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Candidatos a vicepresidentes de EE.UU.: ¿quiénes son Kamala Harris y Mike Pence?
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Candidatos a vicepresidentes de EE.UU.: ¿quiénes son Kamala Harris y Mike Pence?

A los 55 años, Kamala Harris, la senadora elegida por Joe Biden como su compañera de fórmula, no cabe en ningún estereotipo político estadounidense: hija de inmigrantes y producto de su sueño americano, fue criada como feminista y progresista, pero rompió el techo de cristal una y otra vez con una mirada pragmática del poder que le garantizó un arco aliado muy heterogéneo.

Su historia familiar le ganó muchas veces el apodo de «la Obama femenina». Nació en 1964, tres años después del expresidente, y, como él, es hija de inmigrantes, formada en Derecho en una reconocida universidad y dueña de un innegable carisma y de un discurso difícil de encasillar.

Tras el divorcio de sus padres -un profesor de Economía de Jamaica y una médica endocrinóloga y nutricionista de India-, Harris y su hermana Maya fueron criadas en los años 60 y 70 rodeadas de académicas exitosas amigas de su madre y de voces feministas y progresistas del movimiento negro.

Esto les imprimió a ambas una mirada del racismo, la justicia social y el sistema penal desde la mirada de la clase trabajadora del barrio y las experiencias de la lucha civil de su entorno.

Pero el mundo académico también les enseñó desde temprano a codearse con la élite política.

En 1990, con solo 25 años, Harris asumió como la vicefiscal general de Oakland, su ciudad natal en California, en momentos en que el entonces presidente, el demócrata Bill Clinton, pedía mano dura para frenar a las pandillas y dar pelea en la guerra contra las drogas.

Ocho años después, Harris asumió como vicefiscal general de la ciudad vecina de San Francisco y, en 2003, tras chocar con la gestión que quería que los menores de edad fueran juzgados por cortes ordinarias, sorprendió a todos y desafió a su jefe en las urnas.

Harris ganó pese a no tener grandes conexiones partidarias y se convirtió en la primera fiscal general de distrito mujer de San Francisco en un momento en que el 95% de las personas que ocupaban ese cargo en el país eran blancas y el 83%, hombres, según reseñó en aquel momento la revista San Francisco Magazine.

Ocupó ese cargo electivo durante seis años y, en ese período, consiguió tanto aliados como detractores.

Víctimas de abusos sexuales cometidos por la Iglesia Católica la acusaron de ignorarlos y los sindicatos de policías le declararon la guerra luego que se negara a pedir la pena de muerte al asesino de un oficial de 29 años.

Desde esta época, el mantra de Harris ha sido «una política inteligente» contra el crimen en vez de mano dura, según recordó hace unos años The New York Times.

Su pragmatismo, su carisma y su fama de jefa severa pero comprometida le permitieron comenzar a cosechar importantes aliados en el Partido Demócrata y, en 2010, se animó a dar un nuevo salto inédito y ganó la elección de fiscal general de California.

En esa elección, solo uno de las decenas de sindicatos de policías la apoyó. Cuatro años más tarde, cuando fue reelecta, la apoyaron casi 50 sindicatos de la fuerza.

Mientras Harris se hacía más fuerte en California y ampliaba su base de apoyo, aún entre las fuerzas de seguridad, también crecía en las filas del Partido Demócrata como una nueva voz progresista y feminista.

El salto a la escena nacional lo dio en 2016 cuando se convirtió en una de las pocas senadoras negras del país y, rápidamente, en una de las dirigentes más articuladas e implacables frente a la misoginia, el racismo y las políticas económicas del Gobierno de Donald Trump.

Cuando decidió presentarse como candidata en las primarias presidenciales demócratas, sus críticos más duros le recordaron que no cambió de ninguna manera significativa el sistema de brutalidad y racismo policial y penal en California, como lo demostraron las recientes protestas multitudinarias en ese estado.

Pero un número aún mayor de aliados destacó su perseverancia para ascender en un mundo de hombres blancos, desafiar el discurso de mano dura e impulsar una mayor integración social, aunque siempre lejos de las propuestas -vistas por esos mismos aliados como muy extremas- del ala progresista del Partido Demócrata.

MIKE PENCE, LA CARA SOBRIA Y RADICAL DEL GOBIERNO DE TRUMP
Siempre en el costado o un paso detrás, dispuesto a dar la cara con temas incómodos y dueño de una personalidad sobria, el vicepresidente Mike Pence logró convertirse en estos últimos cuatro años en un hombre de confianza de Donald Trump y una de las personas que más influyeron en su agenda conservadora y, por momentos, radical.

En la marcha del millón de mujeres del día siguiente a la asunción de Trump, mientras la marea humana denunciaba y se desesperaba por la nueva figura presidencial, un grupo de parejas amigas del estado de Indiana alertó: «Un Gobierno de Trump va a ser malo, pero uno de Pence sería mucho, mucho peor».

