Por Mariano Leira
El RKT es un género musical que combina el reggaeton y la cumbia, estilos tropicales que fraguaron en el pauperizado conurbano, el vasto ejido de la Ciudad de Buenos Aires. En sus bordes geográficos y éticos, esta expresión cultural recoge la vida en la pobreza crónica, la falta de perspectiva social en un país que en el último medio siglo prometió la ilusión del progreso social con inclusión progresiva. Una economía cascoteada por la inflación y la falta de trabajo.
El mayor exponente de esa música popular y hitera, conocido como L-Gante, sigue produciendo desde una celda donde espera un juicio por privación ilegítima de la libertad. Encadenado como en la caverna de Platón, el músico recibe reflejos de una realidad empastada por las redes sociales. Compone y difunde su prolífica producción. L-Gante sabe de lo que habla, cobra en dólares y le gusta gastárselos en bienes suntuosos.
Días después de que la Argentina y el Fondo Monetario Internacional anunciaran un acuerdo transitorio cuyas reglas se procuran esconder en los pliegues de las negociaciones, escribió sobre del mayor culebrón de la farándula en un año, las infidelidades entre una influencer de la TV y un futbolista de la Selección. Y en un mar de metáforas calientes, coló una autorreferencia en tan bizarra temática: “Yo sigo sumando / como el dólar blue / siempre de callado / pero con tum-tum”.
Con apenas horas de diferencia con la difusión del nuevo “hit”, el principal referente económico de la oposición, con serias chances de convertirse en ministro de Economía en diciembre de este año, Carlos Melconián, le puso fecha a una devaluación del peso argentino: el día después de las PASO, a mediados de agosto.
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¿Aún así, en medio de una crisis cambiaria y de las reservas, como la que tiene en la cabeza el ex presidente del Banco Nación, le conviene al oficialismo actual una pronta devaluación de la moneda?
No hay respuestas fáciles.
El retraso del tipo de cambio es una de las mayores distorsiones que acumula la economía argentina. Su hijo menor es la brecha cambiaria, la distancia que separa la cotización oficial del dólar con el valor que le da el mercado en los canales informales. En los últimos meses, después de haber retrocedido a principios de año al 92%, regresó desde abril al 100%. Una verdadera máquina de frenar los negocios.
El “tum-tum” de la canción de L-Gante es el efecto que produce en el bolsillo de la población el salto del dólar “blue”, el canal marginal más popular, que se canaliza a través de fogonazos inflacionarios.
BOLSILLOS SECOS
La sequía afectó a la producción del campo y el ingreso de divisas a la economía por exportaciones, por entre US$ 20.000 millones y US$ 24.000 millones. La falta de esas divisas en la economía terminó de poner en crisis una definición de política de la actual gestión: la decisión de mantener un nivel de tasas de interés retrasado de la inflación bajo para alimentar un crecimiento del mercado interno por la demanda. A la vez, sostener un tipo de cambio relativamente apreciado para evitar el traslado a los precios al consumidor del aumento de los componentes importados.
De acuerdo con cálculos de la administradora de fondos MegaQM, el tipo de cambio real muestra que el actual “está 18% debajo del promedio histórico”. Advierte que se trata de una aproximación, pero sin embargo arriesga: “La primera conclusión es que no estamos ante el mayor atraso de los últimos años, nivel que se alcanzó en noviembre de 2015. Ese mínimo fue en términos reales 28% inferior al actual”, puntualizó MegaQM.
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Pero no ser el peor momento no significa no estar retrasado. De hecho, más que los datos hay momentos del imperio de la experiencia. En términos técnicos, según los analistas, pesan los denominados factores “idiosincráticos”: la actitud de cobertura frente a la inflación futura, que lleva a “pricear” de acuerdo con el “costo de reposición” del bien que se ofrece.
Se trata de una expectativa basada en el pasado y que presiona cualquier margen de maniobra de los gobiernos. Esa percepción cotiza mayormente en blue, pero también en los dólares financieros, es decir, aquellos que en forma legal se negocian a partir de la compra-venta de bonos argentinos o acciones de empresas en pesos, pero que luego se venden y se liquidan en dólares. Son los dólares “contado con liquidación” y “dólar MEP”. Escapan a la mayor parte de las restricciones al acceso a los dólares, no afectan los dólares de las reservas pero, al igual que el dólar blue, tienen un peso significativo en las expectativas de los actores económicos.
