Por Fernanda Arena
Una pregunta recurrente sacude a espectadores, cinéfilos y el mundo mainstream: ¿Quién era Enzo Vogrincic antes de protagonizar “La sociedad de la nieve”?
Para eso antes debemos explicar que significa el título entrecomillado de la oración anterior, aunque es muy difícil que usted -estimado lector- no lo sepa. Se trata de la obra maestra que refleja el accidente de 1972, cuando un avión uruguayo con una delegación del colegio Old Christians que iba de gira a Chile a jugar al rugby cayó en plena cordillera de los Andes con 45 personas a bordo, y sólo 16 sobrevivieron al cabo de 72 días en la nieve. Los condimentos y la historia son archiconocidos. Y, si no, basta con mirar el film.
Premios Oscar 2024: la lista completa de ganadores, con «Oppenheimer» a la cabeza
La respuesta a la pregunta que abre esta entrevista es más simple de lo que uno supone: Vogrincic es el mismo joven nacido en Montevideo hace 30 años que sueña con triunfar en el teatro, con la diferencia de que ahora lo reconocen por la calle. O, al menos, así lo siente él. Fue precisamente sobre las tablas donde la directora de casting de la película lo descubrió.
“Había ido a Buenos Aires por tres días con una obra del dramaturgo Sergio Blanco. En el escenario teníamos una cámara que proyectaba imágenes nuestras y ella vio algo en mí como para que, al terminar la función, me viniera a saludar y me pidiera el mail. Luego vino la convocatoria y acá estoy”, rememora. Como si fuera natural ser tocado por la varita mágica.
Hasta ese momento, su nombre no era muy conocido entre el gran público y, sin dudas, no era consciente de la fama que iba a obtener de la noche a la mañana. Lo cierto es que a partir de su papel como Numa Turcatti en la película del prestigioso director español J. A Bayona no solo se convirtió en uno de los actores del momento: también se volvió un icono de la moda a nivel mundial.
¿Cómo cambió su percepción de la Tragedia de los Andes antes y después del rodaje?
-Siempre me pareció una historia espectacular, pero al empezar a conocer a los supervivientes algo dentro de mi cambió. Verlos como personas y conocer a las familias de los fallecidos se fue volviendo parte mía. De hecho, la familia de Numa me invitó a comer y compartí un día entero con ellos. Fue muy lindo poder escucharlos y charlar. Las familias tienen un vínculo de dolor con la historia y de repente -con la película- se abrió la posibilidad de poder conversar sobre lo ocurrido, y eso fue muy sanador desde todo punto de vista. En lo personal, dejó de ser una historia mitológica de supervivencia y pasó a ser una historia mucho más humana. Y me siento parte de ella.
A diferencia de “Viven”, la versión hollywoodense que se había hecho de esta tragedia, la película de Bayona hace foco en las historias particulares de los sobrevivientes y de los fallecidos. ¿Lo siente como un valor agregado?
-Claro, los muestra humanos, no fueron superhéroes. Eran pibes de 18 y 20 años que se comieron el peor garrón de la historia. Iban a disfrutar de un partido de rugby en Chile y de repente se vieron inmersos en una tragedia inimaginable con sus amigos muertos ahí. Y para la familia de los fallecidos es otro cuento. Es lo que muestra la película, las dos caras de un mismo relato: la alegría de los supervivientes y la tristeza de los que pierden la vida.
¿El hecho de que sea una historia tan dura hizo que también se unieran más como actores? El sentido de unión de grupo traspasó la pantalla. ¿Cómo lo lograron?
-Fue un rodaje muy intenso. Y pasó una cosa como grupo que fue espectacular, y es que nos hicimos amigos antes de empezar a rodar. Estuvimos ensayando durante dos meses, tiempo en el que, por ejemplo, salimos a cenar por Barcelona un montón de noches. Empezamos a vincularnos con la historia y con el grupo de una manera muy especial y nos volvimos muy amigos. Eso cambió todo a la hora de estar filmando. Tuvimos un sentido de unión enorme.
Vivieron un rodaje en condiciones adversas y climáticas extremas. ¿Cuál fue la escena que más le costó interpretar?
