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Juan Román Riquelme, y el camino del “Káiser”
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Juan Román Riquelme, y el camino del “Káiser”

Por Román Iucht

El máximo ídolo de Boca siempre generó amores y odios, pero con la pelota en sus pies le dio a su equipo más alegrías que nadie. Hoy, sumergido de lleno en la política del club, ya no alcanza con aquellos gratos recuerdos. Magros resultados deportivos. Inexperiencia y mala praxis en la gestión. Amiguismo. Liderazgo personalista. ¿Sigue Riquelme la senda que llevó a Daniel Passarella del Cielo al Infierno?

Cinco años de carrera como futbolista, desde su debut en 1997, le alcanzaron a Juan Román Riquelme para ganar tres títulos locales, dos Copas Libertadores y una Intercontinental en la inolvidable noche de diciembre de 2000 en Tokio ante el Real Madrid. Aunque luego de sus pasos por el Barcelona y el Villarreal y la vuelta a “su lugar en el mundo”, su currículum acumuló más vueltas olímpicas, ese primer lustro dorado de su historia marcó a fuego su vínculo con el hincha de Boca.

Juan Román Riquelme. Foto NA

Cinco años como dirigente, primero como vicepresidente y desde hace casi doce meses en el sitial más alto del club le han mostrado que el campo de juego es muy distinto a la arena política y que, si bien en el verde césped su talento era inagotable, la gestión suele tener muchas más barreras que la que se le interponía ante un tiro libre que llevaba inexorable destino de gol.

Antes de las elecciones de 2019, el ídolo había coqueteado su desembarco en la vida institucional del club con todos los candidatos, hasta elegir lo que era fue decisión cantada, jugar con la oposición. Ubicado en un aparente segundo plano durante la gestión de Jorge Amor Ameal, Román fue construyendo poder y haciendo valer su condición de bala de plata. Mientras el presidente ejerció sus funciones en cuestiones protocolares, el ex futbolista inició a partir de ensayo y error su camino en la gestión y manejo del fútbol. Su derrotero podría dividirse en tres grandes grupos: dirigentes, entrenadores y jugadores.

CONSEJO DE FÚTBOL

Este es, sin dudas, el espacio más criticado por sus erráticas decisiones, formas y actitudes.

Riquelme confió en viejos compañeros de ruta como Marcelo Delgado, Raúl Cascini, Mauricio Serna y Jorge Bermúdez. Junto a ellos, adentro de la cancha y en distintas etapas, obtuvo los títulos más importantes de la historia para consolidar la idea de “hermandad”. Sin embargo cierta mezcla de inexperiencia y soberbia para gestionar momentos difíciles, que incluyeron negociaciones truncas para la llegada de algunos futbolistas o habilitaciones de refuerzos presentadas fuera de tiempo, apuntaron al círculo íntimo de Román.

Ese núcleo cerrado que también incorpora a su hermano Cristian, opina y resuelve bajo la vigilancia del líder que como siempre tiene el veredicto final. La palabra “amiguismo” se impone sobre la idea de eficiencia, ante cada situación en la que el Consejo queda retratado como un grupo de fieles escuderos del Rey. La dinámica de esta mesa chica parece ser la de asentir y aprobar cada decisión determinante.

ENTRENADORES

Siete técnicos en solo cinco años exponen una inestabilidad evidente que, aún con títulos y vueltas olímpicas, jamás logró consolidar la idea del largo plazo.

En su comienzo -y dando un golpe sorpresivo e inesperado- Riquelme rescató a Miguel Ángel Russo, con quien había ganado la última Copa Libertadores en 2007 conformando una sociedad exitosa. Esa química pareció extenderse cuando en los primeros seis meses de trabajo, Boca le ganó de atropellada el torneo local al River de Gallardo y vivió la alegría más intensa del último lustro.

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Pero lo que vino luego fue un tiempo de desgaste del entrenador, incluso cuando logró quedarse con una Copa de la Liga. Repitiendo el viejo vicio de la dirigencia anterior, la obsesión por conquistar el séptimo trofeo continental (nunca concretada) fue licuando la importancia de cualquier otro logro y esmerilando la coraza que Russo se había forjado hasta llegar a una salida por decantación.

