Por Rolando Klempert
Noemí Blager es argentina. Se recibió de arquitecta en la década del ’80 en Buenos Aires y comprendió pronto que, si quería hacer una carrera siendo joven y mujer, estas tierras no eran el lugar indicado en aquella época. Vivió en Barcelona y finalmente se instaló en Reino Unido, donde ya vivió más de la mitad de su vida. Y allí conoció las grandes e históricas obras de Europa, aprendió con grandes maestros y también fue construyendo una red profesional que expandió su mundo y su mente.
Para ella, llegada desde los márgenes del mundo al centro del Norte Global, fue una revelación ver que, dicho en criollo, “la taba se estaba dando vuelta”. Europa y otras grandes potencias comprendían que sus recursos del mundo no eran infinitos y no tenían la gimnasia que sí podían tener los latinoamericanos o los africanos para hacer mucho con poco. Estaban acostumbrados a construir en la abundancia.
Así nació en 2019 “A lot with Little”, literalmente “Mucho con poco”, una muestra innovadora que reúne la obra y las ideas de diez reconocidos arquitectos de todo el mundo, quienes impulsan una arquitectura sostenible, consciente, responsable, con impacto social, con materiales locales y con una deslumbrante visión artística.
En una entrevista exclusiva con Newsweek Argentina, cuenta de qué se trata y por qué la arquitectura puede transformarse en un espacio de resistencia y de transformación de las mentes (y de las vidas de las personas).
¿Cómo nace “A lot with Little” y qué significa en un contexto global tan complejo en el que la sustentabilidad se ha vuelto una necesidad y, a su vez, es puesta en discusión por distintos sectores políticos?
-Bueno, literalmente significa “Mucho con poco”. Yo estudié arquitectura durante la primera mitad de los años ’80. Cuando en Argentina volvió la democracia, acá mirábamos todo lo que se hacía en Europa y en EEUU, y tratábamos de hacer lo que hacían ellos. Pero no teníamos ni la menor idea de lo que estaba pasando en los países vecinos, con una realidad económica más parecida a la nuestra. Cuando me gradué como arquitecta, me fui a Europa; iba paseando y pensaba “hay tanto para aprender de Europa y tanto por hacer en Argentina…”. Décadas más tarde, a finales de los ’90 e inicios de los 2000, viviendo ya en el Reino Unido (tras un tiempo en Barcelona), se produjo el “efecto Guggenheim”, en Bilbao y comenzó a multiplicarse exponencialmente una arquitectura muy banal, en la que los museos eran como las catedrales. Antiguamente las catedrales eran el símbolo de una ciudad, y ahora las ciudades se peleaban a ver quién hacía el museo más espectacular. Todo era espectáculo, tenía que sorprender. Pero se notaba cada vez más un mundo en el que los recursos son finitos, en el que medioambiente está padeciendo los abusos.
¿Y a qué conclusión llegó en esa experiencia en Europa?
-Estuve en una de las bienales de arquitectura de Venecia y vi cómo cada país trataba de mostrar algo espectacular. Tristemente, países latinoamericanos como Argentina no llevaban lo genial que se hacía acá, sino lo que fuera parecido a lo que se hacía en Europa. Una lástima, porque una de nuestras mejores características es lo que se conoce como “pensamiento lateral”, la gran habilidad de hacer mucho con poco. Trabajar con los recursos disponibles y tratar de hacer todo solamente con lo que hay. ¡Realmente hay mucho ingenio! Al ver esa banalidad y esa falta de economía (porque la economía es inteligencia, pragmatismo, no desperdiciar), entendí que se habían dado vuelta las cosas: había llegado el momento de que el gran Norte Global desarrollado empezara a mirar al Sur Global y a aprender de la actitud de estos países con menos recursos, porque ahora son ellos los que se están quedando sin recursos.

«A lot with little» sigue dando la vuelta al mundo llevando un mensaje de sostenibilidad
¿En qué percibió ese proceso de cambio?
