Por Gisela Asmundo, de El Ojo del Arte
El artista napolitano poseía el don de convertir a la piedra en carne. Dominó la escena del siglo XVII italiano con una nueva concepción de la escultura. El rapto de Proserpina es un fiel ejemplo en el que mitología griega, dramatismo y magnificencia técnica se unen en una pieza imponente.
Gian Lorenzo Bernini nació en Nápoles, Italia, el 7 de diciembre de 1598, hijo de un padre florentino y de una madre napolitana. La mezcla de la precisión Toscana y el temperamento napolitano, marcaron su personalidad. La familia se mudó a Roma aproximadamente en 1605, y fue allí donde Gian Lorenzo vivió hasta su muerte en 1680. Atado a grandes empresas en la capital romana solo tuvo un momento de alejamiento de su rutina cuando en 1665 viajó a París por invitación del rey Luis XIV para rediseñar el Louvre.
No cabe duda que fue un prodigio, ya que con dieciséis años esculpió “La cabra Amalthea con el niño Júpiter y un fauno”, un gran logro para un artista tan joven. Hasta un tiempo la pieza era recordada como una obra de la antigüedad, no solo por la ilustración del tema a tratar (un pasaje de la Geórgicas de Ovidio), sino por el incomprensible tratamiento realista de la superficie, parecido a los trabajos de los artistas helenísticos.
Luego crearía sus primeras figuras religiosas de tamaño natural de “San Lorenzo”, su santo patrono, y “San Sebastián”, la primera evidencia del patronazgo de Bernini. Ambas derivan de las fórmulas manieristas, pero la precisión anatómica y el infalible sentido por la coherencia orgánica y la estructura del cuerpo humano, elevan allí las figuras muy por encima de la media de las estereotipadas producciones de la época.
El padre de Gian Lorenzo, llamado Pietro, también era un escultor talentoso, aunque menos hábil. Después de su arribo a Roma, estuvo comprometido por una cantidad de años en el trabajo de “Santa María Maggiore” para el Papa Borghese, Pablo V. Y fue a través de esta afortunada circunstancia que el talento de Gian Lorenzo, estando aún en su niñez, atrajera la atención del Papa y de su rico y poderoso sobrino, el Cardenal Scipione Borghese. Uno de sus primeros trabajos para la familia fue el retrato del busto del Papa, en el cual Bernini descartó los últimos residuos de la falta de forma manierista.
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Una serie de estatuas de mármol de gran tamaño encargadas por el cardenal Scipione Borghese para su villa en Roma anunciaron el estilo novedoso de Bernini y establecieron su papel como el escultor más importante de Italia. Una de estas obras, “Apollo y Daphne” (1622-24, Galleria Borghese, Roma), ilustra el tema típicamente barroco de la metamorfosis. Las variaciones sutiles en la textura del mármol crean la ilusión de una carne humana suave que se transforma en las hojas y la corteza de un árbol. La estatua de “David” (1623, Galleria Borghese) captura al héroe bíblico en el clímax de su acción. Al expandir la fascinación de Miguel Ángel sobre el cuerpo humano, Bernini agregó torsión para crear una figura dinámica que se extiende hacia el espacio del espectador.
Bajo el papa Urbano VIII, Bernini recibió la primera de varias comisiones para San Pedro: el enorme baldacchino de mármol, bronce y dorado (1623-24) para colocarse sobre el altar papal. Poco después, comenzó un monumento a Urbano VIII (1627-1647), una obra que definió la iconografía de los futuros monumentos funerarios papales.
En 1642-1643 trabajó en un diseño de fuente para la Piazza Barberini. “La fuente de Tritón”, con sus motivos orgánicos y naturales, honró el cercano Palacio Barberini y ejemplificó el uso avanzado de acueductos por parte de Roma. Un boceto de la fuente muestra a la deidad marina sentada sobre cuatro delfines entrelazados, levantando una caracola a sus labios, creando una cascada de agua.
