Por Mónica de la Cruz (*)
Los demócratas están entrando en pánico y estupefactos mientras las encuestas muestran que el presidente Donald Trump está aumentando entre los hispanos. No se trata sólo de datos de encuestas. En mi comunidad del condado de Hidalgo, Texas, donde los hispanos constituyen más del 90 por ciento de la población, las cifras de votación anticipada en las primarias apuntan a un terremoto político: la participación republicana se ha disparado en un 48 por ciento desde 2020, mientras que la participación demócrata se ha desplomado en un 34 por ciento.
Estos números no mienten. Señalan un cambio sísmico que podría significar un desastre para los demócratas.
Incapaces de aceptar el realineamiento político que destroza sus sueños de una mayoría permanente, algunos progresistas están racionalizando desesperadamente sus deficiencias. Han buscado explicaciones, desviándose hacia lo extravagante, como afirmar que los latinos están abrazando la supremacía blanca. En una medida que huele a coerción, incluso han arremetido contra Univisión por simplemente concederle al presidente Trump una entrevista estándar.
El simple hecho es que el acercamiento latino de los demócratas estaba destinado al fracaso porque su sazón electoral consiste en malos ingredientes que están en desacuerdo con los valores hispanos. Creen que los latinos nos vemos como víctimas oprimidas y que nos gustan las políticas fronterizas débiles. Un anuncio en español de la campaña de Barack Obama de 2008, que sugería que John McCain era racista, señala los orígenes de esta teoría errónea.
Durante un tiempo, su enfoque funcionó. Entre 2006 y 2018, los demócratas ganaron la mayor parte del voto latino; entonces, algo cambió.
Después de años de una economía lenta tras la crisis inmobiliaria, los hispanos vieron un resurgimiento económico bajo la administración Trump. Antes de la pandemia, el desempleo hispano alcanzó mínimos históricos, la tasa de pobreza de los latinos se redujo drásticamente y lideramos la nación en la creación de nuevas pequeñas empresas mientras nuestra seguridad fronteriza era la más sólida que jamás haya existido.
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Lo que sucedió después fue una tragedia de pasos en falso mientras los estados liderados por los demócratas persistían en imponer restricciones draconianas por el COVID-19. Estas políticas devastaron a las pequeñas empresas, infligieron daños duraderos a la educación de nuestros hijos y paralizaron nuestra recuperación económica, culminando en una inflación vertiginosa. Estos resultados no sólo fueron desafortunados; eran en gran medida prevenibles.
Las políticas inflacionarias del presidente Biden han asestado un golpe a todos los estadounidenses, pero para los latinos, que son predominantemente de clase trabajadora y a menudo tienen familias más numerosas, el impacto ha sido particularmente severo. Ahora tenemos menos dinero en nuestros bolsillos para cuidar de nuestras familias.
Mientras tanto, nuestras comunidades se han sentido cada vez más frustradas por la escalada de la crisis fronteriza. Tiene sentido: los hispanos conocen el sistema de inmigración tan bien como cualquiera. Somos testigos de 10 millones de personas que violan nuestras leyes de inmigración y se adelantan a nuestros familiares y amigos que han esperado años para venir aquí legalmente.
No somos ajenos a los estragos causados por el fentanilo en pueblos y ciudades de todo el país. Entendemos los peligros económicos de las fronteras porosas y conocemos bien la carga que la inmigración ilegal supone para las infraestructuras locales. Y seamos claros: nada de esto está bien para nosotros.
La noción radical de izquierda de que las preocupaciones por la seguridad fronteriza son de algún modo racistas es en sí misma racista y profundamente ignorante. Esto supone que nuestra etnicidad requiere que hagamos la vista gorda ante las nefastas ramificaciones de las políticas fronterizas laxas. Nada mas lejos de la verdad.
Estamos orgullosos de nuestra herencia y, lejos de vernos como víctimas del racismo, vemos a nuestra gente como la encarnación del sueño americano. Esto no es sólo un eslogan; es mi historia. Como madre soltera que superó la adversidad para convertirse en propietaria exitosa de una pequeña empresa y ahora representa en el Congreso a una de las regiones más hispanas de Estados Unidos, sé que “el Sueño Americano” es real porque mi vida es un testimonio de ello.
El presidente Trump también entiende esto. A través de sus políticas, ha demostrado que valora nuestra comunidad. ¿Está obsesionado con la corrección política? No, habla sin rodeos, como tu tío favorito y muchos hispanos. Más importante aún, ¿estuvo mejor nuestro país bajo su liderazgo? Absolutamente.
Para ser claros, los republicanos no deberían dar por sentados nuestros logros con los latinos. Los tópicos de la década de 1980 no harán crecer nuestra gran comunidad.
Como lo ha defendido el presidente Trump, nuestro partido necesita seguir innovando para abordar los complejos desafíos políticos que enfrentan los estadounidenses, incluidos los hispanos. Por eso en Washington no sólo lucho por impuestos bajos; estoy defendiendo proactivamente el Medicare y el Seguro Social, trabajando para mejorar el acceso a la atención médica para las mujeres y poniendo opciones de alimentos saludables a disposición de los niños de bajos ingresos.
Mientras defendemos a las familias trabajadoras y las comunidades seguras, los demócratas se tambalean, sin saber siquiera cómo llamar a los hispanos, mientras la Casa Blanca de Biden nos reduce a tacos.
Con los demócratas en desorden, los republicanos están a punto de lograr avances incomparables con los latinos. Ahora es el momento de establecer una coalición obrera multiétnica que allane el camino para un siglo estadounidense revitalizado.
(*) Representante del distrito 15 del Congreso de Texas en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.
Publicado en cooperación con Newsweek