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Gala, la mujer que inspiró a Salvador Dalí: una historia de pasión y surrealismo
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Gala, la mujer que inspiró a Salvador Dalí: una historia de pasión y surrealismo

Por Gisela Asmundo, de El Ojo del Arte

Nunca un artista veneró tanto a la mujer de su inspiración. Gala fue para el genio surrealista un epítome de lo sagrado: objeto y fuente de creación de un sinfín de imágenes oníricas y alucinadas.

El surrealismo fue un movimiento cultural desarrollado en Europa tras la Primera Guerra Mundial, fuertemente influenciado por el Dadaísmo. Los surrealistas formaron parte de un movimiento artístico y literario que intentó sobrepasar lo real impulsando lo irracional y lo onírico a través de la expresión automática del pensamiento y del subconsciente. Se podría definir como un automatismo psíquico y un proceso creativo, alimentado por la teoría psicoanalítica de Freud, que consiste en liberar el inconsciente para reflejar el mundo interior del artista.

Los surrealistas pintaban imágenes desconcertantes e ilógicas, creando extrañas criaturas de objetos cotidianos y desarrollando técnicas pictóricas que permitían develar el subconsciente. El objetivo era, según el escritor francés y creador del manifiesto surrealista, André Breton, «convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una realidad absoluta, una súper realidad”.

«El surrealismo soy yo». Salvador Dalí fue quizás el surrealista más popular y uno de los máximos exponentes mundiales del arte contemporáneo. (Foto: Roger Higgins, World Telegram staff photographer / Wikimedia Commons)

Cuando Dalí auto proclamaba personificar él mismo al surrealismo, en parte ponía en evidencia que su vida había sido una mezcla de genialidad y delirio, la cual parecía haber sido presagiada desde su nacimiento: “Mi feto se enredaba en una placenta infernal’’.

Salvador Dalí nació el 11 de mayo de 1904 en Figueras, en la llanura gerundense del Alto Ampurdán, tierra profunda, fronteriza con Francia por donde atraviesa el viento furioso al que llaman La Tramontana, viento que baja ululando desde los Pirineos y que es capaz de soplar a más de ciento veinte kilómetros por hora. Viento al que, pese a sus devastaciones, se le atribuían en otros tiempos propiedades antisépticas.

“La Tramontana puede afectar las emociones con la misma violencia con la que trastorna al mar y al campo, y es un eterno tema de conversación entre los ampurdaneses. Se dice incluso que es responsable de no pocos suicidios y de volver loca a la gente”. (Ian Gibson, “Dalí joven, Dalí genial”, 2004, p. 16)

Salvador había nacido tres años después de la muerte de su hermano primogénito, fallecido a causa de meningitis cuando contaba con siete años de edad. En 1973 escribió: “Al nacer me puse a caminar sobre los pasos de un muerto adorado, a quien se continuó amando a través de mí, tal vez más aún. El exceso de amor que me infligía mi padre desde los primeros días de mi vida fue una herida narcisista. Solo por medio de la paranoia, esto es, la exaltación orgullosa de mí mismo, logré salvarme del aniquilamiento de la duda sistemática».

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Debió ser muy angustiante para Dalí niño, tener que exaltarse y reafirmarse a sí mismo todo el tiempo para diferenciarse de la sombra de su hermano ausente. El nombre que le pusieron es el mismo que tenía su hermano, el espejo viviente de aquel cuyo retrato se encontraba en el cuarto de sus padres. El pequeño Dalí II se convertiría en un niño déspota, que para conmover a su familia incurría en crisis histéricas y teatrales habituales. Ni siquiera el nacimiento de su hermana Ana María logró aplacar sus caprichos. Al contrario, a medida que pasaba el tiempo, mayor era el deseo de expresar con cinismo y ferocidad su propia diversidad.

En 1920 Dalí describió su ideal de mujer: «Los ojos necesariamente deben parecer inteligentes. Una mujer elegante no puede tener una expresión estúpida, como característica de una mujer hermosa y perfectamente en armonía con la belleza ideal…». Tendría que esperar hasta 1929 cuando un encuentro trascendental cambiaría su vida, ese encuentro sería con su futura musa. Después de tanto elucubrar la encarnación viva de su Venus Calipigia, Gala se presentaba ante Dalí.

