Por Gisela Asmundo
Es considerada una de las pintoras más importantes de fines del siglo XIX. La influencia que ejerció en el panorama artístico de Dinamarca y su manera distintiva de pintar la luz fueron fundamentales para repensar la pintura danesa.
Anna Kirstine Brøndum Ancher nació el 18 de agosto de 1859, en Skagen, un municipio situado en el punto más septentrional de Dinamarca continental, que se caracteriza por el clima ventoso y las fuertes olas que azotan las playas. Además de la singularidad geográfica del lugar, la ciudad es reconocida por sus casas típicas con tonos estridentes, sobre todo amarillas, rematadas por techos en color rojo ladrillo.
Hija de Erik Andersen Brøndum y Ane Hedvig Møller, sus padres poseían el Hotel Brøndums. El hospedaje supo tener como huésped ilustre al famoso escritor de cuentos infantiles Hans Christian Andersen durante los mismos días en que Anna nació. Casualmente, fue dicho escritor quien fomentó la visita de varios pintores de la época a Skagen, ese «desierto entre dos mares rugientes» como solía describirlo Andersen.
Uno de esos artistas fue el pintor Michael Ancher, que durante la década de 1870 también se hospedó regularmente en el hotel familiar. A lo largo de esos años conoció a Anna, con quien finalmente se casó en 1880 y de esa unión nacería una hija, Helga Ancher. Gran parte de la cultura de la época hacía hincapié en la realización de la mujer dentro de su propio hogar, pero a pesar de las imposiciones sociales, Anna continuó pintando casi en secreto, al punto que mantenía sus pinturas ocultas en cajones.
Su interés por la pintura había surgido desde muy joven, familiarizándose desde temprana edad con los artistas del norte de Jutlandia. Antes de casarse había estudiado dibujo en Copenhague, donde comenzó a desarrollar un estilo propio, pionero en la interacción de diferentes colores con la luz natural. También adoptó los estudios e investigaciones de los impresionistas sobre los colores complementarios y durante una breve estadía en París formó parte del taller de Pierre Puvis de Chavannes. Recién en 1913, con alrededor de cincuenta años, tuvo su primer estudio, el cual dejó retratado en una de sus pinturas. Para esa época ya era reconocida y respetada por la comunidad artística de Skagen, lugar donde permaneció por el resto de su vida.
AL MEDIODÍA (1914)
La luz del sol sobre una pared es un motivo clave y recurrente en la obra de Ancher. En este cuadro, se aprecia particularmente el tratamiento de cómo ingresa por una de las puertas y se proyecta etéreamente por los cuartos. Aparece la utilización de tonos ocres en el piso de madera y la viga que atraviesa el techo del recinto, otro rasgo característico de sus obras. El espacio recortado del aposento enfatiza los pequeños zuecos que se direccionan hacia la pared. Se percibe la influencia de Chavannes, conocido por recortar las imágenes para enfatizar los aspectos monumentales, una tendencia asociada directamente al advenimiento de la fotografía.
En esos tiempos Europa también estaba influida por el arte japonés. En 1885, Karl Madsen, historiador de arte y amigo de la artista, publicó el libro Japansk Malerkunst, un texto pionero sobre el arte de Japón, en el que detalla las características espaciales del mismo, incluidos los objetos cortados con nitidez y el abandono de la perspectiva en el sentido occidental. Adoptando estos principios, Ancher trabajó sobre estas temáticas y profundizó en la idea de qué tan simple puede ser un fondo o qué tan vacío puede ser el espacio visual.
Al mediodía es puro ascetismo, se logra percibir cierta religiosidad, que remite al trabajo diario, como lo hace la obra “Un par de zapatos”, de Van Gogh. Ésta última, fue analizada por el filósofo alemán Martin Heidegger en el famoso ensayo “El origen de la obra de arte”, en el que teoriza sobre el modelo fenomenológico como método que busca el fenómeno; es decir, por un lado «lo que se muestra a sí mismo», lo manifiesto, y por el otro «eso que aparece», en este caso, la esencia de la obra de arte y aquello a lo que refiere. (Elena Oliveras, Estética, La cuestión del arte, 2004, p. 269).
Heidegger sostuvo con respecto a “Un par de zapatos de Van Gogh”: «[…] las botas campesinas las lleva la labradora cuando trabaja en el campo y solo en ese momento son precisamente lo que son. Lo son tanto más cuanto menos piensa la labradora en sus botas de trabajo, cuando ni siquiera las mira ni las siente. La labradora se sostiene sobre sus botas y anda con ellas. Así es como dichas botas sirven realmente para algo.
