Por Silvio Santamarina
Cada vez más criticado por simpatizantes y aliados ideológicos, el Presidente Milei redobla apuestas para mantener la expectativa sobre el futuro de su gestión. Con sus ruidosas giras internacionales, suma enemigos pero también admiradores y curiosos virales. Teoría y práctica del “FOMO” libertario.
La política encuadrada en sistemas democráticos se rige básicamente por plazos. Es lógico evaluar la performance de un gobernante de acuerdo a los “vencimientos” que le va imponiendo la agenda electoral: votaciones legislativas, municipales, presidenciales, a lo que se suman todos los deadlines derivados de la dinámica legislativa y judicial que supone un República.
En definitiva, para gobernar en democracia, se trata de manejar tiempos. A esa grilla temporal exigente se le suma, en países como la Argentina, la altísima presión del cronograma económico y financiero, que no da respiro. En ese Tic Tac (y TikTok) espeluznante se ha convertido el arte de gobernar desde la Casa Rosada y Olivos; casi en ninguna otra cosa.
Llegó la política y los mercados festejan el pacto con la “casta”
Tener claro este escenario es el requisito mínimo para comprender a qué apuesta Javier Milei y en qué juego nos ha metido, a pedido de las mayorías que lo han votado hace muy poco, aunque ya parezca demasiado.
La metodología que cultivaron los gobiernos precedentes (kirchnerismo y macrismo) fue la de “La Grieta”: el primero la creó y el segundo la aprovechó a su favor. Más allá de cualquier valoración ética, el relato de la polarización agrietada requería de tiempo (y dinero) para instalarlo y para adaptarlo a cada desafío de gestión.
Digamos que, a pesar de que estaba montado sobre las posmodernísimas plataformas digitales de comunicación política, el discurso de La Grieta suponía un trabajo artesanal de política convencional, con períodos de maduración, corrección y consolidación. Necesitaba tiempo (y dinero). Dos ingredientes que la administración Milei no tiene en stock, tal como avisó desde el principio. No hay lugar para gradualismos, ni progres ni chetos. Ahora es a lo bestia, o no será.
Por eso es que tanto a los sectores atomizados de la oposición como a los grupos de opinión en teoría afines al flamante oficialismo les cuesta tanto comprender las reglas de la nueva era nacional, donde ya el concepto instrumental de La Grieta no alcanza para descifrar este caos en que vivimos.
La Argentina intensa: el “Pacto de facto” y la convergencia de necesidades
Es curioso que La Grieta ya no exprese una realidad argentina que, en sus fundamentos socioeconómicos, no ha cambiado respecto de los últimos años: tal vez esa paradoja signifique que, en realidad, La Grieta era apenas un truco de ilusionistas, un artefacto que no reflejaba fielmente la realidad de los argentinos, pero que le servía a la clase dirigente (¿La Casta?) para ordenar el tablero de los múltiples intereses contrapuestos y las tensiones complejas de una sociedad impaciente por ver resultados agradables.
Pero si no hay Grieta, entonces ¿qué hay? En principio, como decíamos, hay plazos cortos que se vencen: se habló de una Luna de Miel abreviada por la emergencia inflacionaria, se mencionó el final del verano como una primera etapa de prueba, ahora estamos casi llegando a la mitad del primer año y el tiempo corre sin que se concreten ciertos hitos que propuso el mismo oficialismo. Se fue alargando la aprobación legislativa del paquete de reformas económicas, se pateó el Pacto de Mayo para otro mes, se hace desear el tan anunciado levantamiento del Cepo y ni que hablar de los miles de millones de dólares que pondrían ciertos inversores amigos para bancar la dolarización…
Los logros macroeconómicos que promociona el Gobierno empiezan a sentir el estrés de la prueba de sostenibilidad a mediano plazo, incluso a los ojos de economistas filolibertarios y de referentes externos como el Fondo Monetario Internacional.
Consciente del desgaste y las contradicciones del relato de La Casta para apuntalar el castillo de naipes donde ejerce el poder, Milei volvió instintivamente a las fuentes de su éxito electoral para buscar una fórmula de gobernabilidad. Cuando él repetía que “La Libertad Avanza”, no solo le ponía nombre a una boleta para elegir en el cuarto oscuro. Estaba dándole aire a una profecía autocumplida, estaba inflando una burbuja.
