Por Javier Pianta (*)
El Gobierno de Javier Milei ha irrumpido en la política argentina con un estilo comunicacional que combina desorden calculado, confrontación y símbolos potentes. Los insultos del presidente, más allá de su estridencia, forman parte de un método: generar ruido, polarizar y desviar el foco de las críticas sustantivas hacia la forma.
Este desorden aparente se refuerza con una estrategia reactiva de sus acólitos, quienes se convierten en replicadores de la narrativa oficial a través de redes sociales y declaraciones mediáticas. La descalificación indiscriminada es una herramienta que busca dividir el terreno en «ellos contra nosotros», apelando al hartazgo de una sociedad desencantada con la política tradicional.
A este caos discursivo se suman anuncios que, aunque oportunistas, logran recuperar la agenda pública y resonar profundamente en lo simbólico. La eliminación de las jubilaciones de Cristina Fernández de Kirchner y Amado Boudou, seguida del envío de un proyecto de ley para suprimir las PASO, son medidas que no solo buscan modificar estructuras del sistema político, sino también recalcar una narrativa de cambio radical. Estas acciones, revestidas de gestos potentes, tienen el propósito de consolidar el relato del Gobierno como destructor de privilegios y defensor de un «pueblo» supuestamente olvidado.
“Presidente Duchamp”: Javier Milei y la incorrección política al poder
Giuliano da Empoli, en “Los ingenieros del caos”, describe cómo los líderes de extrema derecha construyen discursos polarizantes que apelan a las emociones más viscerales. El Gobierno de Milei parece haber adoptado este enfoque, utilizando el lenguaje del «anti» -anticasta, antitradicional, antiélite- para conectarse con una sociedad que siente que la política le ha fallado. En este escenario, los insultos y la confrontación no son solo excesos, sino partes deliberadas de un método diseñado para mantener al Gobierno en el centro del debate público.
Por otro lado, las medidas como la eliminación de las PASO no son meros gestos administrativos, sino maniobras cuidadosamente calculadas para capitalizar un momento histórico de desafección ciudadana. Taleb, en “Antifrágil”, argumenta que ciertos sistemas se fortalecen en el caos; del mismo modo, un gobierno que genera controversia constante encuentra en esa misma polémica un refuerzo de su poder.
Cada acción disruptiva de Milei, lejos de debilitarlo, amplifica su narrativa, consolidando una base de apoyo que percibe estos gestos como una cruzada contra el statu quo.
El impacto de estas estrategias no se limita a las medidas concretas que se implementen, sino a cómo estas se inscriben en la mente colectiva. Los anuncios de Milei, al posicionarse como rupturistas, apelan a un sentimiento profundo de desencanto y frustración, ofreciendo una alternativa que se construye no tanto desde lo que promete, sino desde lo que destruye. En este contexto, el simbolismo es clave: quitar las jubilaciones a dos figuras emblemáticas del kirchnerismo o cuestionar el valor de las PASO no solo son decisiones políticas, sino gestos que reafirman una narrativa de «limpieza» del sistema.
La asunción de Milei, la batalla simbólica y los desafíos de la realidad
La pregunta que subyace es si esta estrategia de caos y polarización puede sostenerse en el tiempo. Por ahora, Milei parece haber entendido que en una sociedad fatigada, el ruido y el simbolismo tienen más impacto que los discursos técnicos. Su estilo, por momentos agresivo y desbordado, conecta con una ciudadanía que busca algo diferente, aunque sea desde el conflicto. Así, la política argentina se reinventa en el desorden, y Milei, como un ingeniero del caos, utiliza ese terreno para construir su propia fortaleza simbólica.
(*) Docente y consultor en comunicación política