Por Román Iucht
Una verdadera vida de película. Los sueños, el esfuerzo, los triunfos, los fracasos, las críticas y finalmente la gloria redentora, todo esto enmarcado en una historia de amor. A días del estreno de “Ángel Di María: romper la pared”, la esperada serie de Netflix, Román Iucht ofrece una emocionante reseña de esa carrera que tiene el mejor final posible.
“Se logró, lo logramos. Los amo mucho. ¿Viste? Algún día se iba a romper la pared, se rompió la pared. Me la di muchas veces, pero seguí estando acá, nunca aflojé. Como siempre me enseñaron, siempre estuve ahí y se terminó dando. Los amo”.
Ángel Di María se despidió de la Selección como campeón y figura
La escena conmueve hasta al más duro. El Maracaná, esqueleto de cemento producto de la pandemia, asiste desnudo a una serie de imágenes que solo generan emoción y lágrimas. La sequía de veintiocho años se terminó y el equipo de Scaloni es el campeón del continente. No hay argentinos en las tribunas para celebrar el título, pero hay campeones cuya celebración se escucha hasta lo más alto del Cristo Redentor.
Cada uno de esos futbolistas, flamantes monarcas de América, utiliza la tecnología para acercarse a sus afectos más preciados y así compartir la conquista más importante de sus vidas vestidos de celeste y blanco. Es una postal increíble. Desperdigados en el césped en el que minutos antes jugaron como reyes y lucharon como guerreros, ahora con sus teléfonos celulares en la mano, lloran, gritan y se abrazan imaginariamente con sus familias.
Entre todos ellos, la frase de Ángel Di María retumba en cada rincón. Su voz aguda, entrecortada por tanta angustia que se ha vuelto desahogo, se reconoce en la inmensidad. “Romper la pared” fue la consecuencia de mucho talento, pero sobre todo de esfuerzo, perseverancia y resiliencia.
Del pibe que acompañaba a su papá a repartir las bolsas de carbón por la ciudad de Rosario y sus alrededores, a esta estrella del fútbol mundial, pasaron tantos sinsabores como alegrías.
En el plano internacional, Di María recorrió una carrera excepcional. Nunca fue la figura estelar de sus equipos pero siempre ocupó un lugar destacadísimo y decisivo. Amado en Portugal, donde inició y ahora decidió terminar su derrotero en Benfica. Mimado por los aficionados del Real Madrid por su aporte siempre fundamental. Distinguido y eficaz en Francia cuando iluminó a París vistiendo la camiseta del PSG y ovacionado en la Juventus por sus gambetas, goles y apiladas. Solo en el Manchester United exhibió una caída de tensión mucho más vinculada con una relación con cortocircuitos con el entrenador que con su calidad y compromiso. No hay registro de un futbolista argentino que haya tenido semejante currículum, acreditando una foja de servicios con participación en todas las mejores ligas del mundo. España, Francia, Inglaterra e Italia, además de Portugal disfrutaron de un jugador notable.
La Selección era una canción diferente. La melodía sonaba desafinada o la letra en algún momento era olvidada. Esa capacidad para rendir a pleno en sus clubes se empañaba cuando había que mantener el ritmo vestido con los colores patrios. El problema no era con los pies sino con la cabeza. La presión que Di María se auto imponía se volvía su peor enemigo. El trastorno era mental y se presentaba en recurrentes lesiones musculares a la hora de las grandes citas.
Criticado de forma despiadada por los carroñeros de turno, la obstinación y el deseo de hacer historia fueron más fuertes. Lejos de amilanarse, Di María siguió rebotando contra el muro hasta que encontró su “ángel”. Al apoyo familiar incondicional se le sumó un sostén psicológico que le permitió descomprimir su tensión excesiva y poder empezar a disfrutar el privilegio de ser parte.
Una vez que la pared se destruyó en mil pedazos, todo lo que vino fue inolvidable. Al gol de la victoria en la final ante Brasil en 2021, se le sumaron los que convirtió frente a Italia en la “Finalísima” y el más hermoso de todos, ese con el que cerró una jugada colectiva extraordinaria contra Francia en la final de Qatar 2022. Si le sumamos el manjar de su exquisito toque ante Nigeria para ganar el oro en Beijing 2008, completamos todos los casilleros del formulario.
Su festejo formando un corazón con sus manos como dedicatoria para su hija, se volvió una hermosa costumbre. Sus corridas por la banda para alimentar con asistencias a sus compañeros se hicieron una tradición. Di María dejó atrás los viejos fantasmas y se consolidó con el arma más decisiva detrás de Messi. Sobreviviente, igual que Leo, de la generación que en tres oportunidades llegó hasta finales de Mundiales y Copas América y se ahogó a metros de llegar a la orilla, entendió que el bicampeonato continental obtenido hace un par de meses era una buena razón para cerrar un recorrido fantástico.
Entonces volvió a mostrar una dosis de lucidez infrecuente. Aún vital y vigente, interpretó cuál era el momento de decir adiós y, saciado de gloria, decidió que ya era suficiente. La postal final, absolutamente merecida y soñada, fue levantando la Copa tras ganar la final con Colombia.
Su vida con ribetes cinematográficos en breve será serie, y su ocaso y su gloria estarán en las plataformas digitales. Luego habrá espacio para la despedida en el Monumental, el aplauso y la última ovación.
Valió la pena tanta insistencia. El muro quedó atrás y la pared se hizo añicos. El premio era enorme y, del otro lado, Di María se encontró con la gloria.