Por Silvio Santamarina
Como aprendimos mal o bien en la escuela, para calcular fracciones a veces conviene hallar el denominador común. Y en un escenario electoral de tercios, tal vez ayude algo el símil aritmético. Hay algo en común entre protagonistas de esta elección, aunque no todos sean formalmente candidatos. Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Javier Milei son, cada uno a su manera, las figuras más relevantes de este momento histórico de la Argentina. No por casualidad, los tres están conectados por un eje que las encuestas, al menos las cuantitativas, suelen pasar por alto.
Tanto Cristina, como Macri y Milei comparten lo que muchos psicólogos, siguiendo a Freud, resumen como “Mal de Padre”, para etiquetar una falta de esa figura de autoridad, o su exceso, que marca en ambos casos una especie de carencia, que se manifestará en alguna instancia de la vida adulta como un malestar emocional que conducirá a conductas y decisiones desbordadas.
En el caso de CFK, sus biógrafas consignaron la relación distante desde la niñez con el “papá colectivero”, y hasta se sugirió que la demora administrativa en anotar a Cristina como hija confirmaría dudas sobre la filiación biológica con su padre oficial. En cuanto a Mauricio, no quedan dudas sobre la filiación con Franco: alcanza con comparar fotos de ambos. De lo que tampoco quedaron dudas fue de la fenomenal presión que la figura de Macri padre ejerció sobre la carrera de Macri Jr., trauma sobre el cual se explayó el propio expresidente. Y ni hablar de la influencia atormentadora de la figura paterna sobre la psiquis de Milei, tal como se detalla en la reciente biografía “El Loco”, del periodista Juan Luis González. Con sus reflejos intactos, el experimentado Chiche Gelblung le sacó el tema a Milei en una entrevista televisiva, y casi lo hace llorar al aire.
¿Quién es «El Loco»? La única biografía no autorizada de Javier Milei
¿Qué implican estas infancias marcadas por variantes del Mal de Padre? En los tres casos, una notoria manía de (auto)reivindicación, acompañada de un plan permanente de revancha personal, disfrazada de sed de justicia histórica. En cuanto a la dinámica de liderazgo, la característica común es una intensa a actuar como jefe inapelable de su entorno, de su espacio, y de su clase: serás primus inter pares o no serás nada, parece ser el mandato.
Así fue como a Cristina se le ocurrió aquella famosa advertencia, en cadena nacional, sobre la conveniencia de temerle a Dios, y “un poquito” también a Ella, alusión de la que no se salvaban ni los compañeros peronistas. En el caso de Mauricio, fueron legendarias sus pulseadas con el establishment, del cual él provenía y al cual se suponía que beneficiaba su gobierno. En lo que le toca a Milei, basta y sobra su obsesiva diatriba contra “La Casta”, a la que en la práctica ya pertenece, le guste o no. Y de cara al gran pueblo votante, los tres personajes cultivan la conducción carismática, basada más en la emocionalidad comunicativa que en la consistencia argumental de sus respectivos relatos. Si se los quiere, se les cree, y punto.
Este trauma paternal común, también converge en un dato especialmente conflictivo de sus estilos políticos: el problema de la sucesión.
Es claro que uno de los grandes problemas que enfrenta hoy el kirchnerismo, y el PJ en general, es la dificultad para encontrarle heredera o heredero a la Jefa. Sus últimos coqueteos antes del cierre de listas para las PASO mostraron una vez más esa ambigüedad de Cristina respecto de esta cuestión: por un lado, la desafía desde su discusión con Randazzo y su decisión de ungir a Scioli para competir en 2015; pero por otro, ese vacío imposible de llenar la halaga, le habla con palabras deliciosas a su ego ilimitado, mientras ella baila el eterno minué del “me bajo y no me bajo”.
Por su parte, el rollo de Macri con la herencia y la búsqueda del sucesor, que nació cuando era apenas el hijo de Franco, se arrastra hasta la actualidad caliente de la contienda electoral. En ese trauma privado, Mauricio enredó a Larreta (como ya lo había hecho con Vidal) hasta que lo acompañó a perder, y ahora que ganó su presunta preferida, la esmerila con infidelidades públicas a favor del contrincante libertario. Es como si Mauricio estuviera hoy protagonizando la remake de la serie “Succession” protagonizada originalmente por papá Franco: el juego es torturar a los aspirantes a herederos hasta ver quién aguanta más, y sobre todo, quién se muestra más dispuesto a “matar al padre” para ser digno de sucederlo.
Y acá brilla Milei. El niño destratado que alguna vez fue Javier buscó paternidades en Menem, en Eurnekian y ahora en Macri, como alguna vez lo hizo mediante la lectura de los clásicos universales de la economía libertaria. Pero ahora que le toca su turno, Milei presiente que llegó la hora de mostrar los dientes. Patricia pasó de posible socia a enemiga denostada. Mauricio pasó de posible jefe, en un gobierno con Milei de Vice, a eventual embajador ante el mundo de la buena nueva libertaria: de a poco le va bajando el precio al expresidente. Y a cualquiera que se atreva a contradecirlo, le toca motosierra.
Con la misma baja tolerancia a la disidencia que les vio a Cristina y a Mauricio, Milei sintoniza hoy con el clamor de una sociedad sin ley, que se fascina con la vaga idea de “orden”.
Al orden más tradicional que propone Patricia Bullrich, Milei le compite doblando la apuesta, con la promesa de un orden más neurotizado con la realidad, un “orden” que amenaza con desordenar todo: dinamitar el Banco Central, saltearse la resistencia parlamentaria, triturar los billetes nacionales y anular el rol protagónico del Estado en áreas clave como la tenencia de armas, la educación y la salud, donde la venta de órganos es el guiño a una nueva era biopolítica. Todo es poco, con tal de mostrarle al Padre imaginario –el mismo que condicionó las presidencias de CFK y Macri- de lo que es capaz un Presidente con cuentas íntimas sin saldar.