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Vida y obra de Agatha Christie: La más leída de todos los tiempos
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Vida y obra de Agatha Christie: La más leída de todos los tiempos

Urdió argumentos con un solo objetivo: manipular la mente del lector y sembrar la semilla de la fascinación. Produjo verdaderos adictos a las resoluciones de crímenes; esos que parecían decantar por un camino alternativo al pensamiento lógico. Como muchas sustancias, Christie era capaz de elevar los niveles séricos de serotonina y endorfinas, químicos responsables del bienestar. Y no se trata de una metáfora, fue confirmado por neurocientíficos de las universidades de Londres, Birmingham y Warwick, en Inglaterra.

Su vida.
Nació en 1980, en el condado de Devon, Inglaterra. Transcurrió la niñez criada por su tía materna; época donde reveló y alimentó el deseo de la ficción. Rechazaba los juegos de niñas para dialogar con amigos imaginarios. Aprendió a leer antes de lo estipulado; y luego a explotar el lenguaje de manera impensada.
Tras cumplir ocho años de edad, perdió a su amado padre y sufrió las desventuras de la consecuente bancarrota. Creció bajo las normas de la época victoriana; no obstante, en su adultez, se comportó con envidiable autonomía, alejada de las rígidas costumbres sociales. La mente de «la dama del crimen» no brillaba sólo en la ficción.
Contrajo matrimonio con Archie, piloto de aviación de la Primera Guerra Mundial. Engendró a su única hija: Rosalind.

Las peripecias como escritora se materializaron durante el período de contienda bélica. Por propia voluntad, asistió a enfermos en un hospital. La convivencia con la muerte le nutrió las neuronas y escribió: The mysterious affair at Styles, primera novela de Poirot, protagonista insignia de Christie. Pero el panorama comenzó turbio; el manuscrito fue rechazado por la editorial Hodder and Stoughton.
La mujer no permaneció ociosa. Presentó la novela en otra editorial, The Bodley Head; y debió fortalecer la paciencia durante dos años de silencio. Finalmente, en 1920, las palabras de la autora estaban al alcance del mundo. No había dudas, el éxito congeniaba con Christie, un tándem inseparable, dos piezas del mismo objeto. Vendió 2000 ejemplares; cantidad más que aceptable para un escritor novel. De inmediato, el periódico The Weekly Times compró los derechos de la obra y la publicó en forma seriada. Más éxito.

A pesar de la aceptación popular, Christie carecía de dinero. La literatura no se presentaba como el camino para huir del apremio económico. Meditó y emergió la tozudez típica de quien atesora un don: se lanzó a escribir un nuevo libro; el primero de una lista colosal.
De forma paralela a la creación de ficción, plasmó en papeles la realidad. Durante quince años garabateó los aspectos más relevantes de su vida, cuyo desconocimiento fomentaba con el silencio: la autobiografía sería publicada después de su fallecimiento. Era evidente que no la escribía movilizada por temas comerciales o promocionales; tal vez «la dama del crimen» había comprendido la importancia de la prudencia. Y de la sugestión.

El pulcro sendero donde transitó la vida de Agatha, muestra una pequeña mancha: tras morir su madre, se divorció de Archie, quien escogió a la secretaria. La escritora atravesó crisis nerviosas y la amnesia resultante. Peligroso período de inestabilidad mental en el que se registra un hecho sobresaliente: a los 36 años de edad, se le perdió el rastro. Una noche de diciembre, en 1926, hallaron su automóvil abandonado cerca de una ruta. La mujer esfumada de la faz de la tierra. ¿Qué había sucedido? Nadie lo supo, ni lo sabrá. Se tejieron conjeturas al respecto que se desvanecieron con el tiempo.
Once días luego de que encontraran su coche, la desorbitada dama apareció en un hotel registrada con el nombre de la amante de su marido. Consiente de la amnesia, publicó cartas en periódicos. Solicitaba que alguien la identificara; no fue posible, pues la firmó con otro apellido. La fortuna quiso que su familia la localizara y la pusiera bajo tratamiento psiquiátrico. El singular cerebro que maniobraba el pensamiento de los lectores, caía en desuso temporario.
El misterioso evento vivido en 1926, se volcó en un largometraje rodado en 1979. Se tituló Agatha. Como la verdad de la historia nunca se conoció, la película se construyó en base a supuestos; hipotéticas explicaciones basadas en la lógica deducida de lo conocido. La ironía del destino quiso que la vida de la mujer planteara los mismos enigmas que los desarrollados en las novelas. Esta vez, con final abierto.
En la filmación dirigida por Michael Apted, Vanessa Redgrave interpretó a Agatha Christie; Timothy Dalton a Archie; y Wally Stanton al reportero americano que investigaba el caso.

