Se podría decir que 1803 no fue para nada un buen año para Buenos Aires, en ese entonces capital del Virreinato del Río de la Plata. Hubo una sequía pronunciada, una invasión de langostas sobre los campos, fuertes tormentas con granizo e inundaciones, lo que desplomó de manera significativa la producción de trigo, producto clave para la economía porteña y bonaerense.
La escasez de trigo aumentó los precios de manera descontrolada y en poco tiempo se triplicó su valor, que se trasladó de manera directa a la harina y al pan, producto que impactaba muy especialmente en las familias más humildes. Había descontento, no solo contra el virrey y España, sino también contra el Cabildo, que llevaba la administración del día a día de la “pequeña gran aldea”.
El historiador Lyman Johnson logró reconstruir cuál era el precio de la fanega de trigo durante el período virreinal, a partir de cruzar datos de acopio, de documentos que hablan del precio del pan y actas del propio Cabildo. El dato es abrumador y parece remontarnos a estos tiempos: la fanega de trigo valía 16 reales (la moneda de aquel entonces) en 1776, cuando se crea el Virreinato; en 1781, es decir, cinco años después, tuvo un pico y llegó a 40, pero luego se estabilizó durante años entre los 15 y los 34 reales, dependiendo de las cosechas, todavía muy artesanales.
En 1802 el precio fue de 26, pero la catástrofe climática y otros factores llevaron el costo a 72, casi el triple.
Como se señalaba, había otros factores: por ejemplo, la falta de mano de obra y, sobre todo, la concentración del mercado en intermediarios y particularmente de los “diezmeros”. En esos tiempos los agricultores debían pagar como impuesto una décima parte de los producido y la mayoría pagaba en moneda; pero había otros que no podían y pagaban en especies (granos, ganado, etc.). El Estado no sabía qué hacer con eso, así que se lo asignaba a un “diezmero”, que lo remataba y también sacaba su ganancia.
El mayor diezmero de aquel entonces era Benito de Olazábal quien, en vistas de la crisis, decidió acopiar todo el trigo que pudo y avisó al Cabildo que no lo vendería por menos de 80 la fanega. Se abrió en el Río de la Plata un debate de gran actualidad: cuál era el límite del libre mercado.
Las discusiones eran encendidas, y Olazábal desafiaba sin tapujos al poder porteño, que no sabía o no podía resolver la situación, mientras la presión en las calles crecía. Además, buena parte de esa recaudación iba a la Iglesia, que también estaba preocupada.
Entonces, el Cabildo decidió poner fin a esa situación y centralizar el control de las negociaciones. Nombró al frente de la Administración de Granos a un comerciante y político de creciente poder: Cornelio Judas Tadeo de Saavedra, más conocido por nosotros como Cornelio Saavedra.
Nacido cerca de Potosí (hoy, Bolivia) y con estudios en filosofía y teología, en 1801 había sido designado como Alcalde de Segundo Voto, luego de ejercer varias funciones como cabildante. Se tomó la crisis del trigo casi como principal misión y de inmediato puso en marcha un plan al que muchos en la actualidad podrían señalar como “peronista”.
EL PLAN ANTI-INFLACIONARIO
El eje del plan de Saavedra era claro: intervenir el mercado para torcer el brazo de los “especuladores” que, según el Cabildo, estaban aumentando artificialmente los precios más allá del impacto climático.
Lo primero que hizo, ya en 1804 fue realizar un inventario nacional: quería saber cuánto trigo había, quién lo producía, quién lo acopiaba y dónde y quién lo vendía. También pidió información a Santiago del Estero, Córdoba, Mendoza y Montevideo, pero todo demoraba semanas en esos tiempos.
Una vez recopilado todo, decidió que el Estado debía entrar de lleno al mercado, como un jugador más que regulara producto y precios. Buscó lugares para acopiar granos y empezó a comprar a los productores y a hacerse cargo de los diezmos en especies, sacándoles negocio a los diezmeros.
