Es una película sobre Maradona que no está dedicada a Maradona. “Ahora que mi familia se desintegró ya no me gusta la vida. Quiero una vida imaginaria. como la que tenía antes. Ya no me gusta la realidad. La realidad es vulgar. Por eso quiero hacer cine”, dice Fabietto, un joven napolitano que intenta encontrar su lugar en el mundo luego de perderlo todo.
Durante la década de 1980 Nápoles era una ciudad pequeña y tranquila. En la costa sureña, a orillas del Mar Mediterráneo, Fabietto creció con su madre, su padre, su hermano y sus decenas de tíos y primos. Navegaba en barcos, tomaba vino por las tardes, pero lo que unía de verdad a su familia era el futbol.
El equipo local de Nápoles, en ese momento, era de medio pelo: tiene posibilidades, pero no apuestas a su favor. Sin embargo, todo eso cambió el 29 de junio de 1984, cuando la agrupación oficializó el traspaso de Diego Armando Maradona desde la escuadra del FC Barcelona.
Tras meses de especulaciones en los periódicos locales, los italianos se hicieron de uno de los mejores jugadores del mundo antes de que se convirtiera en la leyenda eterna. La pasión de los jóvenes por la llegada del jugador argentino fue más allá que solo un deporte, se convertía en un estilo de vida.
“Fabietto, si Maradona no viene a jugar para el Napoli, me mato. ¿Entiendes? Me mato”, menciona el tío Alfredo, el ávido aficionado de la escuadra napolitana.
Como regalo de cumpleaños, Fabietto recibe boletos para todos los juegos de local en la temporada del Napoli. Cada jornada, sin falta, el joven aficionado está sentado en la Curva B del Estadio San Paolo. Eso, el amor por los colores de su equipo, es lo que le salva la vida. Sus padres, en un viaje al que decide faltar con tal de no perderse el partido, fallecen en un accidente.
Luego de la pérdida de su familia, el adolescente entra en un periodo de negación y depresión. Lo único que lo mantiene en pie es el deporte, su nuevo ídolo y una nueva entraña por querer hacer cine. Su hermano, en la lucha por ser actor desde pequeño, termina por contagiar a Fabietto con el cariño por las imágenes en movimiento.
El punto de quiebre de lo que Maradona significaba para el pueblo de Nápoles y para toda la nación argentina llega el 22 de junio de 1986. Estadio Azteca, Ciudad de México: Argentina vs. Inglaterra en los cuartos de final.
En el minuto 51, el delantero argentino anota un gol con la mano izquierda fingiendo que lo ha hecho con la cabeza. Mientras que parte del mundo se paraliza por la controversia, Nápoles estalla en llanto de felicidad.
“¡Con la mano! ¡Un dios! Anotó con la mano. Ha vengado al gran pueblo argentino, oprimido por los innobles imperialistas en las Malvinas. ¡Es un genio! Es un acto político. Una revolución. Los humilló, ¿entiendes? Los humilló”, dice el tío Alfredo con tanta efervescencia que termina por ser llevado al hospital debido al agotamiento.
Cuatro minutos después, el barrilete cósmico de Argentina anotaría su segundo de la tarde: el gol del siglo. Tras tomar el balón desde atrás de mediocampo, se quita de encima a cinco jugadores ingleses y el balón termina en el fondo de las redes. En la narración original, los argentinos gritaron: “¡Es para llorar! Que viva el futbol. ¡Barrilete cósmico, de qué planeta viniste!”.
Al explorar lo que el futbol puede generar en un artista, poniendo a un lado el estereotipo de que personalidades creativas desprecian el mundo del deporte, Fabietto lleva a Napoli en la sangre y es el motor que lo llevará a dedicarse al cine y la filosofía.
En su nueva cinta, Fue la mano De Dios, el director napolitano Paolo Sorrentino presenta una historia de pasión: pasión por el cine, pasión por el futbol, pasión por la vida, pasión por el sexo, pasión por pertenecer. Nominada en la categoría de mejor película extranjera, Sorrentino se perfila para llevarse su segunda estatuilla en los premios Óscar.
Publicado en cooperación con Newsweek en español