Luego la mirada fue hacia el interior del club y llegaron los ciclos de Sebastián Battaglia y Hugo Ibarra, quienes trabajaban en las divisiones juveniles. Sin experiencia ni recorrido en el profesionalismo, ambos períodos tuvieron alguna consagración pero siempre estuvieron marcados por una irregularidad de resultados tan evidente como el “intervencionismo” de Román y el Consejo.
Permeables a cualquier sugerencia, la última palabra era de los entrenadores pero las conversaciones más o menos formales marcaron a fuego sus etapas como técnicos del plantel superior.

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En la sucesión el elegido era Gerardo Martino, pero su negativa obligó a Riquelme a buscar un plan alternativo. Con Jorge Almirón tanto como con Diego Martínez, las cosas no se modificaron demasiado. Si bien es cierto que Boca llegó a una final de América en 2023, la inestabilidad futbolística del equipo, sobre todo cuando salía de La Bombonera, se volvió una costumbre tan habitual como las charlas con el técnico de turno.

La ausencia de autonomía e independencia siempre ha estado sobrevolando al trabajo de todos los técnicos que han asumido el cargo en los últimos años. Intercambiar ideas con el actual presidente del club y sus asesores, parece algo lógico pensando en su conocimiento el juego, pero la demarcación de límites siempre asoma como una materia difusa.

Román ya no puede manejar los tiempos del juego desde el campo como lo hacía con un arte único y entonces, ubicado en un papel de reparto, pareciera haber un problema de distancia para su deseo de “ser parte”. El palco está demasiado alejado y el banco de suplentes demasiado cerca.

JUGADORES

Riquelme no es un presidente común. Por eso resultan llamativas algunas decisiones tomadas del otro lado del mostrador olvidando su pasado de futbolista.

La “bajada” del micro de los jugadores como ocurrió tiempo atrás luego de una derrota, hubiera sido inaceptable en los tiempos en los que él vestía la camiseta azul y oro. Del mismo modo, los conflictos con los líderes de los diversos planteles como Izquierdoz o Tévez recordaron sus desacuerdos con Macri y contrastan de forma radical con su rebeldía ante la figura presidencial, con el inolvidable “Topo Gigio” incluido.

La decisión intransigente de marginar a nombres como Valentini, Rossi o Pavón ante la negativa de los futbolistas de extender sus contratos se transformó en una política institucional, tanto como la polvareda que levantó la salida de Barco, el anuncio de alejamiento de Pol Fernández o el nulo intento por repatriar a Mateo Retegui.

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Sí se acertó con la incorporación de jugadores de clase internacional como Cavani (el mejor refuerzo de su gestión), Merentiel y Zenón, pero nunca se comprendieron las razones por las que también llegaron Diego González, Facundo Roncaglia o Gary Medel, lejos de sus versiones ideales y fuera de cualquier radar apetecible de incorporaciones.

Las ventas multimillonarias de Anselmino y Exequiel Fernández han dotado a las arcas del club de dinero fresco, por lo que el próximo mercado deberá ser quirúrgico para afrontar a mediados de 2025 el Mundial de Clubes con una actuación destacada.

Los magros resultados del semestre inicial de este año, que se llevaron puesto a Diego Martínez, trajeron en el arrastre una situación hasta aquí inédita. Además de los cuestionamientos para nombres pesados como Romero o Rojo, por primera vez Román sintió que algo de su póster inmaculado se había manchado.

La lógica amigo-enemigo que desde la política nacional parte en pedazos al club ya no fue un argumento suficiente para explicar la conducta de muchos hinchas o socios que votaron al 10 para presidente pero cuestionan algunas decisiones.

El soberano expresó su malestar y cierto hastío. El amor por el ídolo con botines es incuestionable. Su persuasión y predicamento quedó en evidencia cuando pudo detener poniendo el cuerpo los incidentes producidos por los barras algunos días atrás por la Copa Argentina, pero la gestión desgasta incluso hasta a los más queridos.

Gago es el nuevo piloto de tormentas que debe obtener resultados en breve y la continuidad en la Copa Argentina se transformó en el atajo que podría llevar al equipo a la Libertadores del año próximo.

Artime en Belgrano de Córdoba y Verón en Estudiantes son ejemplos de buenas gestiones en el paulatino desembarco de exfutbolistas en la gestión dirigencial. Otros como el “Káiser” Daniel Passarella en River y Carlos Babington en Huracán solo conectan con procesos dolorosos y caóticos.

Riquelme se juega un pleno fuerte. Sabe que no debe fallar.

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