Leyendo:
La pintura multisensorial de Henri Rousseau: retratos y paisajes con aromas de crónicas
Artículo Completo 12 minutos de lectura

La pintura multisensorial de Henri Rousseau: retratos y paisajes con aromas de crónicas

Por Gisela Asmundo, de El Ojo del Arte

El célebre pintor francés fue uno de los máximos representantes del arte naif. Autodidacta, antiacadémico y modernista, se codeó con los principales nombres del surrealismo y el fauvismo de principios del siglo XX. Si vida y su legado, en la mirada de El Ojo del Arte.

Henri Rousseau nació el 21 de mayo de 1844 en Laval, Francia. Su padre, Lucien, era hojalatero. Tenía tres hermanas, y su hermano Julien llegaría poco después que él. En 1863 se enroló en el ejército. Esa experiencia militar de aquellos años lo hizo entrar en contacto con sobrevivientes de la guerra de México que Napoleón III había acometido con el apoyo del emperador Maximiliano de Austria. Aquellas narraciones lo cautivaron y despertaron en él una curiosidad por las descripciones de esos paisajes exóticos. México se convirtió en un mito, un lugar de ensueño que trató de hacer realidad con su pincel.

A lo largo de su vida se ganó el apodo de “El Aduanero” porque trabajó por más de veinte años cobrando impuestos sobre bienes y productos que entraban a París. Su trabajo no era de alto rango como el nombre sugiere, pero al menos le dejaba tiempo libre para pintar. Empezó a exhibir a mediados de 1880 y renunció a su trabajo en 1893, con cuarenta y nueve años, para dedicarse por completo al arte. Tenía una pensión y daba clases de música y pintura, pero aún seguía viviendo modestamente y casi sin fondos.

Henri Rousseau en 1907 (By Dornac – Bridgeman, Public Domain, via Wikimedia Commons)

“El Aduanero” conservó cierta tosquedad e imperfección en su arte. Ahí estaba el misterio de su obra, mezcla de un mundo onírico e infantil que hasta ese momento no había encontrado similitud. Sus retratos-paisajes nos dejaron aromas de crónicas, de acontecimientos del siglo en que vivió.

Su primera gran aparición fue con “Noche de carnaval”, expuesta en la misma exhibición que la famosa obra “Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte”, de Georges Seurat. Ambos trabajos causaron revuelo, provocando burla y admiración. Seurat, por su técnica puntillista, científica e innovadora del color; y Rousseau, por su inocencia juguetona y aparente olvido de la perspectiva y el modelado.

A la primera de las pinturas sobre la temática de la jungla (que fueron veinticinco), la presentó en 1891, pero a la gran mayoría las pintó luego del éxito de “León hambriento atacando un antílope”, que expuso en el Salón de Otoño de 1905, en el Gran Palacio de París. Fue allí donde un puñado de artistas exhibieron obras de colores llamativos y salvajes, que serían reconocidos como los fauvistas o las bestias salvajes (apodados por el crítico Louis Vauxcelles). Rousseau no fue uno de ellos pero la representación literal de bestias podría haber contribuido a la denominación. Su trabajo era diferente al de los fauvistas, hacia una coloración y figuras más realistas. Tampoco estaba tan lejos de la histórica representación del pintor francés Eugene Delacroix, quien había ganado especial aclamación por sus obras de animales salvajes.

Retratos extraordinarios: qué hay detrás de “Chica con un gatito”, una obra cumbre de Lucian Freud

El trabajo de Rousseau puede ser visto como el interés romántico de fines del siglo XIX y principios del XX por aquellas cosas lejanas y menos conocidas. Mientras algunos artistas habían viajado a destinos exóticos alejados de Europa, no fue su caso, ya que nunca se alejó de París y zonas aledañas. Sin embargo, viajó «virtualmente» gracias a la Feria Mundial de París (1889), la cual trajo nuevas galerías de zoología al Museo Nacional de Historia Natural, incluyendo animales vivos y exhibiciones de taxidermia. Rousseau trabajó tomando fotografías e ilustraciones de animales; a veces usó una ampliadora llamada “pantógrafo” para reproducir los temas de libros y revistas; y el magnífico Jardín de las plantas de la ciudad le proveyó de gran inspiración en temas de botánica.