-Por ejemplo, si a un arquitecto británico o a un gran estudio corporativo uno va con un proyecto y le dice ‘necesito una escuela con 15 aulas, un gimnasio, una piscina, un laboratorio y un cine pero mi presupuesto son 15 millones de la moneda que sea, la respuesta va a ser “me encanta el proyecto y lo haría con gusto, pero regrese cuando pueda agregar otro cero al final”. En cambio, aquí tenemos casos ejemplares como el de la italiana Lina Bo Bardi, que en 1946 se fue a vivir a Brasil, donde vio y vivió la realidad del lugar, y se propuso trabajar con lo que encontraba. Hizo cosas maravillosas. Y si alguien le hubiera llevado el mismo proyecto del ejemplo a ella o al argentino Rodolfo Livingston, pero con un presupuesto de un millón y medio, lo hubieran hecho igual, usando chapa acanalada, escombros, restos de otros materiales… Le falta ingenio a un mundo que se acostumbró a la abundancia. La escasez alimenta la creatividad. Así nació la idea de esta exposición.
Estos artistas-arquitectos que usan su creatividad para construir con pocos recursos y forman parte de la muestra, ¿también deben reflejar la identidad local o el modelo sigue siendo el europeo?
-Es que sus recursos están en un radio local, pueden ser reciclados o ser cosas realmente sostenibles para ese lugar en particular. Cuando inicié la búsqueda, lo primero que pensé es hacer algo sobre Latinoamérica, que es lo que más conozco, pero un amigo crítico de arquitectura me dijo “¿por qué solo de Latinoamérica?”. Tenía razón. En Europa hay arquitectos muy artistas que consiguen trabajar con esta economía, aun en el mundo de la abundancia. Por caso, hay dos arquitectos belgas en la exposición -Jan de Vylder e Inge Vinck- que usan materiales que normalmente no son utilizados en la construcción. Por lo tanto, cuando hacen una casa muchas veces les cuesta conseguir la aprobación. Les dicen “¡eso se usa para hacer topa, no construir casas!”. “To Think outside the box”, se suele decir. Ellos tampoco miran los catálogos de construcción de la propia Europa; miran todo y se inspiran con todo. Me hacen pensar en Marcel Duchamp, que no veía un urinal, sino arte. El artista ve cosas que el hombre de a pie no ve. Ellos enriquecen el vocabulario de la arquitectura con su obra y transforman la mirada.
¿Esto es algo que se puede percibir en la muestra?
-En la exposición hay cuatro grandes temas: Vivienda, Educación, Transformación de edificios existentes (a mí me gusta más “transformación” que “reuso”) y Arquitectura de emergencia. Todo el mundo pensaba que en el eje de la Vivienda íbamos a abordar la vivienda social. En efecto, abarcamos la vivienda social, pero también la vivienda privada. Que una persona tenga mucho dinero no es excusa para usar mármol de Carrara o una piedra sacada de una cantera al otro lado del mundo. Se puede hacer algo fantástico con recursos locales, como lo hace el paraguayo Solano Benítez, reciclando cosas. No hay excusas para no hacer una arquitectura sostenible y con impacto social.
“A lot with Little” tiene diversas etapas: la búsqueda de esos arquitectos-artistas; la documentación de sus obras; y finalmente la exposición, que es virtual, pero también física. ¿Cómo es eso?
-No es un documental, sino una “instalación fílmica”. Yo comencé con este proyecto en 2019 y luego llegó el COVID-19. Esa fantástica ventana llamada Zoom me permitió concretar esta exposición. Cuando inicié la investigación, tenía que ir a todos los lugares distantes del mundo: desiertos, glaciares, selvas, zonas inundables, zonas sísmicas. Buscaba arquitectos cuya obra fuera sensible al tema del medioambiente y a la realidad que vivimos, pero no tenían que haberlo hecho en los últimos años siguiendo las normativas. Tenían que haber trabajado así naturalmente. Y sus proyectos tenían que tener también un impacto social, que contribuyera a la comunidad no solo en el uso, sino también en la forma de producir. Cuando uno hace una exposición con varios arquitectos, ellos tienen que aceptar formar parte de ella. Antes de la pandemia tenías que ir a verlos personalmente, y yo no podía ir a Níger y ni siquiera en París, porque implicaba un costo muy alto y no tenía sponsors al inicio. Vía Zoom fui hablando con todos los que me interesaban y ninguno me dijo que no. Al principio tuve un solo Pritzker Prize, que es como el Nobel de arquitectura; ahora tenemos tres de los diez incluidos en la muestra. Una vez que juntamos y enhebramos este material fuimos creando una narrativa.
