Por Mariano Leira
La promesa de dolarización de la economía para estabilizarla fue una de las más controvertidas de la erupción del presidente Javier Milei en su corta e intensa marcha a la Presidencia de la Nación. Su contraparte, es la paulatina desaparición del peso.
El fin de año encontró a la gestión de Javier Milei y Luis Caputo con resultados apreciables y sorprendentes. Después de la megadevaluación más cantada de la historia, la gestión de sintonía fina del Gobierno permitió evitar una corrida bancaria y cambiaria. Los depósitos en los bancos, lejos de disminuir, comenzaron a repuntar. El dólar marginal, que había superado los $ 1.000 en los días previos la segunda vuelta electoral, se mantuvo en esos niveles, mientras que los financieros iban también oscilando en ese precio de cobertura previa a la contienda en las urnas.
El aumento a más del doble del dólar oficial mientras que los financieros y marginales no registraban variaciones, redujo la brecha en los tipos de cambio hasta un piso inédito de 24%, la más baja en años. La devaluación y el esquema ideado para los exportadores permitía una recuperación de las reservas del Banco Central con compras netas en el mercado del orden de los US$ 2.000 millones en dos semanas.
La inflación desbocada prometía no ceder, y eso que todavía no hicieron su entrada en escena los ajustes tarifarios en el agua y la electricidad, capítulo por desarrollarse en este enero.
¿Y los pesos? Después de la búsqueda desesperada de cobertura frente a la inflación o el cambio de régimen que auguraba la nueva presidencia de La Libertad Avanza, la estrategia oficial de reducir la tasa en un contexto de pérdida de poder de compra de la moneda nacional era la incógnita a revelar. Pero ¿hay realmente una salida? ¿O se persigue una pérdida paulatina de su valor de forma de facilitar el tránsito hacia otro régimen?
HISTORIA RECIENTE
En la medida en que la carrera electoral fue convalidando su emergencia en el esquema electoral, primero como más votado en las PASO, luego imponiéndose en las generales por encima a Juntos por el Cambio y habilitado para el ballotage, y ya triunfante, necesitado de forjar alianzas que sostuvieran la fragilidad de su andamiaje político, el proyecto dolarizador fue perdiendo fuerza. Quedaron en el camino algunos jirones de la campaña como la promesa de una quema del Banco Central. Las aristas más espinosas del plan liberal parecían haberse replegado. ¿Retirada táctica o abandono del modelo?
La tormenta libertaria es pródiga en reformas revulsivas y esquemas de gobierno “multitarget”. El DNU 70, de desregulación, y el proyecto de Ley Ómnibus de reforma del Estado así lo demuestran.
Las pretensiones de refundación de la organización nacional, descolocó a propios y extraños en la política nacional. Dentro de ese paquete anidan algunas anclas que revelarían que, al menos, las bases y puntos de partida para un cambio de régimen monetario se esconden detrás de la maraña legislativa.
En el día a día, en forma coyuntural, el equipo económico de Luis Caputo y del Banco Central de Santiago Bausili se están ocupando de apagar el incendio de la inflación con el mismo norte dolarizador del plan original libertario. ¿Qué tienen en común ambos objetivos? La eliminación de los pesos de la economía.
Desde la perspectiva coyuntural, el corte a “la maquinita” para financiar el gasto público se viste de diversas caras. Pero también está en curso un proceso en el cual la licuación de los pesos en circulación contribuye a cimentar esas bases de una posible dolarización o bimonetarismo o libre elección de monedas que se propone Javier Milei.
PRIMEROS PASOS
En la primera semana de septiembre del año pasado, hace la eternidad de cuatro meses, quienes entonces se perfilaban como principales operadores económicos de Milei, Juan Nápoli y Darío Epstein, se presentaban ante inversores norteamericanos con puños llenos de verdades dolarizadoras y urnas rebozantes de votos inesperados en las PASO de agosto. Debían aventar los fantasmas de que un emergente líder populista de derecha provocaban en el mercado. La Argentina, sus negociaciones e incumplimientos con el FMI, habían teñido de hastío y aburrían en Wall Street.
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La disrupción de ese liderazgo de un desconocido que prometía más ajuste que lo pedido para honrar la deuda con los acreedores, en momentos en que la relación de la Argentina con los mercados financieros pendía sólo de la buena voluntad del gobierno de los EE.UU. para no patear el tablero y profundizar así el aislamiento de la economía del país latinoamericano, hacía que ese cara a cara valiera la pena. El encuentro con 40 fondos de inversiones fue decepcionante para todos: el “plan de dolarización” de la campaña electoral adolecía de detalles relevantes. Y requería de una asistencia financiera tal que en las condiciones que lo planteaban nadie en el mundo estaba dispuesto a conceder.