El tratamiento psiquiátrico dio frutos, la escritora se recuperó en medio de un terreno inapropiado: la soledad. Divorciada de Archie y alejada de su hija, internada en un colegio. Con el fin de darle batalla a la angustia, decidió cruzar Europa en el Orient Express. En aquella época, ninguna mujer mostraba semejante osadía. Aquí también el destino tuvo el capricho de dejar huella. En el tren conoció a su futuro esposo y se inspiró para escribir una de sus obras emblema: Murder on the Orient Express. Se casó con Max Mallowan, arqueólogo quince años menor, y vivieron en Oriente Medio e Inglaterra.
Christie gozó de un largo matrimonio y de una sucesión ininterrumpida de éxitos literarios. En 1971, la condecoraron con el título Dama del Imperio Británico, y fue nombrada miembro de la Real Sociedad de Literatura.
El triunfo de Agatha Christie no tiene secretos: hizo lo que deseaba.
Falleció en 1976. Contaba 85 años de edad.

Su obra.
Firmando con un seudónimo, Christie inició su carrera literaria en el género romántico. Redactó cerca de diez novelas rosas y comprendió que necesitaba cambiar el enfoque. Se combinaron en ella tres situaciones que le demarcaron la ruta a seguir: la pasión por los enigmas, el alma justiciera, y convivir con químicos y con la muerte en los hospitales. Creó más de 80 novelas negras o policiales.
Aunque resulte obvio, para enfrentarse a los libros de la talentosa mujer, resulta imprescindible el concepto de justicia. El bien y el mal separados por una delgada línea. La novela negra no es moralista, es profundamente moral. Muchos han pensado que sus obras son meros acertijos, rompecabezas, juegos donde hay que averiguar quién es el asesino. Sólo han comprendido una porción del total. ¿Existe el perdón? ¿Y la redención?
En la estremecedora Ten Little Niggers (1939), Christie exacerbó su idea de justicia. Reunió en una isla incomunicada a diez culpables, sin castigo previo, con el objeto de que escogieran la única salida que se merecían: la muerte. Claustrofóbica y escalofriante, ha sido la novela más vendida de la autora (100 millones de ejemplares); y la más representada en el séptimo arte. Agatha tuvo que adaptar el guión a las necesidades de la pantalla grande. Suavizó el final. También acomodó el título: And Then There Were None.
Pero el ajuste fue mínimo, hubiera enojado a los fieles seguidores del belga Hércules Poirot. Personaje cuya popularidad rivalizó con Sherlock Homes, de Conan Doyle. El carismático Poirot se transformó en el arquetipo del detective y mostró patrones comunes a lo largo de todos los relatos. Oye, sin opinar, todas las palabras de los sospechosos y la de su amigo Hastings. Indaga en sus vidas privadas. Al descubrir el enigma, reúne a los personajes en cuestión y desenmascara la identidad del asesino.
Peinaba hacia arriba un bigote, tenía gustos refinados, amaba la buena vida y se expresaba como un diseñador de ropa francés. Cualidades que, sumadas a su infinita habilidad para la deducción, lo transformaban en un hombre intimidante para aquellos que detestaban la leyes o adoraban el mal.
Agatha sumó otro personaje entrañable y conocido (aunque no tanto como Poirot): Jane Marple. Vieja solterona que habitaba en la campiña inglesa y recolectaba los chismes de la zona para utilizarlos en el esclarecimiento de los crímenes. Marple era aficionada a la justicia; Poirot, un profesional.
La escritora también dio vida al joven matrimonio de detectives: Tommy y Tupence. Protagonistas de cinco novelas, algunas vinculadas al espionaje.

La literatura experimenta pequeños cambios con cada generación de escritores. Hace 80 años se imprimían los manuscritos inéditos de «la dama del crimen». ¿Cuántas reediciones de cada ejemplar se han publicado hasta la actualidad? Incalculable, pues es la autora que más vendió. Hoy, al visitar cualquier librería, aún advertimos la presencia de sus relatos ilustrados en las más variadas portadas.
Las costumbres cambian; las buenas tramas, no. La diferente realidad de la Inglaterra de principios del siglo XX, manifestada en las historias de Agatha Christie, no representa un escenario vencido por el peso de los años. El antídoto para sobrevivir a las décadas es claro: empatía con el personaje, misterio, complejidad, resoluciones sorprendentes y, por supuesto, diversión. Al igual que el amor y el odio, aquellas características son inherentes a la raza humana.
Christie logró atravesar la sectorización literaria. Fue leída por gente aficionada a los más diversos géneros; por ello, cuando alguien husmea los estantes de las librerías en busca de entretenimiento, surge el nombre de ella entre los primeros lugares.

En los tiempos modernos la figura de los detectives ha cambiado. Cuentan con mayor cantidad de elementos para resolver crímenes, y se los muestra vulnerables y erráticos. Más humanos. Trabajan en equipo, se apoyan en la evolución tecnológica y en las especializaciones de la ciencia forense. Tal vez sea la razón por la que resulten menos amenazantes para los delincuentes. Imaginemos que en nuestros días existiese una mente como la de Hércules Poirot, y usted tiene una cita con él en una sala. Vaya preparado para que sus oscuros secretos se revelen. Como diría el detective a Hastings, al presentarse un aparente crimen perfecto: «Se equivoca mon ami. Se olvidaron de mí, Hércules Poirot».

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