados. Australia –rival que Argentina derrotó en octavos con algunos sobresaltos- pasó de ronda en un grupo en el que estaba Dinamarca, al que todos los especialistas consideraban como uno de los conjuntos más fuertes de la Copa.
Brasil perdió 1 a 0 frente a Camerún por el último partido de su grupo y lo mismo ocurrió con Francia, que cayó derrotado ante Túnez en esa misma instancia.
Se juega en todos lados, y el fútbol se empareja cada día más. Surgen figuras nuevas en todos los rincones del planeta, y la brecha se achica
LIBERTADES
Qatar fue el primer mundial disputado en Oriente Medio, y el choque de culturas se hizo evidente. Por un lado las anécdotas: el youtuber que se quedó a vivir en la casa de un jeque con todos los gastos pagos a cambio de una caja de alfajores; el árabe que compró asado para la hinchada argentina; los nativos que se sumaron a alentar a la selección, los que bailaron cumbia en las calles de Doha, los que intercambiaron camisetas por túnicas.
Por otro, la restricción a las libertades individuales y los ostensibles episodios de censura a las disidencias sexuales. Desde la organización le prohibieron el acceso al estadio a un periodista que llevaba una remera con la leyenda “Igualdad” y hasta le secuestraron una bandera a un cronista brasileño por considerar que portaba los colores LGTB+. Pero ni eso: se trataba de la bandera del estado de Pernambuco.
También –por disposición de FIFA- se prohibieron las manifestaciones políticas dentro del campo de juego. Por eso impidieron que la selección de Alemania llevara un brazalete que rezaba “No a la discriminación”.
El dato saliente lo dio Irán. En su debut mundialista perdió 6 a 2 ante Inglaterra, pero la noticia fue que los jugadores se negaron a cantar el himno. La muerte de la joven Mahsa Amini y las sospechas sobre la “policía de la moral” desató una serie de protestas en todo el país, y la selección no se mantuvo ajena al conflicto.
El silencio del plantel ante millones de personas y las protestas sociales aceleraron una decisión: el gobierno iraní disolvió la policía de la moral.
BANGLADESH
Las imágenes se masificaron desde el primer día. A 17 mil kilómetros, 170 millones de hinchas argentinos vibran por la selección. No hablan español ni conocen el Obelisco, las Cataratas, la Cordillera o el glaciar Perito Moreno. Salen en kilométricas bicicleteadas o en ciclomotor. Y siempre embanderados de celeste y blanco.
Es Bangladesh, un pueblo que aprendió a amar a Argentina por Victoria Ocampo y el amor que se profesó con Rabindranath Tagore, que lo consolidó cuando nuestro país reconoció su independencia en 1971 y que lo cimentó cuando Diego Armando Maradona le hizo aquellos dos inolvidables goles a los ingleses en el Mundial del 86.
Talukder Alim Al Razi es el presidente de la Cámara de Comercio e Industria Argentina-Bangladesh, y lo vive como un argentino más. “Lo vivo peor «, corrige, «ustedes están en Argentina y tienen todo cerca, nosotros estamos lejos”. El hombre, que tiene 42 años, atesora algunos flashes de la Copa del Mundo disputada en México. Lo que sí recuerda es que iba a la escuela primaria con un cuaderno de tapa dura con Diego Maradona como portada.
Nueve horas diferencian Daca, la capital de Bangladesh, de Argentina. Los partidos, que de este lado del globo se jugaron a las 16, allá comenzaban a la 1 de la mañana. Nada de eso importó: más de 50 mil personas se congregaban a mirarlos en pantallas gigantes dispuestas en distintos lugares a cielo abierto.
A las 3 (o a las 4 después de los penales contra Países Bajos) salían en caravana y a puro bocinazo a celebrar los triunfos de la Selección argentina, que ellos consideran “su” Selección. Todos los partidos el mismo ritual: banderas celestes y blancas, motos y aliento para Argentina.
A raíz de este vínculo que se estableció a través del Mundial, la Cancillería argentina anunció que impulsará la reapertura de la embajada en Bangladesh, que está cerrada desde 1978. Si bien las gestiones comenzaron en abril de 2022 y se reforzaron en agosto cuando los cancilleres se encontraron en Nueva York, recién después de la semifinal contra Países Bajos se anunció la novedad.
Tras la obtención del título, en Bangladesh imploran que la Selección (en definitiva “su” Selección”) visite aquellas tierras para jugar un partido y celebrar todos juntos.
En todo el planisferio se sucedieron los festejos por el triunfo de la Selección. Es que los argentinos nacen donde quieren. Para ser argentino solo hay que desearlo. Y ahora festejar.