Me interesaba especialmente contar la arquitectura desde la experiencia del habitar: no quería ni la foto de la arquitectura ni una maqueta, porque la arquitectura no se completa hasta que no está habitada. Yo soy una fanática de Borges, quien solía decir que por cada cuento había tantas narrativas como lectores. Es el lector el que completa la obra con su propio imaginario.
¿Cómo se expresa esa arquitectura sin tener físicamente la obra en sí, y más una obra tan tangible como la arquitectónica?
-Hay arquitecturas porosas que permiten que el habitante penetre y se haga parte, contrario, por ejemplo, a ese minimalismo, una especie de barroco o rococó en el que las fotos se hacen siempre antes de que lleguen los habitantes. Cuando viene el dueño y mueve una silla, arruinó todo. Nosotros mostramos arquitecturas para vivir. Entonces, ¿cómo comunicar una arquitectura para vivir en una exposición, sin hacer que la gente vaya a ese edificio? Para mí, el film es la mejor manera. Claro que tenés que tener un muy buen filmmaker. Nosotros ya habíamos hecho esto en una exposición sobre Lina Bo Bardi: una instalación fílmica trabajando con un artista que hizo una instalación de objetos y lo trabajamos con diseñadores y distintos creadores. A esa exposición había que ponerla en un container (porque estuvo en 12 ciudades) y viajar de un lugar al otro. Pero nosotros queríamos hacerlo con la menor huella de carbono y llegando más lugares y personas. El video es un archivo digital que puede viajar a todos lados con menos contaminación. Está hecho en tres pantallas simultáneas para que sea inmersivo, que te envuelva en la experiencia y habites esos lugares.

Noemí Blager (en esta foto, en Bélgica) afirma que hoy Europa mira a América Latina, África y otras regiones emergentes para aprender cómo construir con escasos recursos
¿Se envía un archivo y la muestra se instala en cada lugar?
-¡Exacto! Yo mando el archivo a cada lugar y son ellos quienes montan la muestra con lo que tienen disponible, con los materiales locales. En Chicago compraron tres pantallas por Amazon porque el espacio era pequeño; en Praga se usó una pared de proyección de 24 metros y parecía que podías penetrar la pantalla; y también se han usado andamios. Es muy flexible, y cada lugar pone lo suyo.
Es clave el rol del curador, digamos…
-Claro. En verdad, yo soy la curadora de esta exposición pero, al mismo tiempo, intercambio con la institución local y sus curadores. Se hace una conjunción considerando lo que a ellos les inspira.

Noemí Blager junto a una arquitecta peruana en una de las obras escogidas para la muestra
De los diez arquitectos que forman parte de la muestra, ¿cuál cree que es el que mejor refleja el espíritu de “A lot with Little”.
-Es muy difícil, porque son todos excelentes y podría hablar horas de cada uno de ellos. Sin embargo, podría mencionar el caso de Solano Benítez, de Paraguay, porque es el más cercano a la Argentina. Solano es arquitecto, artista, filósofo, un genio de la construcción, un inventor. Pero, además, tiene un extraordinario sentido de la humanidad. Para él todo importa, y aprende de todo y de todos. Tiene una forma de trabajar muy particular. Por ejemplo, va a las zonas donde hay desechos de construcción y ve qué puede recuperar. Y hace verdaderas obras de arte en países en los que la tecnología no es la más avanzada y, además, falta trabajo. Solano desarrolla montajes sencillos, que no requieran una gran sofisticación manual, pero de una enorme sofisticación intelectual y creativa. Crea sistemas que permiten que una persona sin la menor formación pueda participar de la construcción de obras complejas. Genera trabajo y conocimiento, lo que se traduce en posibilidad de acceder luego a otros trabajos.
¿Algún otro que haya hecho algo sorprendente?
