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El precio de la historia: una fascinante visita al Museo del Banco Central
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El precio de la historia: una fascinante visita al Museo del Banco Central

Por Silvio Santamarina (*)

Mientras el rol del Banco Central está más vigente que nunca en la conversación pública, el museo de esta institución ofrece varias novedades y sorpresas para quien se anime a recorrer el laberinto monetario nacional.

Tres millones de dólares. Tal vez más. Esa es la cotización aproximada de la donación que cambió el nombre de un museo clave para entender el país en que vivimos: el del Banco Central de la República Argentina.

El rebautismo no ocurrió hace tanto. Hasta 2017 y desde 1968, el museo llevaba el nombre de José Evaristo Uriburu (h), en memoria de quien fuera su impulsor inicial, además de ser primer vicepresidente del Banco. Los puristas de la numismática opinan que, si bien el primer homenajeado merecía tal reconocimiento, tampoco estaba mal darle la oportunidad a otro tipo de personalidad, con un perfil más experto en la historia monetaria.

Cuentan que la euforia coleccionista de Uriburu, quien no se autopercibía como un amateur del rubro, lo llevó a comprarle piezas de colección muy flojas de papeles a mercaderes tan persuasivos como escurridizos.

En busca de llenar huecos en el infinito rompecabezas que supone la historia del dinero argentino desde sus orígenes, la directora del museo, Mabel Esteve, aprovechó el impulso del por entonces presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, quien la alentó a rastrear en el circuito del coleccionismo local e internacional para conseguir ejemplares de profundo valor histórico. El problema era que también tenían en muchos casos altísimo valor comercial, quizá demasiado para el estado de las cuentas públicas. Eso sin contar la dificultad legal a la hora de cerrar ciertas transacciones con coleccionistas que no siempre presentaban certificados de legitimidad de sus piezas, y que mucho menos querían presentar facturas fiscales para darle el marco legal correspondiente a una adquisición oficial. Pero la Historia siempre da revancha.

La primera moneda patria

Por esos tiempos, se contactó con el museo el coleccionista y académico Héctor Carlos Janson, considerado el mayor experto mundial en monedas históricas del territorio argentino.

El mensaje era muy simple, aunque sorprendente: sobre el final de su carrera erudita, a Janson se le ocurrió donar su preciada colección al museo del BCRA. El tesoro, valuado en el mercado numismático en varios millones de dólares, contenía 2.800 piezas de oro, plata y bronce, en excelente estado de conservación, que el experto consiguió, cuidó, estudió y catalogó durante medio siglo de trabajo.

Entre las monedas tan raras como significativas que, en 2017, se incorporaron al patrimonio cultural público gracias a la generosidad de Janson, se destaca la de dos escudos de oro, que pasó a ser la pieza más valiosa del museo. Se trata de uno de los ejemplares acuñados en 1813 en la Casa de Moneda de Potosí por el General Manuel Belgrano por mandato de la Asamblea del Año XIII; solo existen actualmente dos ejemplares de esta moneda patria, ya que las demás fueron fundidas como oro a lo largo de la historia nacional.

El primer billete de Buenos Aires

También integran la colección Janson los famosos “tapados” (enterrados) de Quiroga, el Patacón de Oro de 1881, las monedas fraccionadas en cuartos que circularon durante la Guerra de la Triple Alianza y las curiosas “monedas de pretensión” acuñadas por el autoproclamado “Rey de la Araucanía y Patagonia”, aquel delirante francés que inspiró la película del argentino Carlos Sorín.

Para no perderse ninguna de las medallas emitidas en nombre de aquel reino imaginario que persiste hasta nuestros días, Janson invitó a su casa en la localidad santafesina de Wheelwright, al último de los sucesores nobiliarios del “monarca” franco-patagónico Orélie Antoine de Tounens.

