Por Natalí Harari
Para el actor, director, autor y productor teatral, en Argentina se ha vuelto sumamente difícil hacer teatro, no solo por el impacto del ajuste en el bolsillo de los potenciales espectadores, sino también por la instalación e prejuicios acerca de los artistas. Su mirada y sus últimas puestas en escena, en diálogo con Newsweek Argentina.
Claudio Tolcachir es director teatral y creador de varios éxitos de la escena local que comenzaron en el under y llegaron a convertirse en suceso masivo. Hace 20 años tiene en cartel uno de sus clásicos, «La omisión de la familia Coleman», mientras continúa con su trabajo en su lugar especial, «Timbre 4», aquella casa que supo transformar en espacio teatral, sala de ensayo, lugar de aprendizaje y sitio donde presenta al público sus obras.
Actualmente divide su vida entre Argentina y España porque tiene varios proyectos laborales en Madrid, pero quiso venir a Buenos Aires para retomar otra de sus pasiones. Claudio Tolcachir se subió al escenario para protagonizar «Rabia», un monólogo que atrapa al espectador.
En diálogo con Newsweek Argentina, el dramaturgo contó de qué trata esta obra que lo tuvo una vez más sobre el escenario el pasado 6 de agosto en el Teatro Metropolitan. También se refirió a la situación del país con respecto a la cultura y calificó a la presidencia de Javier Milei como «una tragedia».
¿De qué va “Rabia”?
– “Rabia» es una obra basada en la novela de Sergio Bizzio, con la adaptación realizada junto a Mónica Acevedo, María García de Oteyza y Lautaro Perotti. Cuenta la historia angustiosa de José María, quien tras un grave incidente se esconde en la buhardilla de la mansión donde trabaja su amor, Rosa. Allí se convertirá en un fantasma testigo de la vida de los dueños y de Rosa, sin poder hacer nada ante las injusticias de las que es testigo. Tendrá que ingeniárselas para vivir desde la buhardilla: buscar comida o poder hablar con Rosa, al tiempo que deberá huir de su propio yo interior. Es una maravilla, es una especie de thriller que cuenta el desarrollo de un personaje durante la historia con amplitud y originalidad. Un juego que a mí, cuando lo leí hace más de 10 años, casi 15 años, me había vuelto loco.
Y decidiste llevarlo al teatro…
-Nunca había pensado en hacerlo teatro, pero el año pasado que estábamos buscando un nuevo proyecto para hacer algo que nos interesara, algo que sea desafiante se me presentó “Rabia” como monólogo. Nunca había hecho la adaptación de una novela. Era nuevo, nunca había actuado yo solo en el escenario. Existen proyectos que nos toman el cuerpo de manera prácticamente obsesiva y no nos sueltan hasta poder ver la luz. “Rabia” es uno de esos. Desde que leí la novela, quedé atrapado por imágenes, sensaciones, instantes que me marcaron profundamente hasta que intuí que ese placer morboso que me provocaba revisitar la historia podía ser una ceremonia teatral única y fascinante.
¿Por qué decidiste arriesgarte a hacer tantas cosas nuevas en un mismo proyecto?
-Contar esta historia es sumergirse en la aventura más riesgosa. Riesgosa la historia del protagonista, riesgosa la misión de desplegarla en el espacio. Pero ¿para qué hacer teatro si no vamos a saltar al abismo, enloquecernos de amor y de susto? ¿Si no vamos a temblar antes de empezar, abrazados con quienes le dan sentido a nuestra vocación y a nuestro trabajo? Dirigí a Lautaro Perotti en este caso, en general soy yo el que lo dirijo a él. Así que bueno, eran cantidades de desafíos nuevos para emprender que se ponían interesantes. A mí lo que me encanta de este proyecto o de esta propuesta es como que el teatro sea un espacio de inspiración. Porque el espectador, a partir de lo que va escuchando y de lo que va viendo, pero sobre todo de lo que el mismo espectador va imaginando, empieza a construir este relato, esta historia. Y cuando termina la función, muchos espectadores nos dicen, yo vi, siento que vi todo, que vi la casa, que vi los personajes, que estuve en las situaciones. Yo creo que el teatro está bueno cuando se transforma en un espacio de imaginación y de conmoción sensorial.