-Francis Kére desarrolla su obra en África (empezó en Burkina Faso y luego extendió su obra a otros países del continente). El Lago Turkana, en Kenia, donde filmamos su obra, es una zona desértica. Allí no hay realmente mucha gente que sepa de construcción. Durante la pandemia desarrolló un sistema para que cualquiera pueda construir con su conducción a distancia. Allí no había nada, ni electricidad, ni agua, ni mucho menos trabajo. Tuvo que conseguir trabajadores de las comunidades locales vecinas, y muchas mujeres aprendieron a hacer un montón de cosas. A partir de esta obra, empezaron a tener trabajo en otras partes de su región, porque eran las únicas personas capaces de hacer eso. Yo hablé con una ingeniera de Nairobi que quedó varada en Turkana por el COVID y ella, como africana, soñaba con desarrollar torres al estilo occidental, con muros cortina. Eso no funciona para nada, más allá de que se consigan los materiales. Sería un desastre por el clima local.
Ella me contaba (y lloraba mientras lo hacía) que junto a Francis Keré descubrió lo maravilloso de la creatividad local, que había que aprender de cómo se resolvían las cosas con los recursos propios, que el clima árido era pésimo para lo que ella imaginaba. Y también descubrió que había belleza en lo local, lo ancestral, lo auténtico. Y que se podía crear, reinventar, hacer mucho con lo existente. Estos arquitectos transforman mentes. La gente empieza a sentir orgullo de lo propio.
Además, la longevidad de una obra arquitectónica es lo que le da sostenibilidad. Una obra deja su mayor huella de carbón cuando se construye; entonces, si dura 200 años será infinitamente mejor que una que dura 50. Y para que dure mucho la gente tiene que enamorarse de esa obra. Ese enamoramiento es el que hace que la gente lo cuide y procure que permanezca.
Usted destacaba el “pensamiento lateral” de estos arquitectos artistas, pero también ese es un poco su camino: una argentina pensando la arquitectura global desde los márgenes, pero viviendo en Reino Unido, el corazón del mundo desarrollado.
-Sí. Yo viví en tres países: en Argentina, España y más de la mitad de mi vida en Reino Unido. Miramos desde la orilla, desde los márgenes, y tenemos una mirada distinta. Es como mirar por un periscopio; uno observa algo que le resulta diferente desde el fondo marino, y tu mirada es diferente de la de alguien que está en la superficie. Así se recibe un montón de información que no es tan obvia para quienes dan todo por hecho. Es como que no pudieran ver lo que está delante suyo. Obviamente, hay algunos que sí pueden… Como extranjera, como inmigrante, como deambulante del mundo, mi mirada es diferente.

La belleza, la complejidad y la simpleza de la obra de Francis Keré en África
El mundo actual, y sobre todo a partir del triunfo de Donald Trump, está avanzando hacia una nueva centralidad del Norte Global. EEUU, pero también Europa, Rusia, China y hasta India pelean por esa centralidad. ¿No es utópico hoy defender la descentralización de la cultura?
-Cuando tengo que definir “A lot with Little” suelo decir que es un movimiento descentralizado. Hay muchos grupos, arquitectos, individuos que no están conectados como en el movimiento moderno, en el que todos miraban qué estaba haciendo Le Corbusier o la Bauhaus. No. Ahora el movimiento no es necesariamente subterráneo, pero incluye a gente muy consciente, muy sensible y cuya práctica de la arquitectura es muy diferente de la central. Hay una consciencia social y medioambiental muy potente y una economía de los recursos disponibles, materiales y humanos. Un arquitecto de Canadá me decía el otro día: “Noemí, tenemos que traer ‘A lot with little’, ahora más que nunca, precisamente por Donald Trump”. Hay gente que está haciendo lo mismo en distintos lugares del mundo y realmente no sabe lo que está pasando en otras latitudes. Es un movimiento de mucha fuerza, pero que no se promueve. Estos grupos políticos que ignoran y niegan el cambio climático, solo buscan el poder y no les importa la gente de a pie. Por eso creemos que es necesario comunicar este movimiento (también a los políticos) con un lenguaje que todos podamos entender, como el del film.
¿Puede ser la arquitectura un lugar de resistencia?
-Totalmente. El mensaje de la muestra es optimista. Es mucha gente haciendo cosas muy positivas y muy buenas. Hay que sensibilizarse. Afortunadamente, hay una generación de chicos muy jóvenes a quienes les importa mucho lo que pasa y saben que el mundo se disfruta cuando todos disfrutamos. Antes había muchas cosas que no se sabían, pero hoy sí. Ya no hay excusas: hacer las cosas mal es hacerse el tonto, habiendo grandes posibilidades de hacerlas bien, sin agredir a nuestro planeta.