En la clínica de Múnich que lo emplea, Franzi realiza impecablemente su trabajo de limpiar el suelo. Pero en plena pandemia de coronavirus, este robot locuaz ha encontrado otra función: arrancarle una sonrisa a los pacientes y al personal sanitario.
“¿Te puedes apartar, por favor? ¡Tengo que limpiar!”, dice la máquina con una voz aguda en alemán, a todo aquel que se pone en su camino, programado con antelación.
Y para los que no le hacen caso, Franzi insiste con voz más determinada: “¡Tienes que apartarte, ¡Quiero limpiar!”. Y si esto no basta, derrama algunas lágrimas digitales de sus ojos formados por dos LED que cambian de color.
“Con la pandemia, las visitas están prohibidas por lo que Franzi distrae a los pacientes”, cuenta Constance Rettler, de la empresa Dr. Rettler, encargada de la limpieza de la clínica Neuperlach y que ha proporcionado el robot.
Tres veces al día, el artefacto recorre el vestíbulo del hospital con una bayeta automática que hace las veces de pies. Los pacientes, divertidos, le toman fotos. Otros “discuten” con el aparato de menos de un metro de altura.
“¡Ah, aquí estás amigo!”, dice una señora mayor, con el gotero en el brazo, cuando lo ve.
“Recientemente, una de nuestras pacientes bajaba tres veces al día para hablar con él”, dice Tanja Zacherl, responsable de la limpieza en la clínica.
APOYO PARA LOS EMPLEADOS
“Nacida” en una empresa de Singapur, Franzi se llamaba Ella y hablaba inglés antes de llegar a Múnich a principios de año. Pero su alemán es perfecto cuando cuenta a sus interlocutores que “nunca quiere crecer” y que la limpieza es su pasión.
Si se lo piden, lo mismo puede cantar una canción de rap que algunos clásicos alemanes.
A los que temen que Franzi le quite el empleo a los trabajadores de carne y hueso, Rettler asegura que ese no es el objetivo.
El robot se destinará más bien a “apoyar” a sus colegas humanos, difíciles de encontrar, sobre todo en tiempos de coronavirus.
“Con la pandemia, hay que hacer muchos trabajos de desinfección en los hospitales”, cuenta. “Nuestros empleados pueden concentrarse de las partes altas mientras Franzi se encarga del suelo”.
De hecho, el robot tiene sus límites: no llega a las esquinas y si encuentra un obstáculo se queda quieto y empieza a llorar. Sólo un humano puede venir a ayudarle.
Tras un periodo de prueba de varias semanas, el hospital ha adoptado a Franzi. La empresa Rettler ha decidido mantenerlo pese a que cuesta 40,000 euros.