-La avalancha fue lo más difícil. El avión era chico y éramos como veinte personas ahí adentro, actores más técnicos… Todos ahí apretados, con el techo encima, la ropa mojada. Si querías descansar te recostabas sobre la nieve, que se te metía en la cara; había que excavar también: era un sufrimiento constante. Todo agotamiento físico, todo dolor. Por eso filmar la salida fue un placer. Volver a ver el sol, volver a filmar en exterior fue hermoso. Y sobre el final, la charla de Numa y Nando personalmente también la sentí muy especial.
La vida como único valor. Esa toma de consciencia de que nuestra vida es lo más importante que tenemos. ¿Pudo reflexionar sobre esa premisa?
-Muchísimo. Llevo conviviendo con este proyecto dos años y medio. La cantidad de conversaciones que tuve en ese tiempo sobre la vida y la muerte son infinitas. Profundicé sobre esas cosas y crecí como persona.
¿Le tiene miedo a la muerte después de esta experiencia?
-Siento que no le tengo miedo. No la vivo con temor porque mientras no está, está la vida, y cuando está la muerte ya la vida no está, se fue.
Vivir con miedo a la muerte es un absurdo, es una cárcel de la que no vas a poder salir. Lo mejor es amigarse con la idea de que algún día nos vamos a morir.
En cuanto al debate moral de tener que alimentarse del cadáver de sus compañeros, su personaje se resiste… ¿Sabe por qué? ¿Lo pudo charlar con la familia de Numa en algún momento?
-Para cada uno esa experiencia fue distinta. Vos hablás con un sobreviviente, con otro, y su relato de ese mismo suceso es muy distinta entre sí. Tienen similitudes y puntos de encuentro, pero cada persona es un mundo. Y cada uno se enfrenta a las cosas como puede. En un estado de extrema necesidad, para unos afloran determinados aspectos de su personalidad y, para otros, otra manera de reaccionar. Numa -según me contaron los sobrevivientes- fue una persona que conservó durante muchos días las reglas del llano, las reglas de la vida normal y cotidiana. Pero se encontró en una situación en la que todas esas creencias ya no sirven, no son útiles, no aplican. Y en la medida en la no te adaptes, perdés, porque lo único que tenés que hacer es soltar lo que vos pensás de la vida y arriesgarte a tomar unos pasos hacia un lugar que es desconocido totalmente. Uno no sabe que haría hasta no estar en esa circunstancia. Es imposible determinarlo de antemano. Nadie espera vivir algo así.
¿Y cómo fue trabajar con un director tan premiado y reconocido como J.A Bayona?
-¡Espectacular! Es un director de primer nivel y a su vez una persona que no para de trabajar. Yo nunca vi alguien que trabaje tanto y con tanta exigencia. No te queda otra que ir a la par. Mejor dicho, intentar seguirle el paso, porque nunca podés ir a la par de Bayona. Es un tipo muy detallista, muy estudioso del tema, sabe mucho y profundiza en cada aspecto de la historia. Tiene una explicación para cada plano, ninguna elección es aleatoria. Al mismo tiempo es una persona que dentro de ese control total se permite improvisar, seguir su instinto. Y eso es alucinante. De repente preparaste la escena y cae Bayona con unos papelitos que son la escena nueva que escribió la noche anterior para volver a filmar porque se dio cuenta en el montaje que algo no andaba bien. Te mantenía atento y aprendiendo todo el tiempo. Trabajar con él fue una escuela de cine.
Según declaraciones del propio director, no sólo se trató de contar la historia, sino de explorarla y a partir de esa exploración encontrarle un nuevo sentido a la experiencia
-Eso pasaba todo el tiempo. Te preparabas todo lo que podías, pero al mismo tiempo tenías que estar abierto a lo que iba a pasar ahí.
Más allá de las repercusiones que tuvo y tiene la película, de los posibles premios con la que pueda ser galardonada (fue candidata al Oscar como Mejor Película Internacional, aunque se lo llevó la alemana “Zona de interés”) y de la fama mundial alcanzada por sus actores, Enzo Vogrincic se permite reflexionar acerca del significado que tuvo para él. Le cambió la vida, y lo sabe. “Es un evento muy especial en general, no sólo por la oportunidad profesional sino por la historia que tocó contar, lo especial del proyecto. Hacerme nuevos amigos. Hay mucho detrás de esto que va a seguir formando parte de mi vida, quizás para siempre. Definitivamente, es un cambio de vida”.