Por: Emilia Zavaleta, creadora de Mulanas *
Todos conocemos el pasado exclavista en este continente, y aún somos testigos de las injusticias que se perpetuan en torno a la población erróneamente llamada “de color” con el hashtag #BlackLivesMatter (Las vidas negras importan). En Argentina, si le preguntamos a cualquier persona sobre la población afro, es muy probable que conteste “acá no hay negros”. Es cierto que, a diferencia de Brasil o Uruguay, es menor la cantidad de gente de origen africana que podemos ver en el día a día. Sin embargo, se estima que alrededor de 1.500.000 argentinos e inmigrantes en el país son de origen afro. Y su presencia tiene que ver con nuestras raíces y nuestra historia. La visibilización histórica de nuestro colectivo cultural sigue siendo una cuenta pendiente.
En Buenos Aires, hace 200 años, el 20 % de la población era afrodescendiente, en gran parte por causa del comercio de esclavos iniciado en el siglo XVI y su descendencia radicada en el Río de la Plata como mano de obra. Cuando se terminaba el siglo XVIII, los afros, mulatos y zambos eran mayoría en varias provincias. En el año 1813 se declaró la libertad de vientres y se redujo la comercialización de esclavos en el territorio, pero las labores que llevaban a cabo los “negros” continuaron, sin derechos ni mejoras en la escala social. A principios de 1800 se los podía ver en rubros como vendedores ambulantes, albañiles y soldados, pero quienes más quedaron en el arte histórico nacional fueron las mujeres. Ellas se encontraban al borde del Riachuelo lavando las ropas de las grandes mansiones, en el servicio doméstico y la cocina, confeccionando vestimentas y en esa pintoresca imagen tantas veces inculcada en los actos patrios como la vendedora de pastelitos dulces con pañuelos rojos a lunares blancos en la cabeza.
La visibilización histórica de nuestro colectivo cultural sigue siendo una cuenta pendiente.
Felipa Larrea, la última esclava argentina, fue retratada en 1910 en su casa en Cañuelas en la revista Caras y Caretas. Una sobreviviente a los vaivenes de la historia. Una mujer nacida días antes de la Revolución de Mayo, que vio pasar amos y damas, dueños y dueñas, hijos e hijas, gobernantes y compatriotas. Se casó con otro esclavo como ella, Ignacio Larrea y trabajó en casas de familias como la de Don Valentín Díaz, Doña Josefa Lavalle y la familia Marcó del Pont. Fue testigo de uno de los actos trágicos más memorables de la historia, el fusilamiento de Camila O’Gorman. Su descendencia fue perdiéndose por los barrios de Buenos Aires pasando inadvertida ante la mirada sesgada de la construcción histórica nacional.
Las “pardas”, como se las denominaba en aquellos tiempos, también se han destacado en el ámbito reservado únicamente para el sexo masculino, ya que al no pertenecer a las castas más privilegiadas – ni siquiera a las criollas de menor rango – se les permitía formar parte de trabajos forzosos y soldadescos propios de los ejércitos patrios. Sus roles fueron fundamentales durante las guerras de emancipación, tanto en el combate como socorriendo a los heridos.
Una de ellas fue Josefa Tenorio, granadera del ejército de San Martín, quien se enlistó en el Plumerillo para cruzar los Andes. La negra esclava de Doña Gregoria Aguilar, al enterarse de que, de ganar la guerra los realistas, todos los que habían sido declarados libres volverían a la esclavitud; decidió alistarse para prestar servicio en los Ejércitos de la Patria. Su batalla era por la libertad propia y de todas aquellas personas que querían romper con las cadenas de la esclavitud. Y para ella su sexo no era impedimento para ser útil en las filas. Luego de sufrir el rigor de la campaña, le escribió al gran prócer, pidiendo garantías sobre su libertad, a lo que el General contestó: “Téngase presente a la suplicante, en el primer sorteo que se haga por la libertad de los esclavos. Nadie se ocupó nunca de ella, quizás por el hecho de haber sido una negra esclava. Pero su heroísmo, merece y obliga al rescate de su nombre y su hazaña, como también del humilde premio solicitando su propia liberación como ser humano, porque esto es parte de la historia”.
El rol de «las pardas», como se las denominaba en aquella época, fue fundamental durante las guerras de emancipación, tanto en el combate como socorriendo a los heridos.
De igual manera fue el rol que cumplió María Remedios del Valle, acompañando al ejército auxiliar del Norte al mando del General Manuel Belgrano y sufriendo las heridas de la patria en el frente de la batalla. En la batalla de Ayohuma fue tomada prisionera por los españoles y azotada públicamente durante 9 días. Volvió a Buenos Aires, viuda y sin sus hijos para mendigar por las calles donde hoy se encuentra el Mausoleo del General Belgrano. Tiempo más tarde, fue reconocida por Viamonte como la Negra María y su caso se llevó a la Legislatura porteña, que finalmente le otorgó el grado de Capitana. En las memorias de Bartolomé Mitre se encuentra una mención a quien se la recordaba como la Madre de la Patria: “Nunca se ha hecho un elogio más grande de las tropas argentinas, y merece participar de él una animosa mujer de color, llamada María, a la que conocían en el campamento patriota con el sobrenombre de Madre de la Patria.” María Remedios del Valle Rosas, murió el 8 de noviembre de 1847, fecha en la que se transformó en el “Día Nacional de las y los Afroargentinas/os y la Cultura Afro”, según la Ley 26.852.
María Remedios del Valle fue tomada prisionera por los españoles en la batalla de Ayohuma y azotada públicamente durante 9 días.
Durante décadas, los historiadores, políticos e intelectuales han intentado construir una identidad nacional basada principalmente en la herencia europea. Al igual que a los pueblos originarios, se obvió por mucho tiempo el aporte crucial de los esclavos y sus descendientes al desarrollo económico, cultural y político en la Argentina, ocultando un racismo indiscutible. Cierto es que la población afrodescendiente decreció por las guerras, las epidemias y la alta mortalidad infantil. Pero ello no justifica la invisibilidad de su legado.
La negación de nuestras raíces culturales, que no necesariamente se ven en los rasgos físicos, es un desacierto para el desarrollo de la identidad nacional. Nuestra descendencia es múltiple y variada, como lo es nuestra cultura, con ingredientes africanos, indígenas y europeos. Es cuestión de conocer un poco más, y observar en el día a día esas pequeñas costumbres que llevan el sello del pluralismo cultural argentino con raíces afro: el guiso de mondongo, la influencia musical del candombe en la milonga y el malambo, la Madre de la Patria y ese tan particular lunfardo porteño de “bochinche y quilombo”.
* Emilia Zavaleta es Licenciada en Relaciones Internacionales, egresada de la Universidad del Salvador. Es magíster en Integración Latinoamericana y escribe relatos sobre mujeres de la historia latinoamericana “Mulanas”.
@sermulanas