Es en este proceso de utilización del utensilio cuando debemos toparnos verdaderamente con el carácter de utensilio. […] A través de este utensilio pasa todo el callado temor por tener seguro el pan, toda la silenciosa alegría por haber vuelto a vencer la miseria, toda la angustia ante el nacimiento próximo y el escalofrío ante la amenaza de la muerte».
La obra «ha hablado» y al escucharla nos trasladamos «a un lugar distinto del que ocupamos normalmente». “Un par de zapatos” muestra cuál es la esencia del útil. Pero no solo eso, sino también permite ver cuál es la esencia de la obra de arte como apertura del ser del ente y su desocultamiento.
Según Heidegger: “Verdad significa esencia de lo verdadero. Pensamos la verdad recordando la palabra alétheia, el desocultamiento del ente”. Para Heidegger la obra de arte nos revela un «mundo» es decir la atmósfera espiritual de una época determinada, un conjunto de ideas, creencias y costumbres, lo que vivió el individuo en ella. Por otro lado además de abrir un mundo también revela la «Tierra», el hic et nunc («aquí y ahora») de la obra, a la cual se refieren siempre nuevas interpretaciones y que suscitan siempre nuevas lecturas, es decir nuevos mundos posibles. Para el filósofo la obra de arte es un «combate» entre el «mundo» y la «tierra» eso significa que hay una lucha entre lo que se muestra y lo que se oculta, entre lo decible y lo indecible, entre lo inteligible y lo ininteligible.
LUZ DEL SOL EN LA HABITACIÓN AZUL (1891)
Esta obra despertó gran interés en los artistas de la comunidad de Skagen por la intensidad del color azul que se puede apreciar en la imagen. Los temas pictóricos de Ancher suelen mostrar escenas íntimas de mujeres y niños, y en este caso se trata de su hija Helga.
El vestido de la niña y las sillas tapizadas hacen eco en el azul de las paredes y realzan la composición; mientras que el amarillo del cabello rubio produce el mismo efecto en las cortinas y la alfombra, así como el cuello marrón rojizo del vestido con el mantel. La niña está tejiendo al crochet, inmersa dentro de un halo lumínico de las últimas horas de la tarde. Una planta exterior se refleja en la pared, y también claros rayos de sol en el piso alfombrado, en donde delicadamente se vislumbra un pequeño ovillo de hilo blanco con el que teje Helga.
A medida que se recorre la obra marcada por luces y sombras profundas, se logra percibir la paz de aquel recinto de su propia niñez en el que retrata a su hija.
LUZ, ESPACIO Y COLOR
Ancher creció en un hogar cristiano, y junto con su madre y hermanas formaban parte del movimiento Home Mission que había llegado a Skagen en la década de 1870. Por otro lado, pertenecía también al círculo artístico de mentalidad liberal que no atribuía ningún valor a las ideas religiosas. Al analizar sus obras, es importante considerar esta dualidad.
En la historia del arte, muchas veces la luz ha sido relacionada con aspectos religiosos y divinos, como un símbolo de algo trascendental. Sin embargo, estas asociaciones religiosas suelen descartarse en el caso de Ancher y se atribuyen en cambio a influencias de pintores del movimiento moderno danés de la época, como son el caso de Theodor Philipsen (1840-1920), quien conoció a Gauguin, siendo el único impresionista danés de su generación, Vilhelm Hammershøi (1864-1916) y Valdemar Schønheyder Møller (1864-1905), entre otros.
La luz en sus imágenes es asociada a una representación objetiva del mundo, mientras que los motivos religiosos, aparecen como referencias a la vida en Skagen. Los temas referidos a su ciudad natal buscan transmitir el sentimiento bucólico de la comunidad local, en los que experimentó con la luz, los colores y la simplificación en relación a la geografía del lugar.
La manera en que Ancher utilizó el color fue distintiva desde el comienzo de su carrera y la destacó entre los demás pintores de Skagen. Estaba fascinada por los colores intensos y brillantes: amarillos, rosas, púrpuras. Su paleta distintiva combinó colores que utilizaban los impresionistas con tonos ocres y siena tostados, ambos rústicos y tradicionales, tanto de los interiores como exteriores, de las edificaciones campesinas danesas.
Estas composiciones de espacios evocadores del paisaje nórdico, es una categoría específica que disfrutó de una prominencia particular en la década de 1890. Gran parte de las obras de Ancher poseen un estudio del paisaje, algunas parecen estudios casi abstractos en los que se encuentran dos planos de color predominantes, mientras que otras están cargadas de atmósferas con marcados valores simbólicos.