Una de sus obras maestras, “El éxtasis de Santa Teresa” (1647-52; Capilla de Cornaro, Santa Maria della Vittoria, Roma), presenta una figura mística que está abrumada físicamente por una visión milagrosa. Funciona como una especie de cuadro vivo con bustos de miembros de la familia Cornaro, que parecen servir como testigos. La composición refleja la experiencia de Bernini como escenógrafo y la fusión de arquitectura, pintura y escultura se intensifica aún más por la combinación de piedras de colores.
La posterior “Fuente de los Cuatro Ríos” (1648-51, Piazza Navona, Roma) demuestra el conocimiento de Bernini en principios de ingeniería. En este complejo concetto (invención poética), las personificaciones de los Cuatro Ríos se encuentran alrededor de una cuenca de agua. Una formación rocosa naturalista sostiene un obelisco monumental, creando la ilusión de una torre mágicamente suspendida.
Un bronce de Santa Inés moldeado por una modelo de Bernini muestra la calidad impulsiva de su terracota bozzetti. La postura lateral es típica de las figuras que coronan las columnatas de la Plaza de San Pedro. Como escultor cada vez más solicitado, comenzó a depender cada vez más de sus asistentes para completar las esculturas basadas en sus diseños.
En la obra posterior de la Cathedra Petri (1657-1666), colocada en el ábside para encerrar el antiguo trono que se cree es el de San Pedro, la luz natural se intensifica mediante rayos dorados dispersos para crear un entorno divino. Enmarcada visualmente por las columnas del baldacchino anterior, la obra sagrada captura inmediatamente la atención del espectador.
El último trabajo que realizó para San Pedro, iniciado bajo el Papa Alejandro VII, fue el diseño de la plaza gigante que conduce a la iglesia (1656-1667). Él mismo comparó el espacio ovalado definido por dos columnatas independientes, con la iglesia madre que extiende sus brazos para abrazar a los fieles.
En contraste con su competidor Francesco Borromini, el carácter sociable de Bernini le permitió mantener buenas relaciones con sus clientes. Hombre de gran fe, asistía a misa todos los días y practicaba ejercicios religiosos. Sus caricaturas abreviadas de figuras prominentes, incluido el Papa Inocencio X, exponen un lado más ligero de su personalidad y un ingenioso sentido del humor.
EL MITO DE PROSERPINA
Según la mitología griega, Proserpina (Perséfone en la tradición griega) fue el fruto de la unión entre Júpiter (Zeus), y Ceres (Deméter). Diosa de la agricultura y la abundancia, Perséfone se encontraba en un prado lleno de flores con las hijas de Oceanus. Una flor magnífica apareció repentinamente de la tierra, y la joven doncella se estiró para recogerla, decisión que fue el detonante para caer en una trampa. De repente, la tierra se abrió y Hades apareció al grito de Perséfone en su carro dorado y se la llevó al inframundo.
Cuando Deméter descubrió que Perséfone se había ido, se negó a comer y beber durante días mientras buscaba, con las antorchas encendidas, por tierra y mar a su amada hija. En el décimo día de búsqueda, Hécate le dijo a Deméter que había escuchado los gritos de Perséfone, pero que no había visto quién era el que le había causado tanta angustia.
Fueron a Helios, dios del sol, que a través de sus rayos podía ver las acciones de los dioses y los hombres. Helios les dijo que Zeus le había dado Perséfone a Hades, para que fuera su esposa. Helios trató de contener la ira de Deméter diciéndole que Hades era una elección adecuada para un marido, ya que era dueño de un tercio del mundo y de la misma familia que Zeus y Deméter.
Este consejo enfureció aún más a la diosa que se retiró del Olimpo y vagó por la Tierra, obsesionada con la pérdida de su hija. Disfrazada de anciana y abrumada por su pena, Deméter fue descubierta por las hijas de Keleos cerca de un pozo en la ciudad de Eleusis. Deméter les dijo que necesitaba encontrar trabajo como niñera y las jóvenes le preguntaron a su madre Metanira si podía ayudar a la anciana.