El mundo del arte de ese entonces lo denominó “artista primitivo” y “naif”, en parte debido a la apariencia de sus temas exóticos, pero más que nada a su estilo antiacadémico. Esos términos también se utilizaban para nombrar a cierta producción creativa fuera de Europa y al arte del Renacimiento temprano, el cual fue comparado con el arte de Rousseau.

Pese a esto había conseguido que al espectador le empezara a gustar su trabajo y, además, él tampoco estaba dispuesto a cambiar el rumbo. Por su obstinado esfuerzo se mantuvo siempre fiel a su visión, totalmente dedicado a su obra a pesar de las dificultades y las críticas casi constantes; a menudo era el blanco de las bromas pesadas de otros artistas a los cuales consideraba amigos. Fue también violinista y compositor, y le agradaba entretener a sus agasajados en su estudio.

“León hambriento atacando a un antílope”, 1905 (De Henri Rousseau – www.nga.gov, Public Domain, via Wikimedia Commons)

Fue amigo del poeta y crítico Guillaume Apollinaire e invitado de honor de Picasso en 1908; frecuentado por Gertrude Stein, mientras que Robert Delauney y Max Weber coleccionaban su arte, al igual que el famoso marchante Ambroise Voillard.

Perdió a dos esposas, Clémence Boitard y luego Joséphine Noury y a muchos hijos por enfermedades. Incluso él mismo falleció el 2 de septiembre de 1910 a los sesenta y seis años por una infección sin tratar en una pierna, unos meses después de finalizar “El sueño”, su pintura más reconocida. Fue enterrado en una tumba de pobres sin nombre, pero cuando sus amigos descubrieron lo que había ocurrido, juntaron dinero para un entierro digno, con una lápida sepulcral realizada por el gran escultor Costantin Brancusi y un epitafio de Guillaume Apollinaire. Su renombre e influencia creció cuando los artistas jóvenes empezaron a emularlo y las exhibiciones y escritos sobre él se propagaron.

EL SUEÑO (1910)

Algunas de las composiciones de Rousseau son complejas, llenas de formas entrelazadas herméticamente «como si pintara en un idioma de sustantivos» (Craig Mcdaniel, Rethinking Rousseau). El artista se toma libertades respecto a la escala de la flora y la fauna, el espacio se presenta generalmente plano, desconociendo deliberadamente las leyes de la perspectiva, y la luz aparece desde diferentes fuentes, contribuyendo a una misteriosa ambigüedad del tiempo del día, como sucede con “El sueño”.

Es una obra de considerable extrañeza. ¿Por qué está una mujer desnuda reclinada en un sofá en el medio de la jungla, mientras leones y una serpiente vagan próximos y un músico emerge desde las profundidades? ¿Qué es tan peculiar sobre esta imagen que cautivó al público de la época y aún hoy lo sigue haciendo?

Rousseau no intentó jugar a los acertijos con nadie cuando presentó la obra por primera vez en El Salón de los Independientes en París. La tituló simplemente “El sueño” y la acompañó con un poema:

«Yadwigha en un hermoso sueño

Se ha dormido suavemente

Oye el sonido de un piccolo oboe

Interpretado por un bien intencionado encantador [de serpientes].

Mientras la luna se reflejaba

En los ríos [o las flores], los árboles verdes,

Las serpientes salvajes escuchan

Las alegres melodías del instrumento».

“El sueño” – Museo MoMA, Nueva York (De Henri Rousseau, Public domain, via Wikimedia Commons)

Ella, Yadwigha, está soñando y mientras reposa en un mundo despierto, en la tierra de los sueños, está alerta señalando el camino con sus afiladas facciones y mirada. El dedo extendido nos indica que observemos al león y a la leona de ojos abiertos y al músico de faldas brillantes, que nos mira desde la oscuridad, mientras toca una gaita y encanta a la serpiente en la parte inferior derecha.

En una primera mirada, la serpiente se ve de un color naranja sólido, pero luego notamos su ojo, apenas perceptible y nos damos cuenta que la parte superior es negra y la inferior del vientre es naranja brillante. De la selva asoma otro ojo que pertenece a un elefante y dos pájaros se posan en los árboles, uno con un plumaje extravagante. Cada hoja y cada planta está claramente diferenciada y las flores de loto brotan imposiblemente grandes en el lienzo. Tenemos una repetición de ojos que nos miran fijamente y también orbes, no solo del cuerpo de ella, sino en las naranjas del árbol, y por supuesto, la luna llena en el cielo claro.