Ningún ejecutivo estaría dispuesto a poner en riesgo su cogote ante el riesgo argentino. El camino sería, con un plan coherente bajo el brazo, los fondos de inversión, ávidos de riesgo y rentabilidad, ese ying y yang de los negocios, terreno de poderosos y audaces. El segundo consejo fue: “estudien la dolarización en EE.UU.”. Perplejos, los economistas se desayunaron allí en una obviedad. El régimen legal norteamericano permite formalizar contratos con la obligación de cancelarlos en cualquier moneda o especie. Un incumplimiento es materia de revisión judicial, pero existe la libertad de hacerlo de acuerdo con la voluntad de las partes.
En la Argentina, el peso es la moneda de curso legal y también, de acuerdo con la legislación, de curso forzoso, es decir que no puede convertirse libremente. Estudios de abogados que trabajaban ya con el ahora presidente comenzaron a estudiar con detalle esa variante y también el antecedente de la convertibilidad. Los frutos comenzaron a verse en las últimas semanas.
UNA TEMPORADA EN EL BANCO CENTRAL
El primer dirigente que tuvo un cargo designado ya durante la campaña electoral de Javier Milei fue Emilio Ocampo, autor del plan de dolarización que llegó a las manos del ahora presidente de la Nación por gentileza de un grupo de empresarios que le encargaron su redacción junto con Nicolás Cachanovsky.
Milei decía en campaña que disponía de cinco planes diferentes para dolarizar la economía, y comenzó a subir al debate económico el temor a “la bola de las Leliq”, como factor de generación de inflación y desestabilización de cualquier programa de Gobierno.
En la concepción de los liberales, los intereses que pagaban crecientemente estos instrumentos de absorción monetaria del Banco Central eran la segunda de las causas de la inflación. La primera, se sabe, es el exorbitante gasto público y el déficit fiscal que en los sucesivos regímenes colectivistas que bajo diversas máscaras gobernaron la Argentina durante los últimos cien años, se ufanaron en financiar con la emisión de moneda no respaldada.
Sin embargo, entre el triunfo en el ballotage e incluso luego de la transmisión de mando, la designación del ministro de Economía y del presidente del Banco Central se mantuvieron en un limbo. Finalmente, se consolidó la designación al frente del Palacio de Hacienda de Luis Caputo, quien había sido ministro de Finanzas y presidente del Banco Central durante el gobierno de Mauricio Macri.
“Toto” Caputo, se supo luego, había comenzado a trabajar con Milei bastante antes de las PASO. Newsweek Argentina había podido constatar bastante antes de las elecciones primarias los contactos y el diálogo entre el ministro de Economía y el líder libertario.
A diferencia de lo que muchos observaron, el ex presidente no fue el factótum de la designación de su ex ministro. Si bien ambos mantienen cordiales relaciones, Caputo se sintió un tanto abandonado por la estirpe más rancia de Cambiemos después de su paso por el Gobierno.
Esa experiencia de quiebres en la conducción económica se reflejó en el nuevo cuadro de funcionarios. Como pocas veces había sucedido antes, y después de varios devaneos políticos libertarios, Caputo logró el manejo absoluto de la economía, de la canilla fiscal, del financiamiento y, sobre todo, del Banco Central. Su socio en la consultora Anker, Santiago Bausili, fue designado presidente del Banco Central. Y su amigo de la vida, Pablo Quirno, secretario de Financiamiento del ministerio. Los tres ya habían formado equipo en el Ministerio de Finanzas de Mauricio Macri. Quirno es el escudero más fiel que haya contado Caputo en su vida profesional.
Una vez aterrizado en el Banco Central, sede del infierno inflacionario, y potencial candidato a desaparecer en la distopía libertaria, Bausili comenzó el operativo desarme. Reunió a los bancos y les dijo: “Todo lo que vamos a hacer en esta primera etapa tiene que ver con dejar de emitir; hacia ahí vamos. El resto lo iremos acomodando, trabajamos como con capas de cebolla. Les pido paciencia, no haremos una política de shock, ya lo verán”, prometió.
LA BOMBA
El 12 de diciembre, dos días después de haber asumido Javier Milei el Gobierno, Luis Caputo dirigió un mensaje explicando la tan esperada devaluación del peso. Se especulaba con que el dólar treparía de $ 344 a $ 650 pero finalmente, Economía y el Banco Central decidieron un “overshooting” a $ 800 para el dólar oficial, una suba de 118%, o lo que es lo mismo, una devaluación del 54 por ciento. O lo que significaba que el peso, medido en dólares, pasaba a valer la mitad.
Caputo había planteado los esbozos del plan fiscal, con un fuerte congelamiento del gasto público y un aumento de los impuestos tanto a los exportadores como a los importadores. Se frenaría así las compras al exterior y la salida de dólares y, del lado de los exportadores se hacía atractiva la liquidación con un mejor tipo de cambio, a pesar del aumento a las retenciones a casi todos los productos que se venden al exterior.
Ese freno fiscal, que implicaría menor expansión monetaria, tendería a contener la inflación, que además de la inercia de los últimos meses, acumularía ahora la del traslado a los precios de la nueva suba del dólar.
