Por Alfredo Casado
El Mundo. ¿Qué es el Mundo? En la televisión los gurúes económicos de siempre y los nuevos hablan del Mundo. Para la derecha, sea moderada o liberal extrema, el Mundo es Occidente y en especial EEUU. Es el Mercado. Es el Capitalismo.
Milei no mintió. Si en materia de política exterior hubo alguna sorpresa es la morigeración de algunas actitudes y algún gesto para entender que el rigor de los números, su tema, se impone sobre la fiereza de la ideología de ultraderecha. China es el ejemplo más patente.
La cuestión no solo es Milei, Cristina o Macri. El tema central es el lugar donde está parada la Argentina frente al interés estratégico de ese Mundo al que se aspira pertenecer.
Es imposible dividir la diletante experiencia argentina de los sectores políticos que dominaron los distintos gobiernos en las últimas dos décadas. En menos de 20 años en Mar del Plata se arremetió contra el ALCA y se indigestó a un presidente norteamericano que luego se fue a visitar a Lula. A la par se llevó al otrora revolucionario y después dictador Fidel Castro para que hable frente a la Facultad de Derecho y durante años bailamos al ritmo caribeño del comandante Chávez. Sin olvidar que nos metimos en líos por un memorándum con Irán. Casi todo bajo los efectos exagerados de la sobreactuación permanente contra el imperialismo.
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Hace poco, el exministro Julio De Vido le dijo a este reportero que “el problema no es el imperialismo, sino el nivel hasta el que los gobiernos se bajan sus pantalones ante ese poder”.
Milei es un hombre que se vio favorecido por el vergonzante espectro progre cool urbano que pulula en la Argentina y que hace unos quince años se atrincheró para darle entidad al relato K. Tras la muerte de Néstor Kirchner, esos sectores coparon el pensamiento y, desde la el arte, los medios oficiales, el cine, la música y las luchas por los derechos, muy legítimos por cierto, creyeron ser la voz del pueblo todo, a la vez que algunos se aprovecharon de las arcas del Estado ocupando puestos u obteniendo subsidios y plata, mucha plata para sus proyectos. En ese mismo cuadrante podemos ubicar a determinadas universidades que se posicionaron con la ideología imperante que lejos de ser revolucionaria era más bien un aprovechamiento de la ola.
Todo aquello fue un formidable caldo de cultivo para un Milei que supo, con perspicacia, entender por dónde podía filtrar su anarco capitalismo brutal y agresivo. Identificó el mensaje no solo de los que estaban sentados junto a una pileta en un country medio pelo de zona norte. También captó al de abajo. Visualizó el hartazgo por los “maestros Siruela” de la política que daban lecciones aprendidas en añoranzas y vivencias que no vivieron de los ‘70. A los pobres, los progres les hablan de una pobreza que no conocen, que no viven y que no sufren. Cuando esa misma progresía habla de los ricos, en algunos casos, parecen hacerlo con envidia y no con convicción de clase.
El establishment vio en Milei a un ser en un estadio superior a Macri y a su liberalismo y alineamiento con Estados Unidos. Macri es sistema, pero Milei es extremo. Y muchos, aunque hoy lo padezcan, siguen seducidos por su antipopulismo, pero en especial por el antiprogresismo que profesa casi religiosamente al igual que su particular entorno.
Hay una cantante que triunfó en Rusia. Se ubica en el arco progre y es defensora del movimiento LGTBI. Sin embargo, a la hora de recibir el pasaporte ruso, de la Rusia de Putin que persigue gays y minorías, no tuvo ningún empacho en obtener con alegría el documento. Ese es el progresismo berreta y acomodaticio que cansó a buena parte de la sociedad y que le calzó de maravilla a Javier Milei y su propuesta tanto en los planteos domésticos como en el lugar donde pensaba posicionar a la Argentina.
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Más allá de la inflación y los dislates preelectorales de política interna, Milei ya perfilaba lo que iba a hacer en materia de relaciones internacionales, un campo más difícil para su accionar mediático. Su estilo de rockstar sirvió de puente a otros derechistas más pacatos en cuanto a formas y estridencias retoricas. Comenzaron a verlo como experimento interesante de comunicación masiva. Vox, Meloni, Orban, Bolsonaro, Bukele y el mismísimo Trump lo observaron como una aparición fulgurante, excéntrica y aprovechable.
El presidente argentino no escatima en agresiones sean personales a Lula y Boric, o a organismos mundiales. Por caso, la ONU es receptora de sus furiosos ataques, en especial a la hora defender el accionar de Israel en el Oriente Medio.
El Estado Judío es una de sus prioridades. Y en ese objetivo colocó a la Argentina en una alianza que supera lo conocido hasta hoy. Es claro que se deben mantener buenas relaciones con Israel; lo que llama la atención es la carnalidad de la misma, el simbolismo exagerado y la falta de una mínima critica al accionar, por ejemplo, militar de escarmiento israelí en Gaza tras la matanza del Hamás, cosa que el socio mayor, EEUU, pese a ser el sostén de Israel, suele ejercitar.
Cuando Milei ataca, sus palabras, siempre suelen tener carga de anticomunismo. El mínimo gesto de disgusto puede llevar a frases descalificadoras incluso para probados liberales como el presidente uruguayo Lacalle Pou, quien padeció el castigo ideológico por la sola idea de rescatar algún rol de Estado.
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Milei también se embanderó en la causa ucraniana a tal punto que Volodímir Zelenski estuvo en su asunción.
El idolatrado Trump es la cuestión. El presidente electo de los EEUU lo llenó de atenciones en un viaje reciente de Milei a la Florida. Pero algunos nubarrones pueden cernirse sobre esa relación. En algunos temas, Trump no piensa exactamente como Milei y, además, es imposible que potencias militares y económicas mundiales sigan los dictámenes de líderes de países de menor poderío. Si el republicano adopta comportamientos como los que anunció en el manejo de la situación mundial, es claro que Milei deberá acomodarse o quedará en contradicción con su par más poderoso del norte.
Malvinas es un tema que manejen sin demasiado fervor. Y con errores que llaman la atención. En los organismos internacionales se cometieron dislates en cuestiones de derechos de la mujer y los pueblos originarios. En cuanto a Cuba, buscó marcar una diferencia sideral con gobiernos anteriores, al igual que con el tema Venezuela.
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A nivel regional, las formalidades del Mercosur saturan a un presidente que aspira a tratados de libre comercio por doquier.
Milei cumplió en parte. Fue más pragmático en algunas cuestiones económicas y exaltó las posiciones derechistas en los atriles, aunque después sus equipos ejercieron la diplomacia de manera más profesional.
El tiempo nos dirá si la dimensión de Milei genera un efecto internacional sólido o es solo una pintoresca novedad.
Como les sucedió a otras administraciones, habrá que esperar para saber si hay conciencia del lugar real que ocupa Argentina o si se pretende actuar de manera grandilocuente en geopolíticas mundiales donde lo que opina la Casa Rosada poco importa.
Por ahora, Milei parece más subyugado con estar al frente de esta última hipótesis, con el fin manifiesto de instalar al liberalismo extremo como un fenómeno de aplicación en todo el mundo.