Por Carlos Souto (*)
Como parte de mi experiencia profesional, casi siempre me toca estar bien cerca del poder político. Aunque nunca tanto como luego de ganar mi primera elección presidencial como consultor de confianza del que fue un buen hombre y candidato. Eso ocurrió en Argentina.
Yo quería aprender, era una esponja insaciable, de modo que pasaba en la residencia de aquel presidente muchísimo tiempo. El suficiente para que el personal de atención de la Quinta de Olivos (que así se llama la casa cuyo inquilino de turno es hoy Javier Milei) me tratara con cierta confianza y con los que hablábamos de todo un poco. Uno de los camareros, llamémosle Emilio, me contó entre otras cosas, sobre su récord de haber servido como camarero desde su juventud allí. Entonces, llevaba ya 25 años atendiendo a presidentes y visitantes.
Un día conversando le dije: “Oye, Emilio, qué buen curro tienes tú; la llevas tranquilo, haces amigos y, en tantos años, la cantidad de gente interesante que habrás conocido sirviendo aquí”. Emilio, negando con su cabeza, me miró y dijo: “Carlos, he conocido presidentes y algunos miembros de sus familias, pero los que vienen de visita, hace 25 años que son siempre los mismos. Siempre los mismos”.
El kirchnerismo, entre tantas otras cosas, cambió a los visitantes.
Es que Néstor y Cristina Kirchner construyeron su propia oligarquía para repartirse los dividendos de la obra pública, la renta energética y, entonces, creció el número de intermediarios, espías y testaferros que visitaban al matrimonio que se alternó en la presidencia.
A los antes llamados “Dueños de la Argentina” se les quitaron partes del negocio, pero sin dejar de solicitarles los aportes. La Residencia de Olivos se convirtió en la cueva de Alí Babá; allí Néstor anotaba en su libreta de almacenero las coordenadas patagónicas adonde enterraba la fortuna que ganaba por minuto en el poder.
Pero el último gobierno de Alberto Fernández, subrogante de Cristina Kirchner, ¡ay!, ese sí que rompió el molde. La Quinta de Olivos se llenó de minoristas: brokers de seguros, vendedores de almanaques y casquivanas, muchas de las cuales visitaron al presidente durante la cuarentena cuando los argentinos no podían moverse de sus casas sin violar la ley y terminar presos. La impunidad era total y absoluta y, como resultado, la hermosa Quinta de Olivos terminó ocupada por una melange de personajes de burdel, por lo burdos.
Era un mundo de negocios chicos el de Fernández, mientras que lo grueso se trasladó para su trámite al Instituto Patria o al departamento de Cristina.
Por suerte, solo duró cuatro años el mandato del mal gusto personificado en el subrogante. Yo, en todo caso, me alegro por Emilio que debe haber terminado con la rutina añosa de atender siempre a los mismos viejos vinagres, y un poco de reguetón en palacio a nadie mata.
Quién dice que a mi querido Emilio no se le puso divertido el trabajo.
Pero ahora con Milei esto volvió a cambiar.
Milei es bien especial. El mundo ya ha tomado nota. Entre otras excentricidades, ha manifestado carecer de todo interés en la comida que es, valga la broma, el alimento preferido del protocolo tradicional en las reuniones en casa de los presidentes. Su jornada laboral consiste en acomodarse frente a la computadora para sentar a diario sus enojos calculados, sus likes componedores; solo con eso tiene al país bailando a su compás durante todo el día.
Mientras le dure la buena fortuna, las hectáreas de Olivos le resultan interminables e inútiles. Una pena porque es el lugar ideal para reuniones protocolares: tiene instalaciones acordes a la escala de un primer mandatario.
¿Qué pasará con los perros de Javier Milei cuando se mude a Olivos? El curioso posteo en sus redes
Para aquellos viejos dueños de la Argentina, los que tan bien conoció Emilio, una concesión sencilla: volvieron a Olivos porque volvieron a las andadas los grandes magnates del acero y de los caramelos, la energía, las finanzas y el campo, como interlocutores privilegiados, y se agregan de a poco los unicornios y emprendedores de sectores nuevos. Todos contentos de haya vuelto el lobby a sus cauces y a sus anchas, a mercado abierto. Pero Olivos a Milei le sobra y al mismo tiempo no le alcanza.
El problema es que Milei es un presidente con muchos votos, pero pocos legisladores. Entonces, si me preguntás en qué lugar toma las decisiones más cruciales el presidente hoy, yo te lo digo: en su WhatsApp.
La política argentina es una pecera turbia que no deja ver lo que pasa en el momento en que pasa, lo cual explica con creces ese chiste nacional (y amargo), que dice que si te vas de la Argentina, y volvés en un año, cambió todo, pero si volvés 25 años después, no cambió nada. Que finalmente es lo que me explicó Emilio aquella tarde en Olivos.
(*) Carlos Souto es un reconocido consultor político surgido en la Argentina. De origen español, es considerado uno de los principales referentes de la comunicación política en Latinoamérica, y se ha consolidado en la última década también en el mercado de Oriente Próximo.