GALA

Gala (Elena Ivánovna Diákonova) era hija de un abogado y había nacido el 7 de septiembre de 1894 en Kazán, Imperio Ruso. Fue esposa de Paul Eluard, el escritor perteneciente al círculo surrealista, y ambos tenían una hija llamada Cécile. Para Eluard, los ojos de su mujer podían «penetrar las paredes”.

Una de sus primeras conquistas fue el afamado artista alemán Marx Ernst, al cual conoció ya estando casada en 1921. Ernst llegó a París y se instaló en la casa de los Eluard; en donde compartiría intimidad con la pareja. Ernst empezó pronto a dibujar compulsivamente a Gala y uno de los cuadros dedicados a la musa fue “Au Rendez- vous des amis” de 1922.

Cuando Dalí auto proclamaba personificar él mismo al surrealismo, en parte ponía en evidencia que su vida había sido una mezcla de genialidad y delirio. (Foto: De Van Vechten, Carl, 1880-1964. Wikimedia Commons)

Gala desde niña guardaba el íntimo temor de no poseer dinero, quizás alimentado por sus experiencias tempranas. André Thirion (escritor francés), que se había incorporado a los surrealistas en los años treinta expresó una vez acerca de ella: “Gala sabía lo que quería, placeres del corazón, y de los sentidos, dinero y la amistad de los genios”.

La situación financiera de Eluard era complicada y su herencia se había reducido a niveles alarmantes. Gala y Eluard acostumbraban a mandarse cartas, pero solo se conservan las que él le mandó a ella, ya que las otras las quemó; y en cambio Gala las preservó. De las cartas de Eluard se desprende que en el verano de 1929, Gala ya iba en pos de lo que quería. Dalí, con brutal determinación, provocando que el escritor se sintiera horrorizado: “Ahora me doy cuenta que nada te detiene, eres despiadada”, le escribió el 30 de julio.

En el momento de aquel encuentro con Dalí, Gala ya era una mujer madura, diez años mayor que el pintor, que por aquel entonces era un joven apuesto de veinticinco años con una carrera artística prometedora y unos penetrantes ojos azules. Cuando éste la vio por primera vez en la terraza del hotel Miramar en Cadaqués, sobre la costa mediterránea catalana, ella estaba con su marido. Quedaron en encontrarse a la mañana siguiente, a las once, en la playa.

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Dalí decidió preparar este evento de una manera totalmente simbólica. Desgarró y cortó su ropa para hacer resaltar el bronceado, las tetillas, el ombligo, los hombros y los pelos del pecho. Se puso al cuello un collar de perlas y en la oreja un geranio rojo. Se hirió al afeitarse la axila y se embadurnó el cuerpo con su propia sangre, a la que agregó una mezcla de cola de pescado, excremento de cabra y aceite. Pero cuando vio a Gala desde la ventana, sobre todo cuando vio su espalda desnuda, quedó fulminado. Entonces decidió poner fin a aquel macabro rito nupcial y se quitó de encima los harapos y la insoportable pestilencia. (“Entender la pintura”, 1989, p.3)

Teniendo en consideración algunos aspectos de la personalidad de Gala es posible imaginar que una mujer inteligente, como lo era, y de temperamento decidido (musa inspiradora de otros afamados artistas), no iba a mostrarse fácilmente conmovida ante un jovencito narcisista y extravagante por más genial que fuera. Y por más que lo haya deseado internamente.

En cambio, él sucumbió al instante: “Su cuerpo tenía todavía el cutis de una niña. Sus clavículas y los músculos infrarrenales tenían esa súbita tensión atlética de los de una adolescente. Pero la parte inferior de su espalda, en cambio, era sumamente femenina y pronunciada y servía de guión, entre la decidida, enérgica y orgullosa delgadez de su torso y sus nalgas finísimas, que la exagerada esbeltez de su talle realzaba y hacía más deseables”. (Ian Gibson, “Dalí joven, Dalí genial”, 2004, p. 278)

Gala era una mujer más interesante que hermosa. Tenía una cara ovalada, por lo cual Dalí le pondría el apodo de “Oliva” u “Oliveta”. Su boca era bella y su nariz recta un tanto excesiva; sus ojos eran oscuros y juntos, lo cual le daban un aire de ave de presa y cuando estaba de mal humor, cosa que era bastante frecuente, se resaltaba ese aspecto de su mirada predadora.