¿Cómo es ser tu propio director?
– En este caso la dirigimos juntos. Lautaro Perotti y yo compartimos la dirección. Pero bueno, como yo por supuesto estoy adentro del escenario, era muy importante la mirada de él, como te decía, de María y Moni, que eran el equipo que completaba el trabajo. La actuación es mi primer amor y entonces es muy emocionante para mí hacerlo; hasta te diría, si querés, es muy sanador estar ahí. No me animaría a hacerlo si no fuera porque creo que el relato es absolutamente maravilloso, fascinante, que no te suelta en ningún momento, que todo el tiempo produce cambios y sorpresas que hacen que el espectador esté atado a lo que pasa en la escena. Eso a mí me da mucha seguridad y mucho placer hacerlo porque recibo las reacciones de la gente. Y es verdad, muchas veces sos director y estás afuera, pendiente del todo. Poder estar un rato actuando y que las cosas sucedan en mi cuerpo y pensarlas y producirlas ahí es algo muy enriquecedor para mí, muy sanador.
Tenés una larga trayectoria en el mundo del teatro. ¿Cómo ves el teatro hoy?
– Depende del punto de vista. Desde lo creativo es fascinante. Me parece que siempre hay propuestas interesantes. Hay mucha producción, hay mucha sorpresa. Hay como un estado de investigación permanente en las condiciones que sean. Ahora, desde el punto de vista de poder hacerlo, de la producción, digamos, de que la gente pueda producir, ya ni te digo poder vivir del teatro que siempre fue difícil, pero ahora te diría que se transformó en algo casi imposible. Las salas se están cerrando porque es imposible sostenerlas; entre alquileres, impuestos y producir una escenografía, hacer teatro se volvió algo imposible. Pero bueno, los grupos siguen, seguimos haciendo, ayudándonos, y el público por suerte se acerca, nos cuida, nos acompaña y eso se agradece.
¿El público está consumiendo menos teatro?
-Por supuesto. El público tiene menos dinero para comprar entradas, y para que la gente pueda comprar las entradas, tienen que ser razonablemente económicas. Es como una cadena. Nadie está pudiendo ayudar al teatro ni a ningún tipo de emprendimiento. Nadie está pudiendo ayudar a que la cosa crezca y se desarrolla. Al contrario, estamos tratando de sostenernos.
No hay una propuesta que dinamice o que contenga lo que es la producción teatral. Pero bueno, ese es el momento en que estamos como país. Con tanto talento que hay acá, debería ser al revés: debería estimularse todo esto del arte. Lo mismo sucede con la ciencia, con el deporte, con cualquier emprendimiento que tenga que ver con la producción. Hay un gran pie que está aplastando todo el deseo de hacer, el deseo de desarrollarse. Lo están haciendo muy difícil.
Al trabajar también en España, ¿notás estas diferencias?
– Es muy diferente. Por un lado, allá no hay un teatro independiente como existe acá. Es un modo de producción que no está desarrollado. Y sí, hay muchos espacios de exposición, muchas posibilidades de hacer giras internas por España, muchos teatros oficiales donde se puede recargar. Por supuesto, siempre es difícil, porque el teatro siempre es un esfuerzo. Pero está muy lejos de esta idea que se trata de instalar acá de que el arte son unos vagos que quieren planes para sobrevivir. Se entiende que el teatro es un oficio y el arte es algo fundamental, y se entiende que ese desarrollo también implica un movimiento económico y un movimiento de trabajo. Se entienden las cosas de otra manera y se las apoya. Hay profesionales, técnicos, actores, artistas, escenógrafos que están en un circuito de trabajo. Y, por supuesto, lo organiza también el Estado.
Parece quedar claro qué pensás de Javier Milei.
– Me parece una tragedia, una tragedia tremenda, absurda y muy dolorosa. Muy dolorosa, sobre todo por haber sido elegido democráticamente. Eso es lo más doloroso y lo más desconcertante. Pero es una tragedia comprobable, ¿no? Con ver cómo está la gente, cómo la están pasando, las cosas que están pasando. Pero parece ser una tragedia aceptada por ahora. Ojalá que haya un cambio.