Por Manuel Zunino (*)
El tiempo se volvió más vertiginoso y la realidad más espesa en estos cuatro meses. Inmersos en esa dinámica, se torna confusa y poco evidente la interpretación de los sucesos (que encima son muchos).
Un gobierno que prioriza la comunicación sobre la política mientras hace alarde de su falta de diálogo, una oposición con baja autoestima y mayormente en las sombras, reordenamientos en los dos ex grandes polos, la reactivación de discursos que parecían superados, antiguas malas palabras como ajuste y reforma laboral que hoy se dicen a los gritos sin consecuencias negativas, una narrativa oficial cortoplacista combinada con promesas a treinta años, sensación de incertidumbre en la opinión pública que remonta a niveles de la época pandémica, etcétera.
En medio de esta realidad licuadora que marea a propios y extraños, muchos se sorprenden porque en un contexto en que más del 70% de los argentinos presenta dificultades para cubrir sus necesidades elementales o directamente no llega a fin de mes, la valoración presidencial continúa gozando de un apoyo considerable. La imagen de Milei cayó en enero y febrero, pero tuvo un repunte en marzo y en nuestro último registro se ubica en 49% de positividad.
Este dato tiene correlación con otro movimiento que registramos en las encuestas: disminuye la preocupación por la inflación cerca de cinco puntos, aunque sube proporcionalmente la preocupación por los ingresos y aparece cada vez con más fuerza el fantasma del desempleo. Esto abre el interrogante sobre si una parte de la sociedad se conformaría con cierta estabilidad en los precios, incluso a cambio de resignar poder adquisitivo.
La crisis económica golpea fuerte la imagen de Milei, pero la gente no lo considera el culpable
Por otra parte, el gobierno mantiene a su favor dos indicadores. En primer lugar, no es considerado el principal responsable de la situación económica: recae principalmente sobre el gobierno de Alberto Fernández. Segundo, si bien el promedio de imagen de Milei no es tan alto como afirma el propio Presidente, el resto de la dirigencia política nacional está debajo de él. No se puede medir su fortaleza sin ponderar la debilidad de sus adversarios.
Hasta acá, de su treinta por ciento original perdió una pequeña parte, votantes independientes que esperaban síntomas de recuperación económica y que se cumpla el mantra de que el ajuste lo pague la casta. El resto (cerca del 85%) todavía tiene puesta la camiseta y mantiene la ilusión de que en el segundo tiempo el equipo meta un gol. Le destacan a Milei su honestidad, perseverancia y actitud.
Si analizamos los movimientos del presidente, de acuerdo con los niveles de confrontación que sostiene desde el día cero y la numerosa cantidad de adversarios que eligió, parece que no busca construir mayorías, sino una primera minoría intensa.
En ese sentido son cotidianos sus esfuerzos para enamorar al electorado de Juntos por el Cambio. Alimenta ese vínculo con dosis permanentes de proteína simbólica, que nos llevaría varias columnas enumerar, pero va desde cambiar el nombre al CCK hasta celebrar despidos en el Estado. Según los datos de nuestra última encuesta alcanza un apoyo superior al 80% entre aquellos votantes de Bullrich de la primera vuelta. Sabremos más adelante si se convierte finalmente en músculo o fue pura inflamación.
Por el momento, la narrativa continúa intacta, el personaje inalterable y a pesar de la escasez material le va relativamente bien. La lógica indica que en un tiempo razonable deberá mostrar resultados económicos o perderá popularidad, pero en un mundo dominado por la incertidumbre y la emoción, la lógica puede no ser la mejor referencia.
(*) Sociólogo y director asociado de Proyección Consultores