El detallismo minucioso pero mostrando un mundo inconsciente hacen de él el más grande pintor de sueños. Foto: Parte central del techo del Palacio del Viento (1972-1973). El Ampurdán y la tramontana, Dalí y Gala, y otros personajes, según el artista / José Luis Filpo Cabana / Wikimedia Commons)

Así lo sostuvo él mismo: “Toda mi pasión está por el amor que siento por Gala. Todo el conocimiento que tengo es gracias a ella, porque gracias a ella me di cuenta de que no era un artista mediocre, porque ella creyó enseguida que tenía un gran talento y yo no. Gala, mi esposa, que es rusa, y que tiene la fuerza de una batalla de Stalingrado, me protegió y ella hizo mi éxito mundial”.

Evidentemente algo en ella afianzó la confianza en Dalí para convertirse en lo que fue, un excepcional artista, de símbolos fetichistas y metáforas oníricas, que se repitieron de manera alucinada.

APROXIMACIÓN A LA OBRA

El cuadro surge como consecuencia de un sueño que tuvo Gala sobre una abeja que volaba en torno a una granada, pero obviamente lo más interesante son los aportes propios del artista en la recreación del sueño.

Podemos observar que el cuadro es un paisaje marino, probablemente la costa de Port Lligat, el paisaje de su infancia, una bahía abrazada de rocas, recurrente en muchos de sus lienzos. La única vegetación que surge en el acantilado es un olivo. Los tonos azules del cielo y el mar permanecen separados por los primeros rayos del sol. Tal como indica el título es lo que acontece unos segundos antes de despertar, es decir el alba y por eso se puede ver aún la luna. En toda la pintura se percibe una sensación de tranquilidad gracias a la calma azul del mar y el cuerpo flotante de Gala sobre la placa continental.

salvador dali

“Sueño causado por el vuelo de una abeja sobre una granada un segundo antes de despertar” (1944). Óleo sobre tela, 51 x 41 cm. (Foto: Colección Thyssen-Bornemisza. Lugano, Italia)

Esta obra fue uno de los pocos cuadros que pintó Dalí en Estados Unidos, donde residió entre los años 1941 a 1948, y los tigres están inspirados en los carteles del circo americano Ringling Brothers & Barnum Bailey Circus. Lo curioso de esta representación es que el cuerpo inerte, suspendido y sensual de Gala parece ignorar sumida en un sueño la amenaza del ataque de estos animales. Incluso es indiferente a una bayoneta que inflige la carne de su brazo extendido. Otro rasgo característico de esta obra, como de casi toda la obra de Dalí, es la falta de unidad y de totalidad.

Con este cuadro Dalí pretende expresar que el surrealismo tiene unas bases científicas, las teorías de Freud (Stefan Zweig le presentó al padre del psicoanálisis), ya que la libre asociación de imágenes son las que conducen el pensamiento inconsciente a la conciencia. En la obra se puede distinguir también el método paranoico crítico ideado por Dalí, que es un “método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes”.

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En cuanto a la simbología de la pintura puede haber muchas interpretaciones atribuidas por ejemplo a la granada, a la abeja, a los tigres, al elefante, al mar. Y todas coinciden en una lectura de profundo erotismo. Por ejemplo, para los antiguos griegos la granada guardaba una connotación erótica y amorosa, un claro ejemplo es el mito de Hades cuando le ofrece unos granos de la fruta a Proserpina para retenerla en el inframundo y conseguir así su amor.

De la granada de Dalí surge un pez (un animal al que también se le atribuía en la antigüedad connotaciones eróticas) y de su boca emerge un tigre, del cual a su vez se desprende otro, ambos enfurecidos con las garras expuestas a punto de atacar.

El elefante, que aparece por primera vez en un cuadro de Dalí, se volvería otro de los símbolos más recurrentes a lo largo de su obra. Con patas largas, casi invisibles, portan en su lomo un obelisco (símbolo fálico), inspirado en el obelisco de Roma de Gian Lorenzo Bernini. En el libro Dalí y el Surrealismo de Dawn Ades, el pintor intenta explicar el significado de este símbolo: “El elefante es una distorsión en el espacio, con sus aguzadas patas contrastando la idea de ingravidez, definida sin la menor preocupación estética, estoy creando algo que me inspira una profunda emoción y con la que intento pintar honestamente”.