“El sueño” contiene una considerable carga de información visual para procesar, y ni siquiera hemos mencionado a los tres monitos encaramados en los árboles, ni a los racimos de plátanos aquí y allá o cómo las líneas resonantes del follaje generan una especie de ritmo vibratorio. Es una composición densa, cada centímetro del espacio balanceado y cohesivo se podría llegar a comparar, salvando las distancias, a la obra maestra “La primavera”, de Sandro Botticelli.

Existen aspectos en la obra que no fueron una sorpresa para la audiencia del arte de principios del siglo XX en París, porque ya estaban acostumbrados a otros desnudos recostados en sofás, como “La gran odalisca” de Ingres, “La olympia” de Manet, y anteriormente, “La venus dormida” de Giorgione y “La venus de Urbino” de Tiziano.

La “Femme allongée”: la ambigua pintura de Pablo Picasso que reina en Buenos Aires

Pero Rousseau, conociendo este linaje, estableció su figura distinguiéndose por una firme frontalidad. Yadwigha es fuerte, no delicada; su nombre proviene del antiguo nombre alemán “Hedwig”, y está inspirada en una joven polaca amante del artista. Es bastante diferente a las figuras carnosas y naturalistas de sus predecesores, con los dedos de las manos y de los pies extrañamente tubulares.

Esos desnudos de sus colegas fueron construidos gradualmente con capas delgadas de esmalte técnicamente abogadas por la Academia y La Escuela de Bellas Artes a las cuales Rousseau nunca asistió.

Él fue autodidacta, su aprendizaje derivó de la observación; obtuvo una licencia que le permitió tomar copias de los maestros del Louvre y el Museo de Luxembourg, por eso nunca logró los efectos altamente precisos de los trabajos que intentó reproducir. En cambio, evolucionó hacia una manera distintiva de pintar.

Y no fue el único que experimentó con formas menos naturalistas de tratar el cuerpo al pintar. El modernismo estaba dando vueltas, muchos estaban sacudiendo los valores de la Academia y presentando sus propias ideas respecto a lo que el arte podía y debería ser. Rousseau fue un modernista que para algunos críticos representó a un artista inferior, como un entretenido amateur. Sin embargo, los surrealistas lo amaron. Su líder, André Breton, llamó a “El sueño” una obra maestra que comprende toda la poesía, y con eso todo el misterio de la gestación de nuestro tiempo.

“Paisage de Argel”, 1880 (De Henri Rousseau – www.christies.com, Dominio público, via Wikimedia Commons)

Finalmente la obra fue adquirida por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde se ha mantenido en un lugar destacado de la colección permanente. Es una obra que ha sido objeto de inspiración para la creación de poemas, tal el caso de Sylvia Plath quien en 1958 escribió “Una sextina para El Aduanero”:

Yadwigha, los literalistas se preguntaron entonces

Por qué diablos yacías tumbada en ese diván barroco

Tapizado de terciopelo rojo, ante la mirada de un par

De tigres en libertad y de una luna tropical,

Plantado en medio de una intrincada espesura de verdes

Hojas acorazonadas, como de catalpa, y de esos lirios…

«Si mis padres hubieran reconocido mi don para la pintura hoy sería el pintor más grande y rico de Francia», sostuvo alguna vez Rousseau. Si bien esto pudo haber sido cierto, con una buena formación académica, no se habría convertido en un héroe modernista, y no hubiéramos descubierto su magia, tan peculiar y distintiva.

“El sueño” genera un encantamiento como la jungla está encantada con la melodía del músico. La mujer sobre el sofá nos introduce dentro de ese mundo. Los dotes del artista como colorista y la iluminación que emana de todas y cada una de las formas vibrantes se fusionan en un todo fascinante. Yadwigha está en la jungla porque Rousseau quiso que esté allí, y porque quería transportarnos junto a ella, tenía confianza en su visión y el compromiso de verla a través de un sueño. El resultado que aún hoy se experimenta con el cuadro es verdaderamente extraordinario: podemos seguir a Yadwigha dentro del mundo de ensueño cada vez que nos guste y deleitarnos un poco con esa realidad genuinamente onírica que nunca fue y nunca será.

Ingresa las palabras claves y pulsa enter.