Metanira había dado a luz recientemente a un hijo que necesitaba amamantar y por lo tanto estuvo de acuerdo y le pidió a Deméter que criara a su hijo, Demofón. El niño creció rápidamente, ungido con ambrosía (sustancia asociada a los dioses). Por las noches Deméter lo colocaba sobre un fuego con el plan de hacerlo inmortal. Sin embargo, una noche Metanira descubrió a Deméter sosteniendo a Demofón en el fuego y asustada frenó la ceremonia. Enojada porque Metanira había detenido el proceso, Deméter arrojó al niño y le dijo que lo podría haberlo hecho inmortal, ya que ella misma era una diosa inmortal. Se sacó su disfraz de anciana revelando su ser divino y exigió que construyeran un templo en su honor.
Metanira quedó tan sorprendida por todo lo sucedido que se olvidó de Demofón. Sus hermanas escucharon sus gritos e intentaron consolarlo, pero él echaba de menos a su niñera divina. Al día siguiente, Keleos, el esposo de Metanira, convocó a una reunión con el pueblo y acordaron construir el templo para honrar a Deméter en la colina de la ciudad, Eleusis. Una vez construido, Deméter se retiró al templo y continuó meditando sobre su hija perdida. Su melancolía causó un gran sufrimiento para los mortales, ya que al año siguiente no crecería nada en los campos ni en ninguna parte de la Tierra.
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Zeus se dio cuenta de la situación que enfrentaba la raza humana, y que sí era destruida por el hambre, de manera similar, los dioses del Olimpo también serían privados de las ofrendas y sacrificios de los mortales. Envió entonces a Iris para detener a Deméter en su camino de venganza. Pero a Deméter no le preocupaban tales asuntos, ya que todo lo que quería era ver a su hija con sus propios ojos. Entonces Zeus envió a los otros dioses, quienes uno a uno le rogaron a Deméter que cambiara de opinión. Aún así, ella no se conmovió por sus ruegos.
Finalmente, Zeus envió a Hermes al Inframundo para hablar con Hades con el fin de que devolviera a Perséfone a su madre para disipar su ira. Hermes le explicó la situación a Hades, quien instó a Perséfone a regresar con su madre. Aunque Hades parecía compasivo con la difícil situación de los mortales y la angustia de Deméter, también quería asegurarse de que Perséfone seguiría siendo su mujer.
Cuando Perséfone estaba a punto de irse, le dio una semilla de granada para comer, que la unió para siempre a él y al Inframundo. Hermes llevó a Perséfone al templo de su madre, y finalmente se reencontraron. Sin embargo, Deméter se enojó cuando descubrió que Hades había engañado a su hija para que comiera la semilla de granada, lo que significaba que Perséfone tendría que regresar a Hades. Perséfone le contó a su madre cómo fue secuestrada y que había comido la semilla de granada. Hécate se acercó y desde ese momento se convirtió en el asistente de Perséfone.
Zeus envió a Rea, la madre de Deméter, a interceder, para que Deméter liberara su ira y salvara la Tierra. Rea le comentó a Deméter que Zeus le ofreció los honores de su elección, y que Perséfone podría volver al Olimpo. Le prometió que durante dos tercios del año, Perséfone podría quedarse con ella y los otros dioses, pero durante un tercio del año, tendría que regresar a Hades. Deméter estaban feliz de volver a su madre y conmovida por tal súplica, aceptó la oferta de Zeus.
Una vez más, la Tierra recuperaría su vitalidad, fertilidad y florecimiento. Deméter les enseñó a los líderes de Eleusis los ritos sagrados y les reveló los misterios de su templo. Las diosas ascendieron al Olimpo, donde continuaron viviendo con otros inmortales, excepto Perséfone, que regresó al Inframundo durante un tercio del año. Esta es la razón de la primavera: cada vez que Proserpina vuelve con su madre, Deméter decora la Tierra con flores de bienvenida; pero cuando regresa a Hades, la naturaleza pierde poco a poco sus colores y el otoño se aproxima.
EL RAPTO DE PROSERPINA (1621-22)
La obra de Bernini emana dramatismo, empatía y exaltación. Sus manos, que cincelaron piezas sublimes en mármol, parecieran haber recibido un toque divino. Dada la naturaleza sombría de la historia mitológica, no sorprende que la escultura haya logrado ser causa de asombro a lo largo de los últimos siglos.
