Por Gabriel Slavinsky (*)
Llegó un día clave para la Argentina.
Una vez más el presidente dará inicio a las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación. Será ante 257 diputados y 72 senadores que escucharán junto a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, como el representante del Poder Ejecutivo Nacional expondrá sus ideas y probablemente ratifique el rumbo político y económico que pretende para el país.
No será una jornada más, su habitual disrupción y provocación se produce incluso en el horario, comenzará a las 21.00 hs. Sí, viernes a la noche. ¿Una señal de lo que viene?
Si hacemos historia, Alfonsín apeló constantemente a la democracia, la vida y la instituciones, Menem a la crisis económica, De La Rúa al déficit fiscal y la corrupción, Duhalde a la crisis institucional, Kirchner a la herencia, Cristina al legado y los derechos, Macri al estilo K y el cambio, Alberto a la interna y la herencia… ahora llega Milei con un formato absolutamente diferente a los anteriores.
El presidente de los argentinos se enfrenta a un dilema, duplicar la apuesta en contra de la política y el «nido de ratas» (el Congreso) que tiene «coimeros» y delincuentes (así llamó a los legisladores) o bajar el nivel de la disputa y solicitar con firmeza y respeto el tratamiento de ciertas leyes que el país necesita para avanzar en las reformas que pretende para su revolución.
Milei es el Gobierno. No lo son sus ministros, funcionarios, legisladores o dirigentes de LLA. Es él, el garante del rumbo inequívoco hacia las transformaciones que no son parte de una negociación, porque se tratan de cuestiones morales.
El camino de desregulación y retiro del Estado como mal de todos los males no es negociable. No se puede pactar con los políticos porque es ilegitimo y hasta indigno en la concepción de Milei, casi como un dogma religioso. No puede discutirse el camino que promueve la fe libertaria, «será así o no será nada».
La hoja de ruta está trazada y se cumplirá parece rezar el paradigma Mileista. Se hará con Ley Ómnibus (o Twingo), con DNU, con la Corte o sin ella. Será de hecho, por político y en la confrontación diaria. La batalla no tendrá cuartel parece el planteo.
El «no la ven» pretende expresar en la arenga de la tribu oficialista que los cambios revolucionarios ya están en marcha, ya se han ganado batallas (como el ajuste, la reducción del déficit, la austeridad, la quita de subsidios, la eliminación de privilegios políticos, el esquema de relación con gobernadores, el orden público, etc.) y que no dependen de leyes del Congreso, de fallos de la Corte o de las opiniones de otros políticos y periodistas.
La revolución está en marcha, entonces, el Congreso podría nuevamente recibir castigo, esta vez de frente o sorprenderse con la moderación. En ambos casos, parecen ser estrategias en un mismo sentido: el camino irrestricto de las ideas de la libertad.
(*) Psicólogo, consultor y analista político