Por Martín Redrado (*)
Argentina tiene en sus manos una gran oportunidad, pero transformarla en crecimiento genuino y sostenible requiere de un plan integral que termine de consolidar la macro y empiece a recuperar la micro. Martín Redrado analiza en exclusiva cómo será 2025, un año bisagra para cumplir esos objetivos, y propone una serie de políticas para lograrlos.
Al cumplirse casi un año de gestión, el Gobierno ha logrado instalar en nuestra sociedad el valor del equilibrio en las cuentas públicas. Hacia adelante, la mayoría de los argentinos rechazará a quién proponga un “plan platita” o utilizar al Banco Central como la tarjeta de crédito del gobierno. Con este activo, se ha instalado en ciertos ámbitos, el siguiente concepto: “la macro está bien, la micro está por verse”.
Una política económica exitosa y perdurable debe constituirse por la convergencia de cuatro vectores: el fiscal, el financiero, el monetario y el cambiario. En el primero se ha logrado brindar certidumbre; en el segundo el logro es aún parcial; y en el tercero se ha establecido una autoridad monetaria con independencia en el manejo de los instrumentos y con un diferencial clave: no se financia más al sector público. Sin embargo, no queda clara la política de emisión cero, ya que los dólares comprados en el mercado oficial de cambios no se vuelcan en su totalidad al mercado financiero (según cifras oficiales, unos US$ 661 millones desde el 13 de julio, cuando se anunció este esquema; además, las compras en los últimos 60 días ya superan los US$ 2.800 millones).
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La mayor incertidumbre queda hoy en la política cambiaria. Se entiende que el esquema de devaluación preanunciada (crawling peg) al ritmo del 2% mensual es solamente transitorio. En nuestro enfoque como “hacedores” de política económica creemos que es necesario brindar un horizonte permanente que permita la “convivencia” entre el peso y el dólar a libre elección de los argentinos, en el marco de un tipo de cambio flotante, con política monetaria anticíclica. Es decir, con un Banco Central acumulando reservas a medida que haya ingreso de capitales, para pasar a ser vendedor de divisas en momentos de gran volatilidad cambiaria, impulsada por factores exógenos.
Hacia 2025, las miradas están puestas en los vencimientos de deuda en moneda extranjera, que superan los US$ 20.000 millones, considerando aquellos con organismos internacionales, tenedores privados, provincias y Bopreal. Así, el foco está en intentar maximizar las posibles fuentes de divisas, como el superávit comercial, el RIGI, los préstamos al sector privado originados en el blanqueo, la reducción del riesgo país y la generación de nuevos acuerdos con organismos multilaterales de crédito.
En este sentido, resta un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
En el actual faltan aún la novena y la décima revisión, en un marco de metas fiscales y monetarias cumplidas, pero no así las cambiarias. La meta de reservas netas se habría incumplido en el mes de septiembre, así como otras estructurales como la eliminación del dólar blend. Debe recordarse que en anteriores revisiones técnicas el staff del organismo mencionaba que se debían “dar los primeros pasos hacia un marco de política monetaria y cambiaria mejorado”, así como se advertía que la tasa real de política monetaria debería volverse positiva para respaldar la demanda de pesos y la desinflación, y que la política cambiaria también debería volverse más flexible para reflejar los fundamentos y salvaguardar la desinflación, así como la acumulación de reservas.
Más aún, se debe tener en cuenta que hoy nuestra economía está «con cepo» y «sin reservas». Mañana mismo el Gobierno podría decidir estar «sin cepo», pero también estaría «sin reservas». Dado este riesgo, el equipo de Fundación Capital le brinda baja probabilidad a este escenario. Llevará tiempo estar «sin cepo» y «con reservas», rango óptimo para la política monetaria y cambiaria de la Argentina.
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En números, en un ejercicio teórico (“strest test”), la demanda potencial de dólares son los pesos que tiene el sector privado (personas y empresas) tanto en depósitos bancarios, como en títulos públicos; y eso suma $ 100 billones. Por otro lado, el BCRA no tiene reservas para usar en el mercado de cambios, ya que si bien las reservas brutas alcanzaron los US$ 30.500 millones, los pasivos de corto plazo son US$ 36.000 millones y por tanto las reservas internacionales netas son negativas en unos US$ 5.500 millones.
Por su parte, los indicadores adelantados del último bimestre evidencian cierta dificultad para consolidar una recuperación. Así, el año concluiría con un producto per cápita en niveles similares a 2020 y 2005. Por ende, el desafío es lograr un crecimiento más allá del rebote natural. Para ello resulta necesario un enfoque estratégico que privilegie el desarrollo económico y social, a través de tres vectores, el consumo, la inversión y las exportaciones.