Hacía solo un año Pence había promulgado como gobernador de Indiana la Ley de Restauración de la Libertad de Religión, rodeado de líderes religiosos y conocidos activistas anti LGBTIQ+. La norma permitía que cualquier negocio pudiera discriminar a una persona homosexual y negarle atención o el servicio por su identidad de género.

La reacción fue inmediata y nacional. Pence tuvo que dar marcha atrás y promulgar una versión más lavada de la ley, que las organizaciones de derechos civiles y LGBTIQ+ también repudiaron.

Pero su resistencia fue apenas la punta del iceberg de una vida y una carrera política forjada, desde los años 80, en el ala religiosa más radical del movimiento conservador, que finalmente pudo desplegarse con más éxito cuando llegó a la Casa Blanca.

A los 61 años, el compañero de fórmula de Trump se define como «un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden». En un perfil de 2017, la revista The New Yorker le sumó: «un ideólogo doctrinario».

Pence nació en una familia de clase media trabajadora católica en una ciudad pequeña de Indiana. Su padre era un excombatiente de la Guerra de Corea y un comerciante que fue creciendo económicamente. Su madre se autodefinía como «una esposa de Stepford», una referencia literaria para describir a las mujeres que se limitan al rol estereotipado de madres y amas de casas.

En la universidad, donde descubrió su talento como orador y conoció a su esposa, tuvo dos conversiones, una religiosa y otra política, según resumió un perfil de 2018 publicado en la revista The Atlantic.

Siempre fue un creyente y activo miembro de su congregación y hasta pensó en convertirse en cura, pero al compartir la fraternidad con muchos «cristianos evangélicos» comenzó una gradual conversión, siempre de la mano del sector de la derecha religiosa de Estados Unidos.

Esta conversión se dio en paralelo a otra, la política.

En 1980, Pence había votado a favor de la reelección presidencial del demócrata Jimmy Carter, pero una vez en la Casa Blanca, el republicano Ronald Reagan y su revolución conservadora ganaron su corazón.

En 1987 y en 1991 intentó sin éxito ganar una banca federal en el Congreso con los republicanos.

Su carrera política parecía haber muerto antes de comenzar, pero pronto le ofrecieron ser presidente de uno de los pequeños y locales centros de pensamiento que la base conservadora de Reagan impulsaba en todo el país en imagen y semejanza de la Fundación Heritage, la responsable de su agenda conservadora en lo social y liberal en lo económico, y una de las voces más importantes de la derecha hasta el día de hoy en el país.

A partir de este cargo, Pence empezó a construir una red de contactos con organizaciones y, principalmente, donantes conservadores, que terminarían siendo su principal base de apoyo para su carrera política.

También este fue el momento en que el hoy vicepresidente comenzó a articular sus posiciones políticas a favor de la criminalización del aborto, en contra de los derechos de la comunidad LGBTIQ+ y a favor de la liberalización de los mercados y el achicamiento del Estado.

A diferencia de otros referentes del movimiento conservador, Pence se destacó por hacer esos planteos con un tono sobrio, lo que lo hacía parecer más racional y menos radical.

Tras casi una década cultivando este perfil y estas influyentes conexiones, en el año 2000, Pence logró ganar la banca de un congresista federal republicano de Indiana que se jubilaba.

En los 12 años que ocupó esa banca y hasta que saltó a la gobernación de Indiana, nunca presentó un proyecto de ley propio, según la revista The New Yorker, pero sí se convirtió en la principal voz del ala más conservadora de la bancada republicana.

Durante el primer Gobierno de Barack Obama, se puso al frente de las denuncias, los reclamos y muchas movilizaciones del movimiento radical Tea Party, por entonces en ascenso.

Llegó incluso a amenazar con no aprobar el presupuesto y cerrar al Gobierno si Obama no aceptaba a desfinanciar a Planned Parenthood, una reconocida organización que trabaja para garantizar el acceso a la salud reproductiva.

También se opuso fervientemente a las políticas ambientales que buscaban reconocer los riesgos del cambio climático y combatirlos.

Como gobernador de Indiana -el trampolín que algunos de los donantes más importantes de la derecha estadounidense esperaban le alcanzara para convertirse en presidente- también intentó avanzar la agenda conservadora -baja de impuestos y vetos a programas educativos y de salud pública-, pero su Ley de Restauración de la Libertad de Religión fue muy lejos y terminó su mandato muy golpeado no solo en Indiana, sino a nivel nacional.

Por eso, cuando Trump lo eligió como su compañero de fórmula en 2016 no estaba solo tratando de garantizar el apoyo de su estado -un distrito con tradición de voto republicano en las presidenciales de los últimos 50 años, excepto en 2008-, sino que buscaba el acompañamiento de los donantes millonarios y la base electoral del movimiento conservador.

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