Su hijo y biógrafo Domenico Bernini, comentó sobre la misma: “Un sorprendente contraste de ternura y crueldad”. Celebrar una escena que representa un secuestro violento puede ser problemático en cualquier contexto. Por eso, para comprenderla es clave interiorizarse en el mito griego “Himno homérico a Deméter” detallado anteriormente.
La escultura pertenece al estilo barroco, desarrollado a lo largo del siglo XVII y XVIII. Fue realizada por Bernini cuando tenía tan solo veintitrés años, entre 1621 y 1622, y está conformada por tres imágenes: Proserpina, Hades (Dios del Inframundo) y su perro de tres cabezas Cerbero, el guardián de los aposentos del dios. Las figuras se apoyan sobre un basamento y sus rostros expresan gran emotividad, generando un efectismo dramático propio del Barroco. Las obras de Bernini poseen un único y central punto de vista, característica que permanecerá como principio fundamental del artista y los escultores del siglo XVII.
Los cabellos y los paños en movimiento le confieren realismo y dinamismo, lo mismo ocurre con la cabeza del perro Cerbero. Para que esto suceda se utilizó la técnica de la serpentinata, un concepto tradicional en el arte, que designa a la línea o figura que se parece a una forma serpentina en «S», y el trépano, sobre todo en el pelo y la barba del dios. Las partes hechas a trépano, presentan profundas incisiones para dar efecto de gran relieve de claroscuro, formado a modo de calados.
Según el historiador de arte inglés Rudolf Wittkower, la inspiración de Bernini surge de mirar a la antigüedad clásica con los ojos de Annibale Carracci, un artista admirado por él. También se ha señalado que la cabeza de Proserpina fue inspirada en los Nióbidas de Guido Reni, más que en Caravaggio. Bernini logró una sensualidad especial, por los detalles sugerentes, como las lágrimas de Proserpina. Los brazos del dios en tensión, señalan la fuerza y el dominio sobre ella. Sus dedos hundidos en los muslos de la mujer, que parecen de carne son muestra de grandísima delicadeza. Otro detalle tremendamente sugestivo son los dedos de los pies de Proserpina en tensión, que evidencian junto con el movimiento de sus manos el rechazo y dolor ante la violencia ejercida por Hades.
Lo que vemos es un momento en el tiempo. Cuando Hades dio un paso adelante y cambió su peso sobre su pierna delantera, no pudo durar mucho y sabemos que debió seguir adelante. La obra denota mayor dinamismo justamente porque capta un momento álgido y se despliega en la acción. El instante en que Proserpina comenzó a intentar escaparse de Hades. Al ver sus músculos flexionados, sabemos que la sostendrá más fuerte. La misión de Cerbero, el guardián de tres cabezas del Inframundo, casi ha terminado, pero la historia continuará en nuestras mentes después de dejar de observar la escultura.
En 1644 en Roma, John Evelyn, escribió en su diario: “Bernini…dio una ópera pública en la que pintó las escenas, cortó las estatuas, inventó los motores, compuso la música, escribió la comedia, y construyó el teatro”. Con estas palabras no es muy difícil imaginar el calibre de tan excelsa naturaleza humana, la manera diferente que Bernini experimentó su vida en este mundo.
Bernini presentó una nueva concepción de la escultura, en donde todos los elementos son complementarios: “el punto de vista único y acción enérgica, la elección de un momento transitorio, el derrumbamiento de las restricciones impuestas por el bloque, la eliminación de diferentes esferas para la estatua y el espectador, y un intenso realismo y sutil diferenciación de textura”. (R. Wittkower, 1997, p.15).
Fue un artista de rendimiento completo, un ‘uomo universale’ en línea de sucesión de los grandes artistas del Renacimiento, y probablemente el último eslabón de esa cadena. Comparada con la extensión de su producción, aún la vida de trabajo de Miguel Ángel o de Rodin parecen pequeñas. Fue más que cualquier otro artista quien le dio a Roma su inconfundible carácter barroco.