Primero quiero agradecer todos los mensajes de solidaridad que recibí.
En nuestro programa tenemos la convicción de que se escuchen todas las voces. Y como método, todo el tiempo, nuestra producción propone notas a referentes de todos los sectores. A pesar incluso de que digan que no, insistimos siempre dispuestos a escuchar.
No tenemos temor al contraste de argumentos o al debate, porque de eso se trata la democracia y porque creemos en la libertad. Y la libertad de expresión es la libertad de los que no piensan como nosotros. Con quienes se coincide no se prueba la libertad. Sí con quienes se tiene disensos.
Primero quiero contar que veníamos llamando a Juan Grabois desde que se lanzó como candidato a presidente con lo cual nos interesaba hablar con él más allá del episodio de Mar del Plata. Él respondió el domingo a nuestra producción que iba a darnos la nota. Siendo el tema del momento la renuncia de Macri a su candidatura, valoré su decisión de hablar y acepté la entrevista, aunque no fuera el foco noticioso.
La verdad que podía esperar muchas cosas en el intercambio: desde definiciones sobre la interna en el oficialismo, a críticas a la oposición o momentos de tensión. Jamás esperé el nivel de violencia que ejerció Juan Grabois. Juan Grabois es un violento y así decidió mostrarse: eligió insultar. Nunca recibí tantos insultos en una entrevista ni fuera de ella, en mi vida.
Pensé mucho cómo interpretar la violencia en vivo y en directo, la alevosía y la prepotencia desplegadas a conciencia y por decisión de Grabois. Porque su táctica y su estrategia fueron la agresión delante del público sin respeto por ellos o por mi. Y concluí en que actuó como un hater, un odiador.
Esos personajes, que, en las redes, ocultos tras el anonimato profieren insultos, ofensas y difamaciones de todo calibre para invalidar, descalificar o intimidar al que emitió la opinión que no les gusta. Es una forma de hostigamiento muy sistematizada en algunos regímenes autoritarios, pero Grabois la llevó a una nueva dimensión: es el hater desenmascarado que se jacta de su violencia porque la ejerce a cielo abierto y delante de la audiencia.
Si quería callarme o meterme miedo, lo primero que debe saber es que no lo logró. Ayer, cuando ya casi había agotado su ráfaga de ofensas, no pude ponerle un nombre a mi vivencia personal y hasta física al recibir tantos insultos. Con las horas pude describirlo en palabras. Fue como si me arrojaran piedras, porque Grabois convirtió a las palabras en piedras. Las usó para ejercer violencia política. Fue un taliban verbal.
Las entrevistas tienen muchas funciones. Por un lado, permiten que los funcionarios públicos o políticos sean cuestionados en temas de los que probablemente no hablarían si no se les pregunta. Tienen la función de generar rendición de cuentas a través de las preguntas del periodista. Como siempre me dice la gran Norma Morandini, los periodistas estamos en el medio, entre los representantes y los representados. Allí debemos enfocar la realidad, aportar una mirada sobre lo que pasa y como decía un periodista que admiro, hacer la maldita pregunta.
Pero a veces no es ni siquiera lo que contienen las respuestas, sino lo que se revela de las personas, lo que ofrecen las entrevistas y creo que eso es lo que finalmente queda de la andanada de agresiones de Juan Grabois. La entrevista que intentamos hacerle y que él convirtió en una agresión, fue un cuadro de Grabois, un retrato perfecto de lo que realmente es.
A mi modo de ver, hoy Grabois representa al kirchnerismo en su fase rabiosa, desesperado porque teme perder el poder. Y como nadie, Juan Grabois ofreció esa síntesis. Diría incluso que sus insultos terminan siendo una confesión. Aunque lejos esté de arrepentirse de la violencia porque la elige y la valida como metodología. Grabois usurpó el espacio del diálogo en una conversación delante de muchos ciudadanos, para convertirla en un espacio de lapidación. En la agresión al periodista, agrede el derecho de los que escuchan a estar informados por el profesional que eligen escuchar.
Estoy convencida de que cuando las personas estamos bajo presión, mostramos lo que realmente somos. Y eso mostró Grabois. Mostró lo que realmente es. Ahí radica el valor de esta entrevista. Es un documento de identidad.
Siempre recuerdo la frase de un dramaturgo del siglo XVI, contemporáneo de Shakespeare que se llamaba Ben Jonson. El decía, “Habla, para que pueda verte. No hay espejo que devuelva tan verdadero reflejo de un hombre como sus palabras”. Habla para que pueda verte. Grabois habló y lo vimos, tal como es.