Por Silvio Santamarina
Nacho Iraola, legendario referente de la industria editorial, cuenta el origen y visión de su flamante emprendimiento, instalado en una esquina soñada de Villa Ortúzar.
Hace un par de semanas, abrió sus puertas la librería Naesqui, en pleno corazón del barrio porteño de Villa Ortúzar, una de las zonas emblemáticas de la renovación urbana pos-pandemia. Su fundador, Nacho Iraola, es un conocido manager y experto de la industria editorial nacional y regional.
En esta charla, explica cómo, en un giro de su vida, pasó del lado corporativo de los libros al emprendedurismo cultural, en una transición que intenta combinar lo mejor de ambos mundos.
Contanos la historia de tu larga relación con los libros.
– Todo arrancó de chico, en mi casa. Si bien no era una familia de intelectuales, mi vieja y mi viejo tenían libros, colecciones, el material normal que leía la clase media. Mi tía madrina sí era una lectora voraz, en especial de policiales; ella vio que mis amigos me pasaban historietas, aprovechó y me empezó a dar la colección de Asterix, y de ahí empezó a pasarme sus libros.
¿Cómo fue que esa historia libresca familiar deriva en una profesión?
– Saltemos hasta 1990, cuando termino la secundaria y empiezo el CBC de la UBA, con un muy mal año académico por distracciones de la edad. Mi vieja me advierte: “Terminás y vas a laburar”. La familia no estaba pasando un gran momento económico, así que me pongo a buscar, y llego a Editorial Planeta, como cadete del presidente de la empresa, Julio Pérez, a quien yo lo llamo mi primer jefe y mi segundo padre. El otro que me adopta ahí fue Juan Forn (escritor y mítico gerente editorial del sello): como yo estudiaba Comunicación y ya quería dejar de ser cadete para dedicarme a lo mío, le dije que estaba buscando lugar en alguna redacción periodística. Pero él me frena y me dice la frase más maravillosa hasta entonces: “Te metí en Prensa”. Entré como asistente de Florencia Ure, y seguí hasta hoy, que continúo como asesor de Planeta. En el medio fui Jefe de Prensa, Director Editorial y finalmente a cargo del Cono Sur. Nunca aspiré a cargos corporativos más altos, para mí la dirección editorial es el laburo más lindo y lo disfruté mucho porque hice lo que quise. Me gusta hacer libros y soy bastante inútil con el tema de los números, pero en eso tuve todo el apoyo de Gastón Etchegaray, quien como Presidente de Planeta me dio libertad total. Y yo creo que respondí siendo muy rentable para la editorial. Fui muy feliz los 33 años en Planeta, y por eso sigo vinculado como asesor.
¿Y por qué se te ocurrió dar este salto?
– En 2008 yo me mudo a Ortúzar, y siempre que regresaba del laburo pasaba por esta esquina (Charlone y 14 de julio), frente a la plaza, y me volvía loco: yo me imaginaba un clima como el de esas plazas madrileñas rodeadas de bares, pero con mi impronta de los libros. En el medio, llegó la pandemia, que me encontró muy feliz con mi vida: una esposa que amo, una casa cómoda y, el factor clave, una hija que tenía dos años en aquel momento tan especial para todos, de encierro, etc. Paró el mundo y yo también. Por el trabajo, yo casi no conocía el barrio. Pero con mi hija, apenas pudimos salir un poco a la calle, empezamos a frecuentar la placita, y entonces me empecé a plantear este sueño más en serio.
La pandemia está muy presente en los casos de nuevos emprendimientos…
– Bueno, claro, incluso a dos de mis socios -de la parte Café y de los Talleres, Paula Salischiker y Alan Kritzner- los conocí en la plaza durante la pandemia. Dejar Editorial Planeta -aunque sigo asesorando- fue una decisión muy íntima, vinculada con esa etapa de crisis y oportunidad personal y familiar, que hasta fue conversada en terapia con mi analista.
Cambio de identidad, de editor a librero.
– Yo no soy ni voy a ser “librero”: eso es un oficio que se adquiere con una trayectoria y una formación en ese talento específico. Pienso lo mío como algo más vinculado a la gestión cultural. Ahí es donde justamente aparece mi gran motor, socio y amigo, que es el abogado Pablo Slonimsqui: por cuestiones de salud, él hacía caminatas diarias desde Palermo hasta acá, le gustó el lugar, y cuando le conté mi idea, se entusiasmó y entre los dos compramos esta propiedad e hicimos la reforma.
De hecho, este lugar se llama “Naesqui”, por “esquina”, y por nuestros nombres combinados. Yo le dije a Pablo: me imagino una librería, un pequeño café-bar y un espacio para hacer quilombo cultural. Esa es la palabra exacta: quilombo. Y acá estamos, en un barrio que ya tiene una sensibilidad artística y con los libros. Hay muchos productores de teatro independiente y gente de la cultura en general.
