Por Jorge Vasconcelos (*)
A fines de 1999, Ecuador enfrentaba una severa crisis económica y política. Fue en ese contexto que el 9 de enero de 2000 se anunció la decisión de dolarizar la economía. Hubo un salto inflacionario inicial, pero con el tiempo los ingresos de los trabajadores se recompusieron. La estabilidad logró creciente apoyo de la población al punto que, tiempo después, un presidente (Rafael Correa) asumió con la idea de derogarla, pero terminó desistiendo.
La dolarización tiene apoyo popular, pero la economía ecuatoriana creció poco en lo que va del siglo, al 1 % anual por habitante y, actualmente, sus exportaciones suman US$ 2.000 por habitante y por año.
Vale subrayar que las condiciones iniciales y los primeros años de vigencia de la dolarización reunieron factores irrepetibles: a) el canje de dólares por la moneda local se hizo en un contexto en el que el exceso de sucres había sido resuelto por una reprogramación de depósitos bancarios en marzo de 1999; b) el aterrizaje al nuevo escenario fue facilitado porque el precio internacional del petróleo se cuadruplicó en la década siguiente, mejorando las cuentas externas y fiscales del país; c) aunque el presidente Jamil Mahuad tuvo que renunciar, los cambios fueron implementados por el vicepresidente Gustavo Noboa con el apoyo del entonces poderoso Partido Social Cristiano.
Si bien el régimen ha probado ser robusto, faltan reformas estructurales complementarias. Por caso, en seminarios previos a la dolarización se recomendó enfáticamente la creación de un fondo anticíclico para suavizar los ciclos, pero éste sigue pendiente.
Un elemento en común entre el Ecuador del 2000 y la Argentina de hoy, es la demanda por estabilidad. Ese reclamo popular es algo muy positivo, porque empuja una agenda que la dirigencia política no puede ignorar.
Ahora bien, la dolarización no es el único camino a la estabilidad. Y, además, para salir de la estanflación, la estabilidad es una condición necesaria, pero no suficiente. Se necesitan reformas que desactiven las turbinas que alimentan la escalada inflacionaria (política fiscal y monetaria consistente) y, al mismo tiempo, comenzar a desmontar los cepos al cambio y al comercio exterior que, si bien son consecuencia de los desequilibrios macro, pasan a ser causa de distorsiones que impiden la integración al mundo de la economía argentina. Esa integración al mundo es tan imprescindible como la estabilidad, y hoy el contexto global ofrece significativas oportunidades para unir crecimiento con exportabilidad, evitando los riesgos de formar enclaves exportadores desconectados del entramado pyme.
No es un tema de principios. Si la Argentina fuera un país de la periferia europea y existiera la posibilidad de formar parte de la eurozona, incorporarse a ese gran mercado con las reformas estructurales consiguientes y, cumplidos esos requisitos, adoptar el euro como moneda y quedar “bajo el paraguas” del Banco Central Europeo, sería difícil encontrar argumentos sólidos para oponerse a esa opción.
El costo de la dolarización: “Habría una hiperdevaluación con un grave costo social”
Del otro lado, es evidente que el plan de estabilización que adopte la Argentina en el futuro, de ningún modo podrá ignorar la importancia que tiene el dólar como variable para la macro y como unidad de cuenta para la micro.
Pero hay diversas formas de incorporar la referencia del dólar en un plan de estabilización, sin que eso implique dolarizar al estilo ecuatoriano. Para los desafíos que enfrenta la Argentina creo que es más apropiado usar como referencia la experiencia de Israel, que lanzó su plan de estabilización en 1985 y es el más exitoso en su performance.
Israel creció a un ritmo por habitante de más del doble del de Ecuador, sus exportaciones por habitante llegan a los US$ 15.000/año, y su moneda es muy estable en términos de dólares.
(*) Investigador jefe de IERAL de la Fundación Mediterránea. Participó del proceso de discusión de la dolarización en Ecuador.