EL SUEÑO HEGELIANO

Si observamos detenidamente la obra “Sueño causado por el vuelo de una abeja sobre una granada un segundo antes de despertar” es oportuno resaltar que trata acerca del deseo humano, o lo que este representa, sobre todo en la visión del artista. Para poder abordarlo, “La Dialéctica del amo y del esclavo” de Hegel, resulta muy útil para definir algunas cuestiones. Esta dialéctica no sólo explica los vínculos amorosos y eróticos sino casi todos los tipos de vínculos, y sirve para poder analizar la obra.

Según Hegel, la historia empieza cuando hay dos conciencias enfrentadas, que son dos conciencias deseantes (Dalí / Gala), al punto de que cabría decir que «la historia humana es la historia de los deseos deseados». Es decir, la conciencia humana desea deseos, desea ser reconocido por otro, desea ser superior al otro, y en el deseo el ser adquiere conciencia de sí, esto es, la autoconciencia.

El origen de la autoconciencia aparece cuando pone en riesgo la vida de cara a un fin esencialmente no vital (en este caso lograr el reconocimiento del ser amado), y ello supone una lucha a muerte por dicho reconocimiento. Sin semejante lucha por el prestigio, no habrían existido tales seres humanos sobre la faz de la tierra. Esto significa el reconocimiento de la superioridad sobre el otro.

Sólo el “deseo» de tal “reconocimiento» (Anerkennung), sólo la acción que se deriva de tal «deseo», crea, realiza y revela un “Yo» humano, no biológico. Así, esta conciencia que desea ser reconocida por otra no es una conciencia que permanezca en su fuero interno, sino que es arrojada hacia fuera, buscando su reconocimiento fuera de sí misma. Pero la otra conciencia a su vez desea lo mismo, y de ahí surge el conflicto: un conflicto que es a muerte por puro prestigio.

Galatea de las esferas (Óleo sobre lienzo, 65 x 54 cm. Museo Dalí, Figueras, España. Foto: Wikimedia Commons)

La resolución del conflicto va a suceder cuando una de las dos conciencias cede por temor (en este caso a perder al otro) y prefiere ser sometida antes que convertirse en una conciencia muerta (una no-conciencia). Es decir, la conciencia que cede prefiere vivir en la servidumbre antes que morir (o ser abandonado). Por su parte, aquella conciencia en la cual el deseo de dominar es más potente que su temor a morir (o a perder al otro) es la que somete a la conciencia que cedió por miedo. Así pues, aquí tenemos a un amo y a un esclavo.

El amo es una conciencia independiente que se sitúa por encima del esclavo, lo tiene bajo su influencia, el cual es una conciencia dependiente que ni siquiera se piensa. Pone al esclavo a trabajar y la naturaleza del esclavo es la que determina al amo; así es cómo se vuelcan las tornas, ya que el esclavo al trabajar para el amo, y al trabajar la materia, es decir, al transformarla, comienza a construir la cultura, y la cultura es el trabajo que el hombre ejerce sobre la naturaleza.

Por lo tanto el segundo momento de la dialéctica es el de la negación, es decir, cuando una de las conciencias logra que la otra se someta, y esto significa, que una de las conciencias niega a la otra y la otra se le somete.

El tercer momento de la dialéctica es la negación de la negación porque la conciencia que había sido negada por miedo a morir (o a perder al otro) al ponerse a trabajar niega a la negadora, es decir, es la negación que el esclavo ejerce sobre el amo; niega al amo al superarlo creando la cultura, y en esta cultura está integrada toda la dialéctica. Según Hegel la historia es el recorrido de formas que van surgiendo y que se van negando. (“Fenomenología del Espíritu”, 1807, Hegel)

En este tercer momento de la dialéctica hegeliana (la negación de la negación), donde el esclavo niega estar por debajo de la conciencia del amo (en este caso Gala), esto lo exterioriza creando, trabajando o manifestando poderosas imágenes del subconsciente. Y aquí es donde se asomaría el tercer momento de la dialéctica de Hegel; el esclavo deseante en este caso Dalí, se revela e intenta infligir dolor al amo, ósea Gala. Este deseo erótico guarda rencor, amor-odio, por así decirlo. Es cuando el artista por medio del inconsciente se revela de su posición sumisa (esclavo hacedor de cultura, el arte es revelador) y aparece reinante y soberbio sometiendo a su amada a través de sus imágenes delirantes.

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