La idea es aglutinar toda esa movida…
– En un mes de vida, ya trajimos a Tamara Tenenbaum, Jorge Consiglio, Leticia Rivas, Javier Sinay, Miguel Rep, Pedro Saborido, pronto vendrán María O’Donnell, Claudia Piñeiro, Fernando Krapp, Damián Huergo… Me metí en algo muy personal, te diría que es mi manera de hacer política cuando ya no creo en los políticos. No como algo partidario sino de resistencia cultural y barrial. Esta esquina hubiera sido natural que terminara como una torre, pero ahora es un espacio cultural de referencia para los vecinos alrededor de la plaza 25 de agosto, la plaza de Pugliese y de Cerati, que nos dan suerte. Y para mí es la plaza donde pasé horas y horas con mi hija en la calesita, viendo los avances y retrocesos de esta obra.
¿Fue complicada la parte inmobiliaria del proyecto?
– Era una propiedad con muchas complicaciones de papeles, sucesiones, etc., y a eso se le sumaron los obstáculos administrativos de la pandemia. Pero todo eso lo destrabó mi socio Pablo, que es un gran abogado. Ese proceso comenzó en 2020, a fines del 2021 charlé mi cambio con Planeta, donde tuve todo el apoyo, y arrancamos la obra lentamente en el 2022, esperando permisos, y todo esa tortura. Y hace un año y medio comenzamos la obra, en el medio nos quedamos sin guita, en el marco general de la economía nacional, pero sobrevivimos. Hemos tenido un apoyo muy lindo del barrio y de todo el ámbito de gestores de la cultura.
En estos años, las librerías se fueron deconstruyendo como espacio, agregando cafés, escenarios, salas para charlas y cursos… pero ustedes ya nacieron “deconstruidos”, ¿no?
– Totalmente. Pero hablando del negocio, hay varios condicionantes para valorar. Con la pandemia, se potenció el valor de las propuestas “de cercanía”. Nosotros construimos algo lindo, en un barrio lindo para la vida “slow”. Mucho de lo que quiero hacer acá está inspirado en lo que el librero Fernando Pérez Morales hizo como gestión cultural en la Boutique del Libro de San Isidro y en NoTanPuan: yo vi cómo trataba a los autores y qué quería proyectar hacia los vecinos. Y respecto del negocio en sí, me tengo mucha fe por mi know-how del rubro y por mi cercanía y confianza ganada con los grandes jugadores de la producción cultural. Es el momento para mí de tirar de esa cuerda y salir a pedir que me apoyen en esta cruzada.
Especialmente ahora que no están las espaldas de Planeta detrás…
– Sí, en cuanto a la cobertura empresarial. Pero en realidad, cuando estaba en Planeta, yo les cuidaba el mango igual que tengo que hacerlo ahora. Así que la gimnasia de hacer las cosas con riesgo y a la vez con cuidado es la misma. El desafío creativo estaba entonces y está, obviamente, ahora.
¿Qué cambios viste a lo largo de tu carrera en la industria del libro, teniendo en cuenta las revoluciones digitales y su impacto en los hábitos de lectura?
– La verdad es que yo no veo cambios tan profundos en el negocio editorial como podría suponerse. Por supuesto que el libro digital y el audiolibro han sido las grandes novedades de esta época, pero no resultaron en pérdida de mercado para la industria, más bien al contrario: son nuevos canales de lectura para ganar lectores. A diferencia de otras industrias que fueron golpeadas por lo digital, acá las editoriales sumaron los nuevos formatos a sus catálogos, se amplió la oferta. Lo digital sumó y permaneció en el entorno editorial. Y la pandemia, que arrasó con tantos negocios por el cambio de hábitos abrupto y obligado que impuso, sin embargo le dio un nuevo impulso al libro, porque la gente recordó que estaba la lectura: mucha gente no leía porque no encontraba el tiempo.
¿Y las nuevas generaciones, nativas digitales, son clientes de la industria tradicional del libro?
– Lo digital ayuda mucho a la industria editorial. Muchas plataformas, como por ejemplo Wattpad, donde los pibes y pibas publicaban sus libros para millones de usuarios, permitieron descubrir nuevos talentos e historias que de otro modo el mercado tradicional no hubiese detectado como éxito potencial. Muchos bestsellers en papel comenzaron como relatos online: fue como una especie de scout tecnológico, que permitió publicar a autores ajenos a la industria, que antes tenían que pagar y editarse sus propios libros.
¿Y en el circuito local, cuál es la tendencia más notable de transformación?
– El crecimiento fenomenal de la industria desde las iniciativas independientes. Esta ciudad tiene la mayor cantidad de librerías por habitante. Este barrio, de modo espontáneo, se volvió un polo editorial: estamos rodeados de distribuidoras, editoriales, librerías, imprentas, todo independiente. Mirá, yo visité las grandes ferias de la industria editorial en todo el mundo, y te aseguro que hay un respeto mundial por el talento que hay en la Argentina. Eso tiene que ver tanto con el aporte del lado independiente como del de las grandes firmas multinacionales que laburan con mucho compromiso acá. Durante la pandemia, los independientes salvaron el negocio, pero también las grandes editoriales salieron a reactivarlo apenas se reabrió el juego, pasada la emergencia sanitaria. Por eso yo apuesto a que Naesqui haga ese equilibrio, combinando el espíritu independiente con la mentalidad empresarial.