Se realizaron consultas con los panaderos, quienes hicieron con la Administración de Granos una especie de “acuerdo de precios”, pero la gente se quejaba de que las tarifas subían día a día. Se realizaron nuevas reuniones y lograron demostrar que si compraban el trigo a más de 70 reales, no podían vender el producto final por debajo del costo.
Entonces, Saavedra también copó el mercado minorista, abriendo en 1805 una panadería del Estado en el Mercado de Moserrat, en la que se vendían los panes de los panaderos, pero producidos con la harina estatal, a menor precio, y con un precio final popular. Fue un éxito, y al poco tiempo abrieron otro puesto más en la Recova (actual Plaza de Mayo).
Ante estas maniobras, algunos productores y, sobre todo, los diezmeros, empezaron a vender sus productos al exterior, tanto oficialmente como a través del contrabando. El Cabildo prohibió las exportaciones de harina y de trigo. Estaba asfixiando a los “especuladores” y forzándolos a bajar los precios.
También se reforzaron los controles locales y fronterizos, lo que le permitió hacer un montón de confiscaciones de mercadería, que iba a los centros de acopio estatales luego de análisis de calidad.
Es más, propuso comenzar a importar harina desde Baltimore, en los EEUU. Aunque el Cabildo no se lo aprobó, la amenaza surtió efecto, y Olazábal terminó accediendo a venderle al Estado una enorme cantidad de granos a buen precio.
Para 1806, el control del Cabildo sobre el mercado era férreo. Llegaron entonces las primeras invasiones inglesas y esos acopios resultaron muy útiles. En 1807 la cosecha mejoró y la inflación fue controlada, mientras la figura de Saavedra ya era sumamente conocida por todos, tanto como administrador como por haber sido un actor clave en la expulsión de los ingleses y la posterior creación del Regimiento de Patricios, que lo eligieron como general, acompañando a Santiago de Liniers.
Cuando se produjo la Revolución de Mayo de 1810, la fanega de trigo valía 43 reales. Al momento de armar la Primera Junta, no había dudas de que Saavedra tenía pergaminos como gobernante (ya estaba políticamente al frente del Cabildo) y como militar (por su actuación en la segunda invasión).
ALGO MÁS SOBRE SAAVEDRA
Cornelio Judas Tadeo de Saavedra nació el 15 de septiembre de 1759 en una estancia próxima a Otuyo, cerca de Potosí, en la actual Bolivia, por lo que se podría decir que el primer presidente argentino era boliviano. Era hijo de un rico comerciante porteño, Santiago Felipe de Saavedra y Palma, y una rica potosina, Teresa Rodríguez de Güiraldes.
Fue alumno de la primera camada del Real Colegio San Carlos, ya en Buenos Aires; estudió filosofía; y se licenció en teología. Pero muy joven tuvo que hacerse cargo de los negocios familiares y dejó los estudios. Aunque la historia lo recuerde vestido de general, no tuvo formación militar, como muchos de sus compañeros revolucionarios.
En 1778 se casó con su prima María Francisca Cabrera y Saavedra, que acababa de heredar una verdadera fortuna de su difunto esposo, Mateo Ramón Álzaga y Sobrado. Esto era algo habitual para consolidar las fortunas de manera endogámica, pero se necesitaba un permiso especial de la Iglesia, que se podía adquirir.
Por su riqueza, la familia Saavedra tenía un lugar asegurado en el Cabildo, y Cornelio lo asumió con vocación, mientras llevaba adelante los negocios familiares.
Después de la Revolución de Mayo, se formó la Junta Grande, y Saavedra partió hacia el Alto Perú, al frente de buena parte de las tropas. Al formarse el Primer Triunvirato, sus enemigos políticos promovieron diferentes acusaciones en su contra y pidieron su encarcelamiento. No pudo volver a Buenos Aires hasta 1818.
Murió en 1829 y sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta (allí hay un pequeño monumento, que fue construido como una de las primeras medidas de Juan Manuel de Rosas como gobernador de Buenos Aires).