Por: Emilia Zavaleta
Ruidos de máquinas de coser, rollos de tela de algodón apilados sobre extensos estantes de hierro, y moldes de todo tipo, calzado, cuellos, puños. Inmerso entre copos de pelusas cual nieve blanca, la vida dentro de una fábrica de calzado es como abrir una puerta hacia a nuestro legado en materia textil. Aunque más que eso, es una postal de lo que significa en Argentina, la cultura del trabajador.
Con una fuerte impronta inmigrante, entre los años 1880 y 1915, Argentina recibió alrededor de 7 millones de inmigrantes de origen español, italiano, francés, alemán y otros países de Europa. El objetivo había sido planteado por el gobierno de Nicolás Avellaneda en 1876 basándose en los pensadores políticos de la época que creían fervientemente en la necesidad de poblar un país de enormes extensiones con gente capacitada de Europa y así obtener una organización política e institucional y la modernización económica y social necesaria para una nación que comenzaba a crecer a un ritmo acelerado.
En ese lapso de tiempo y con el paso al siglo XX se establecieron poco a poco las pequeñas industrias metalúrgicas, mineras, de transporte y textiles que aglomeraban una enorme cantidad de trabajadores inmigrantes que arribaban en oleadas escapando de miserables condiciones económicas en sus países de origen. En este contexto, familias enteras se instalaron en Buenos Aires y el resto del país buscando “hacer la América” y dándole un futuro a sus hijos. Y ello no excluía a las mujeres.
La industria textil y la mujer en Argentina
Las líneas de ferrocarril instaladas en diferentes puntos del país a principios del siglo XX permitieron el desarrollo productivo del cultivo algodonero en el nordeste. Los años ´20 abrieron el camino a los establecimientos textiles, sobre todo los que correspondían al sector algodonero, con ayuda de políticas públicas que favorecían a su crecimiento. Luego con la crisis del ‘30 y las medidas de protección aduanera, la industria textil en la Capital Federal fue creciendo. El impacto económico obligó a muchos países como Argentina a implementar una industria nacional, ante la imposibilidad de importar materia prima extranjera. La introducción de mano de obra femenina fue una característica esencial en este desarrollo, junto con nuevas técnicas para aumentar la productividad. Las mujeres comenzaron de esta manera, a formar parte de un sistema de racionalización laboral, que tuvo su auge en los años ‘30. Tejedoras, bordadoras y artesanas del textil adquirieron nuevas herramientas para aumentar y mejorar la producción algodonera. Se abrió de esta manera un espacio para la mujer dentro de la industria nacional.
La Manufactura Algodonera Argentina
La algodonera de Colegiales y Chacarita fue fundada por Fernando Pérès y los grupos Fabril Financiera y Bemberg en 1924. Con establecimientos en Buenos Aires, Rosario y Resistencia – usina desmotadora y fábrica de aceite de algodón, hilandería y fábrica de tejidos – la Manufactura Algodonera Argentina fue primero construida en una manzana ubicada entre Álvarez Thomas, Córdoba, Concepción Arenal y Santos Dumont. Hoy este enorme edificio hoy es un complejo de departamentos, oficinas y el hipermercado Plaza Vea. La fábrica se basó en el proyecto de Pérès en construir una hilandería de algodón en el Chaco. Las condiciones territoriales y las distancias lo llevaron a instalar la usina en el barrio de Colegiales, trayendo la materia prima del cultivo del norte. Contra todo consejo a su alrededor, este emprendedor decidió estudiar por sus propios medios las técnicas del mundo de la hilandería para poder fabricar productos que respondieran a las demandas sociales de la época. Fue un éxito. Durante una entrevista realizada al empresario Pérès en 1930, se le preguntó cuál era la clave de su éxito. Su respuesta nos hace pensar en este día tan importante para todas la sociedad: “Creo, en resumen, que son éstas: educación práctica con conocimiento de idioma […[ Después: trabajo, ahorro, constancia, tenacidad, rectitud, iniciativas propias – imitando siempre no se va muy lejos – y, sobre todo, fe inquebrantable en el porvenir industrial argentino.”
En este contexto se fue creando poco a poco una red vecina que comenzó a trabajar en la manufactura, dándole vida a todas esas calles circundantes. La fábrica, de cinco pisos, contaba con pileta de natación, comedor y cancha de paleta. Para facilitarle la vida a los obreros y obreras, se estableció una red de servicios afines al trabajo: desde restaurantes, salas médicas y espacios recreativos, hasta una guardería específicamente creada para posibilitar a las mujeres la continuidad de su labor. En este asunto tuvo una destacada participación quien fuera la nuera del fundador Peres, María Josefina Moore, que se dedicó a gestionar la guardería que tuviera mujeres a cargo de los bebés y niños de las trabajadoras, así como también una continua revisión médica, higiene y otros cuidados permitiendo a las empleadas de la fábrica poder retirarlos en perfectas condiciones y maximizar su tiempo fuera del ámbito laboral. En una charla con su nieta, María Pérès, ella nos contó que su abuela “Mey” supervisaba la guardería asegurando la alimentación de los niños y las condiciones de higiene del espacio. Una importante ayuda para simplificar las múltiples ocupaciones del género femenino. Cada eslabón cumplía un rol fundamental en toda la cadena comunitaria, y las mujeres podían trabajar y aportar a la economía familiar. La vida social en torno a la Algodonera creció de manera exponencial hasta su expropiación durante el gobierno de Perón.
El día del trabajador
En 1889 en Francia se realizó un Comité para declarar al 1 de mayo como el Día Internacional del Trabajador , en homenaje a la clase obrera (como se la llamaba en ese entonces) y en memoria a la tragedia ocurrida en Chicago tres años antes cuando trabajadores fueron ejecutados luego de realizar una serie de huelgas en reclamo por mejores condiciones laborales. En Argentina este tipo de movimientos se comenzaron a llevar a cabo a finales del siglo XIX, cuando los primeros sindicatos de inmigrantes se organizaron en torno a demandas salariales. Las mujeres también participaron de estas primeras voces del sector obrero, y si bien no fue hasta 1947 que se sancionó el sufragio femenino, ellas ya formaban parte del impulso productivo nacional.
Hoy las estadísticas y reportes regionales de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) informan que, en la región, las más golpeadas en materia económica por la pandemia Covid-19 han sido las mujeres. Esto se evidencia tanto en la desocupación como en las dificultades que tienen que atravesar para sostener la productividad y el cuidado familiar al mismo tiempo. El rol de la mujer ha sido y es fundamental en la cadena del trabajo y por ello se debe repensar una estrategia de reinserción al ámbito laboral en igualdad de términos y con la ayuda necesaria para que el desarrollo económico nacional y regional asegure un futuro digno para las nuevas generaciones.
(Fotos de la fábrica de calzado del nieto y la bisnieta de Fernando Pérès en el Municipio de Pilar.)