Para ello, nuestro país necesita no solo una transformación y simplificación impositiva, sino también una modernización laboral y logística, una profundización del mercado financiero y una política internacional dedicada a generar nuevos mercados para la producción nacional, junto al incremento de las inversiones. Para generar este nuevo horizonte, Argentina debe hacerlo tomando como base la innovación como elemento diferenciador. Esto se logrará con incentivos para programas en investigación y desarrollo del sector privado. Es decir, impulsando una política permanente que priorice la inversión en conocimiento como eje de nuestro desarrollo.
La resolución de los problemas de corto plazo debe estar alineada a los cambios estructurales que Argentina precisa para consolidar un crecimiento sostenido de por lo menos 3,5% anual. La meta es alcanzar una tasa sólida y poder mantenerla en el tiempo.
Esto requiere: incrementar la inversión (nacional y extranjera) en bienes y servicios transables y en infraestructura; favorecer conductas innovativas; propiciar una creciente interacción entre la economía del conocimiento y el resto de las actividades tradicionales. Además, es preciso incrementar el ratio de investigación y desarrollo (I+D) en relación al producto de manera pro-cíclica (a partir de una regla de +0,05%/PIB anual en años de crecimiento de más del 3%), estimular la I+D privada a través de incentivos impositivos y crediticios, formar recursos humanos para la innovación, estimular una mejor articulación entre el sector productivo y el sistema científico-tecnológico, promover el desarrollo de proveedores innovadores desde la empresa privada.
Desde el sector público nacional, provincial y municipal, se debe incrementar en cantidad y calidad la inversión en infraestructura a efectos de ir reduciendo los sobrecostos, ya sea por aportes privados o de organismos multilaterales, mejorar el desempeño logístico diversificando los modos de transporte de carga y articulando la multimodalidad como parte de la agenda de mejora de la competitividad. En materia de conectividad física y digital, se debe reducir la brecha como uno de los principales desafíos para el próximo decenio en las diferentes regiones del país.
De este modo, Argentina debe plantearse un enfoque estratégico cuyo norte sea el desarrollo integral. Nuestro país necesita tener un camino productivo, federal y basado en la innovación.
En síntesis, estos son los cuatro pilares para construir un cambio profundo, que sea bisagra en nuestra historia:
● Revolución impositiva: ampliar la base de tributación, bajar impuestos para nuevos trabajadores que se incorporen a la vida laboral. Para que el superávit fiscal sea sustentable, hay que lograr que más argentinos salgan de la informalidad y puedan contribuir a través de sus impuestos a poder bajar la relación con el gasto público.
● Revolución exportadora: Argentina tiene que ser una máquina exportadora para generar dólares genuinos y no de endeudamiento. Se necesita generar una integración productiva con el mundo que nos permita duplicar nuestras exportaciones. Tenemos que trabajar por una industria que sea competitiva, por servicios que puedan exportarse así como las marcas argentinas se inserten en el mundo, como objetivo de la política exterior. En la misma dirección, es necesaria una ley de infraestructura para bajar los costos de transporte, impuestos y que, en definitiva, nuestros productos sean más baratos para exportar.
● Federalismo: que le dé a las provincias la capacidad de hacer su propio esquema de desarrollo. Un primer paso para subsanar la desigualdad territorial sería derogar de manera perentoria la casi totalidad de las asignaciones específicas. Luego, fijar la distribución primaria y secundaria con base en los criterios constitucionales, enfatizando en las modificaciones sobre las competencias, servicios y funciones entre la Nación, las provincias y la ciudad de Buenos Aires. En este nuevo marco es necesario actualizar la coordinación tributaria federal que posibilite una necesaria modernización tributaria que potencie la competitividad de los sectores productivos.
● Innovación: invertir en innovación y conocimiento. Hay que generar innovación sobre todo para los jóvenes, para que la Argentina pueda genera 3 millones de puestos de trabajo a menores de 30 años en los próximos 4 años.
Sólo con una agenda de este calibre y una probada capacidad de implementación, dejaremos atrás un pasado de frustración colectiva. El equilibrio presupuestario es condición necesaria pero no suficiente para alcanzar un desarrollo sostenido e inclusivo. Una vez más, el tren de la historia pasa por el andén de Argentina. Estará en todos nosotros no dejar pasar esta oportunidad.
(*) Director de la Fundación Capital y expresidente del Banco Central