Quien también se sintió obligado a viajar hasta Santa Fe para visitar a Janson fue el propio Sturzenegger, quien llevó a toda su familia a compartir un asado en casa del generoso coleccionista. Y tomando el ejemplo de las universidades norteamericanas con sus donantes prominentes, el entonces presidente del Banco Central consideró más que razonable la idea de rebautizar el Museo con el nombre de Héctor Carlos Janson. El coleccionista murió dos años después, con la satisfacción de haber hecho Historia.

GLORIA Y DOLOR

Pero el legado de Janson no es lo único interesante para ver en el Museo, ubicado en San Martín 216, en plena city porteña, en un edificio que en sí mismo es un documento histórico, ya que alojó la primera Bolsa de Comercio y la célebre Caja de Conversión, antecedente de lo que, desde 1935, fue el Banco Central.

La maldición del Banco Central

Para quien le quede incómoda una visita física, está la opción muy recomendable de la visita 360 en la web del BCRA: un recorrido virtual con una de las mejores experiencias inmersivas de los museos nacionales.

Recorrer sus siete salas, ordenadas de manera cronológica y temática, es como ingresar al cuarto de máquinas del Titanic: un destino formidable y colosal que, en una lenta catástrofe anunciada, se termina yendo a pique. Pero vale la pena reflexionar sobre ese derrotero para imaginar que quizás haya chance de salvar algo del naufragio.

En la sala Uno, dedicada a la economía de intercambio de los pueblos originarios y el impacto de las monedas de oro y plata acuñadas por los conquistadores españoles, se destacan las hachuelas de cobre utilizadas como “circulante” precolombino, junto con granos de cacao, caracolas, yerba mate y otras piezas, bautizadas por la cultura virreinal como “monedas de la tierra”.

Del lado del imperio hispánico, llaman la atención las monedas de plata originales que se exhiben en el museo, piezas que en su momento fueron tan valoradas en todo el planeta como hoy lo es el dólar estadounidense.

La sala Dos está dedicada al dinero en tiempos de la Independencia y el tortuoso laberinto de la organización nacional. Las primeras monedas patrias, acuñadas en oro y plata, estrujan el corazón de cualquier visitante local que sepa o se entere de que la pronta pérdida del control del Cerro Potosí forzó a los primeros patriotas a arreglarse con monedas de muchísimo menor valor metálico, algunas copiando los diseños de las valiosas piezas ibéricas: se las llamó “monedas de emergencia”, como un curioso presagio de lo que sería buena parte del devenir monetario argentino.

En la misma sala y siguiendo el mal augurio, también se atesora el primer billete nacional con figuras de próceres, donde sorprende la imagen de George Washington (junto con Simón Bolívar), rostro que hasta hoy asociamos con nuestra economía “bimonetaria”.

La Sala Tres, identificada con la República Conservadora y el Siglo XX está llena de piezas impactantes, que van desde el glorioso Patacón de oro, pasando por la línea monetaria más estable de la historia nacional (el Peso Moneda Nacional, que duró casi un siglo), hasta el tristemente célebre billete por un millón de pesos, que hasta ahora ostenta el amargo récord de ser el de mayor valor nominal de todas las emisiones nacionales existentes.

El extraño caso de la Reserva Federal de los EEUU

En la Sala Cuatro, se puede apreciar el proceso moderno de fabricación y destrucción de billetes. La Sala Cinco contiene objetos (libros, balanzas) de entidades financieras antecesoras del BCRA. Y la Sala Seis está enfocada en la historia del Banco y su patrimonio arquitectónico y cultural.

La frutilla del postre está casi a la salida (o la entrada, depende los gustos), en la Sala Mariano Lovardo, donde se exhibe una colección única de objetos hallados en naufragios sucedidos entre los siglos XVI y XIX, que evoca la era aventurera de los piratas del mar, y a la vez ilustra claramente el alcance internacional de las monedas virreinales. Piratas y náufragos: cualquier semejanza con la actualidad es pura coincidencia.

(*) Editor general de Newsweek Argentina y autor del libro y el podcast «Historia de la Guita»

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