Milei mejoró su imagen positiva, pero más de la mitad de los argentinos desaprueba su Gobierno
Sus críticos lo despreciaban como un loco que cantaba truco con un cuatro de copas en la mano. Puede que haya sido así, pero lo cierto es que aquel experimento burbujeante le dio resultado electoral, tan impactante como la sorpresiva jugada de Cristina Kirchner, cuatro años antes, de postularse como Vice de su subordinado Alberto Fernández.
Y ahora Milei se aferra a su burbuja para gobernar. En esa línea puede comprenderse la gira mágica y misteriosa que viene sosteniendo el Presidente, sumando admiradores y detractores alrededor del mundo, conquistando una audiencia global que ninguno de sus predecesores argentinos cosechó en tan poco tiempo. Elon Musk, Donald Trump, inversores de riesgo y fama, medios influyentes internacionales, el propio Israel lo miran con sorpresa; pero también en los gobiernos de España, Brasil, China, Chile y otros se indignan con este nuevo emergente del populismo libertario. Total que Milei, bien y mal, va alcanzando su sueño de verse validado como interlocutor en buena parte del planeta.
Milei mejoró su imagen positiva, pero más de la mitad de los argentinos desaprueba su Gobierno
Pero no es cuestión de perder más tiempo analizando la psicología del personaje, sino de apurarse a entender cuál puede ser la estrategia del gobernante, si es que la tiene.
Por lo que se ve, la movida es crear expectativas cada vez más desmesuradas en contraste con los datos duros de la cotidianeidad nacional. Ante los nubarrones que se van acumulando en el horizonte libertario local, el plan es seguir siendo pura promesa, tratando de fugar hacia adelante para poner en valor hoy, ya mismo, un futuro que se pueda facturar en millones de dólares de inversiones para revivir a la Argentina. Lo de Milei siempre fue una carrera acelerada contra el sentido común, y ahora lo es más que nunca.
Ante este escenario tan confuso, La Grieta ya no funciona porque no logra encuadrar ni a disidentes ni a admiradores. En realidad, hoy ya no importa tanto quiénes están a favor y quiénes en contra del Gobierno. Más bien interesa saber si creen o no en el futuro de la Burbuja Milei: la nueva división es entre los que estiman que seguirá inflándose y los que diagnostican una pronta explosión. Muy pocos imaginan una pinchadura que desinfle lentamente el experimento libertario argentino. Hay consenso de que la cosa será a todo o nada, y esa persuasión es una ventaja que por ahora mantiene Milei. Y que le da sobrevida a la Burbuja.
HISTORIA INFLAMADA
Sería fácil desestimar de un plumazo la lógica de las burbujas como sistema de acumulación de poder y valor, de acuerdo a la mala prensa que tiene la palabra misma. En la historia financiera, hace ya varios siglos que se utiliza el término “burbuja” en modo peyorativo, como si fuera equivalente a una estafa lisa y llana, un engaño para cazar la mayor cantidad de bobos posibles en la trampa de algún pícaro especulador.
Desde la Burbuja de los Tulipanes en los Países Bajos, la Burbuja de los Mares del Sur en Londres y la Burbuja de Mississippi en París, entre los siglos XVII y XVIII, hasta la Burbuja de las PuntoCom y, -se debate ahora- la temida del Bitcoin, siempre se estigmatizó ese modo de crecer desde la nada, o desde lo extremadamente incierto, propia del Capitalismo.
En muchos casos, “burbuja” resultó ser sinónimo de catástrofe anunciada. En otros, de manía y alucinación colectiva, o como le dicen hoy para explicar los burbujeos del mercado digital: FOMO (Fear Of Missing Out, o “miedo a quedarse afuera”). Algo parecido a lo que el legendario presidente de la Reserva Federal de EEUU, Alan Greenspan, etiquetó como “exuberancia irracional”, para advertir sobre los riesgos del boom bursátil durante los dorados años 90.
Precisamente pensando en la burbuja noventosa, Milei convirtió el revival de la era Menem en política de Estado, patillas incluidas. De allí parece aprender lecciones de la importancia de mantener la bola en el aire, brillante y tensa, contra viento y marea. Esa burbuja -como casi todas- se llena con dólares. Mientras no aparezcan, solo queda inflarla con show presidencial. De eso, sobra.