Por Manuel Zunino (*)
Milei jugó un pleno, apostó todo su capital político en el DNU (incluso más del que verdaderamente tiene) y aceleró sus tiempos. Los cien días de gracia se ciñen ahora a un presente continuo.
Si algo no se le puede criticar es la continuidad discursiva, el tono y la estética de su comunicación.
Su encuadre continúa intacto: una “Argentina decadente”, “la casta” como responsable de todos los males y el combo “ajuste fiscal + libertad de mercado” como única solución.
Entre paréntesis: la falla más evidente en su relato ya fue señalada por sus adversarios. Durante la campaña sostuvo que el ajuste no lo pagaría la gente sino la política, los “empresaurios”, los dirigentes sindicales, etc.
Según el último estudio de Taquión el 72,3% de los argentinos cree que el ajuste lo pagarán todos los ciudadanos y según Zubán-Córdoba el 78,8% cree que va a perjudicar su economía (lo que no significa que una parte de ellos no esté dispuesta a hacer un sacrificio).
En su continuidad narrativa repite no solo las formas y el encuadre, sino las lógicas de la comunicación de campaña sin acabar de girar hacia modelos propios de la comunicación de gobierno.
De acuerdo con la definición de Riorda, el objetivo central de la comunicación de gobierno es construir consenso, es decir, condiciones de gobernabilidad mediante la posibilidad de conjugar expectativas y realidad, reduciendo las tensiones entre demanda social y capacidad de respuesta. Ello requiere definir la situación y lograr que esa definición sea aceptada y perdure el mayor tiempo posible.
Sin embargo, Milei continúa orientando el discurso a sus propios votantes. Su único gesto de brazos abiertos fue invitar a que lo acompañen “los que quieran un cambio” y quienes no estén de acuerdo con su paquete de derogaciones (o con el modo de llevarlo a cabo) se convierten en cómplices o parte de “la casta”.
Intenta cambiar relaciones sociales y reglas de juego por decreto. Dio un paso drástico y desafiante. Pero la jugada del DNU y las acciones esquivas respecto al Parlamento impiden la posibilidad de establecer acuerdos amplios y suscitan resistencias de distintos sectores.
Gobernar por decreto es decidir no de frente al pueblo, sino dejándolo afuera de la conversación. El proceso de discusión de las leyes permite a la sociedad civil participar de él internalizando ideas, tomando posición, e incluso presionando al poder político.
Entre tanto, en una lógica cortoplacista su narrativa presenta como ausencia el plan de gobierno, el rumbo y el para qué del esfuerzo. Hasta el momento, Milei señaló que el DNU marca un “cambio de rumbo y el inicio de un camino”, pero no indicó hacia dónde ni definió metas.
Quizás no quiere mostrar las cartas o busca evitar cometer el error de Mauricio Macri al medir su gestión con la vara de “pobreza cero”. Pero le toca gobernar una sociedad con muchas demandas y poca paciencia.
Oficialismo y oposición en la Era Milei: ¿Hacia una nueva cartografía?
Si no define él las expectativas otros podrán hacerlo en su nombre, o habrá una multiplicidad tan heterogénea como los motivos por los que lo votaron.
En este marco incierto contamos al menos con una certeza que permite orientar los análisis venideros: a todo gobierno se lo evalúa por sus resultados en relación con el bienestar socio-económico y este no será la excepción.
(*) Sociólogo y director asociado de Proyección Consultores