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Trump lo hizo de nuevo (gracias al progresismo)
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Trump lo hizo de nuevo (gracias al progresismo)

Por Alfredo Casado

Donald Trump lo hizo de vuelta. Y esta vez con más contundencia. No dio lugar a largas esperas. Nos equivocamos quienes pensamos en una o varias jornadas de expectativa. En pocas horas arrasó en los comicios de los Estados Unidos para transformarse por segunda vez en presidente de la primera potencia económica y militar del mundo.

Se hablaba de elección reñida y de los famosos siete estados que definían el acto eleccionario. Pues bien: el multimillonario, egocéntrico, judicializado, burlón y agresivo logró traspasar las pantallas, llegar con sus discursos incendiario y estar cerca de la gente para aniquilar a una Kamala Harris que fue el manotón del ahogado Partido Demócrata tras la deserción de Joe Biden.

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Son muchos los puntos para el análisis, pero dada la magnitud del resultado y el impacto que puede causar en todo el orbe, nos detendremos en los efectos políticos entre derechas duras y progresismo o moderados. Por un lado, se encuentra el voto a un candidato con procesos judiciales, dialéctica de matón que propició un asalto al Capitolio, que destrata a quien sea sin ningún pudor y sabe resurgir de las cenizas de una derrota para imponerse por segunda vez sobre una contrincante de experiencia política.

En el lado opuesto, una fuerza devastada por el declive de su presidente, Biden, que decide enfrentar a un misógino con una candidata mujer, afrodescendiente y con rasgos de cierto progresismo.

La elección estadounidense y el triunfo del otrora outsider Trump deja muy expuestos a los colectivos de la progresía cool urbana universitaria elitista y altanera, tanto en Norteamérica como en varias otras naciones, incluida la Argentina.

Se escucha por estas horas a algunos referentes de esas corrientes expresarse como si fueran conservadores de la década del ’50. Me refiero a aquellos a quienes en la Argentina se denominaba “gorilas”, que señalaban a los peronistas como gente inculta que votaba sin educación, comprados con un choripán; “cabecitas negras”, les llamaban. Ahora, algunos progres de allá y de acá dicen que los laburantes, los obreros industriales o los campesinos que apoyaron al republicano o a Milei son personas sin cerebro, sin neuronas, sin educación, que votan según ellos- a la derecha sin pensar.

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Esa idea sectaria, chiquita y desesperada proviene de grupos que han producido un caldo de cultivo ideal para el desarrollo de mesiánicos capaces de, en poco tiempo, erigirse triunfadores. Alguien se preguntó cómo Trump había ganado si tenía en contra a los artistas y a los intelectuales. Con la mirada perdida y una voz lánguida alguien le contestó: “Gano justamente por eso, por tener en contra a artistas e intelectuales”.

El desafío de esos sectores de centro izquierda con gran oratoria para hablar de los pobres, pero con escasa experiencia de pobreza, es acercarse a los de abajo. Entender que la decisión de los desposeídos no pasa exclusivamente por el aborto, las leyes de género y los derechos de las minorías. Esas luchas son trascendentes, pero no las únicas, y a veces hay prioridades o etapas.
Tampoco se puede lucrar o corromperse utilizando las banderas de ideales maravillosos que sirven luego al enriquecimiento de advenedizos y audaces.

En Estados Unidos y otros países occidentales las experiencias de pobreza son distintas y de menor magnitud; un obrero de una automotriz en Detroit lo que quiere es saber cuál será su futuro, su destino y el de su familia. No desprecia los derechos, pero los coloca en una instancia inmediatamente posterior a todo aquello que le garantice cierta seguridad de trabajo y bienestar.

Por ello, la lección de Trump es de enorme influencia en múltiples aspectos, pero en especial para los Bukele, los Orban, los Milei o las Bolsonaro. Conforman un club con un líder superior. Pero ese hombre, es sorprendente al punto de, quizás, hacer arreglos con Maduro, el gobierno chino o de conocer in situ algo que ninguno de ellos conoce: Corea del Norte.

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Los opositores a esas ideas que hacen de la crítica a los votantes su momentánea bandera de lucha quizás debieran recordar frases del pasado que nunca pierden vigencia: “Los pueblos pueden equivocarse. Es mentira que los pueblos no se equivocan. Pero lo que no pueden permitirse aquellos que quieren cambiar la historia es menospreciar la opinión de esos mismos pueblos”.

Por el contrario, deben estudiar y analizar una y otra vez los motivos y razones de por qué ganan los Trump o los Milei, y plantearse qué responsabilidad les cabe en esa decisión popular.

Si no lo hacen y no modifican sus conductas el camino a los extremos seguirá accesible y fértil.

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