¿Y las Leliq? Esa “bola de emisión monetaria” empezó a entrar al freezer. En principio, el Banco Central se dedicó a mantener la tasa de interés. Las Leliq a 28 días seguirían con tasas del 133%, por debajo de una inflación que ya en ese momento se proyectaba arriba de 140% anual. A la vez, redujo la tasa que pagan los otros “pasivos remunerados”, los pases, al 100 por ciento.
Dos señales: se buscará no generar mayor rendimiento de intereses que afecten las cuentas del Banco Central. La segunda, dirigida a los bancos, para que coloquen sus pesos en bonos del Tesoro, donde conseguirán mejores tasas.
La semana siguiente, el Banco Central profundizó la lucha contra el stock de Leliq: dejó de vendérselas a los bancos, que ahora podrían colocar sus pesos en los “pases”, a la tasa disminuida de 100%. Y dejó abierta una sola puerta para el refugio de los inversores minoristas: los plazos fijos actualizados por la inflación. El tercer eje en el que comenzó a operar el Gobierno fue en el frente de la deuda que mantienen los importadores con sus proveedores del exterior o de las filiales de firmas extranjeras con sus casas matrices. En otras palabras, el efecto cepo. Esa deuda, que estaba condicionando crecientemente la capacidad de importación de las empresas y amenazando el nivel de actividad, asciende a unos US$ 55.000 millones.
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Para atender esa situación, y hacer del vicio virtud, el Banco Central ideó un bono en dólares para acceder a los fondos para cancelar esas deudas. La idea, en línea con lo que les anunció Bausili a los bancos, es retirar todos los pesos posibles de la economía. Se trata de los Bopreal (Bonos Para la Reconstrucción de una Argentina Libre). Importadores y firmas con giros de dividendos al exterior bloqueados en los últimos años por el cepo, tienen en gran medida pesos en plazos fijos en el sistema bancario.
La idea es ahora que suscriban estos bonos licitados por el Banco Central, que tendrán cotización de mercado. De ese modo, esos pesos que están en el sistema financiero esperando por acceder a dólares, forman parte de “la bola de Leliq” que además genera más emisión y por ende inflación, serán “rescatados” por el Central. Si los absorbe el BCRA, mejora su balance. Y por el lado de los importadores, les reprogramará la venta de las divisas para calzarla con vencimientos a más de dos años. El esquema supone que para entonces ya habrá suficientes dólares en las reservas y en la economía que no será un impedimento venderlos al mercado para cancelar las deudas.
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“Partiendo de una elevada inercia inflacionaria y una aceleración en la velocidad de los precios producto de la devaluación y el ajuste de precios relativos, y aprovechando la continuidad del cepo, las autoridades optaron por una licuación de los stocks monetarios y un achicamiento del balance del BCRA para acotar los desequilibrios heredados sin la necesidad de un evento disruptivo (como podría serlo un Plan Bonex), pero que claramente tendrá costos asociados tanto para bancos como para inversores, que reducirán su rentabilidad o posibilidad de cobertura”, graficó la consultora Ecolatina. En otras palabras, el achicamiento del balance del Banco Central lleva implícita la “licuación” de los pesos, la cantidad de moneda circulante en la economía como su poder de compra.
DÓLAR POWER
En paralelo, estos movimientos tienden a ir “blanqueando” al dólar de hecho como moneda de curso legal, en varias secuencias. La primera se conoció con la reglamentación de los Bopreal, las notas en dólares del Banco Central que fueron emitidas para los importadores y que tendrán como correlato la absorción de pesos. Para incentivar su demanda y precio en el mercado, el Gobierno dispuso que podrán pagarse impuestos con estos bonos. Tradicionalmente, los impuestos se han cancelado en pesos, pero ahora la AFIP y el Banco Central acordaron permitir su uso para cancelar obligaciones impositivas al tipo de cambio vigente al momento del pago.
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El proyecto de Ley Ómnibus también indicó en el capítulo vinculado con el blanqueo impositivo la expresión de los activos en dólares estadounidenses a una tasa de conversión que explicitará la propia norma. Y, fundamentalmente, el DNU 70, el controvertido decreto desregulador, incluye una reforma sustancial en el Código Civil y Comercial: la posibilidad de realizar contratos en cualquier moneda.
Es en dos artículos: el 765 define la obligación de dar dinero “si el deudor debe cierta cantidad de moneda, determinada o determinable, al momento de constitución de la obligación, sea o no de curso legal en el país” y “el deudor sólo se libera si entrega las cantidades comprometidas en la moneda pactada. Los jueces no pueden modificar la forma de pago o la moneda pactada por las partes”. Y en el artículo siguiente, el 766, “el deudor debe entregar la cantidad correspondiente de la especie designada, tanto si la moneda tiene curso legal en la República como si no lo tiene”.
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Es decir, ahora en la legislación argentina se admiten contratos en cualquier moneda, de curso legal en el país o no, y el deudor tiene la obligación de pagarla. Sean pesos, dólares, criptomonedas o cualquier otra. El consejo de los inversores de Nueva York empieza a tomar cuerpo, sin tanta definición pública de dolarización, pero que muestra un peso en acelerada retirada.