Con la caída de la liquidación de exportaciones por la menor producción por la sequía, el Gobierno debió endurecer el acceso a las divisas oficiales, que son las que se utilizan en el comercio exterior.
Se acumulan unos US$ 14.000 millones de deudas de los importadores con sus proveedores del exterior; se bloquean las autorizaciones para importar de sectores cada vez más extensos de la producción. A fines de 2022, el cepo produjo un parate en la actividad económica. La inminencia de una recesión produjo cierto relajamiento de ese “cepo importador”. El costo no sólo se hace sentir en el empleo y los ingresos, sino también en las perspectivas electorales.
Sin los dólares del campo, sólo quedaban las reservas. Y las deudas con el Fondo Monetario Internacional. Y la brecha cada vez más grande entre el dólar oficial y los dólares financieros y marginales.
Si bien la sequía apretaba ya desde mediados de 2022, el Gobierno tomó nota efectiva a principios de este año, cuando terminó de fracasar la cosecha de trigo. Fue entonces que decidió sacarse el corsé de los compromisos negociados con el FMI. El organismo venía indicando a las autoridades económicas la conveniencia de simplificar los distintos tipos de cambio, que en el verano del ’23 implicaban ya un dólar para el campo con una cotización diferencial para estimular su liquidación, un dólar especial para el turismo –dólar tarjeta y dólar Qatar-, los dos dólares financieros por los cuales se canalizaban muchas operaciones comerciales impedidas de acceder al mercado oficial y el termómetro popular del “dólar blue”.
El Gobierno dispuso romper los acuerdos con el FMI en materia de metas del gasto fiscal, de acumulación de reservas y de emisión monetaria para financiar el gasto del Gobierno. No sólo en el primer trimestre, sino, sobre todo, en el segundo, cuando la falta de divisas apremiaba. Las negociaciones bilaterales se intensificaron, se tensaban las posiciones y hubo volteretas diplomáticas globales. La brecha aumentaba y la inflación corroía los bolsillos de los asalariados. Y el dólar oficial no se movía.
El otro protagonista de la historia es la intervención del Gobierno en el mercado de bonos para mantener a raya la cotización. Cuando los dólares financieros pasaron los $ 500, se detonó una barrera psicológica: acechaba sobre los precios y el proceso electoral no ofrecía certezas.
La candidatura del ministro de Economía, Sergio Massa, fue un catalizador de la crisis, que llevó tranquilidad a los mercados de que no habría sorpresas inimaginables en los horizontes de corto y mediano plazo. El ministro market friendly podría llegar a un acuerdo con el FMI, restablecer el flujo de dólares a las reservas, negociar lo que fuera necesario al interior de la alianza oficial, incluso de la versión más radical del kirchnerismo, y pivotear con los mercados.
También mostrar capacidad para encarar cierta devaluación de la moneda…
LA PREGUNTA ERA CUÁNDO
Finalmente, Massa logró un principio de acuerdo con el FMI. El Gobierno dio los pasos previos a ese compromiso asumido con un Washington que no podía complacer las demandas argentinas, ni por muy amigo que Joe Biden fuera de la Argentina. Fuera de todos los márgenes aceptables de medidas, el organismo multilateral no tenía forma de desembolsar recursos a un gobierno que no lograba disciplinar ninguna variable en su gestión.
Los dos temas de la agenda con el Fondo son los frentes fiscales y el dólar pisado. A juicio del FMI, la demanda del gobierno de Alberto Fernández y Sergio Massa de fondos frescos, no tenían demasiado sentido si, en lugar de alimentar el funcionamiento de la economía, iban a ser aplicados a mayores erogaciones del Estado o a intervenir en el mercado para mantener la cotización ficticia del tipo de cambio.
Tras largas negociaciones, el FMI decidió que finalmente devolverá los US$ 7.800 millones que la Argentina le pagó en junio y primeros días de agosto por vencimientos de capital e intereses, pero que primero debía hacer un gesto. Habilitó el nuevo dólar para el agro, a una cotización de $ 340 por dólar contra un dólar oficial que permanece retrasado respecto de la inflación y cotiza a $ 287. Excluyó a la soja e incluyó, además de los productos regionales, a el maíz.
Finalmente, se practicó una “devaluación fiscal”, aumentando el tipo de cambio para la importación de servicios y de gran parte de los bienes, elevando los impuestos en 7,5% en el primer caso y en 25% en el de productos.
Se trataba de devaluar sin devaluar, dado que se encareció el acceso de los dólares por los importadores. En una semana, el comercio exterior entró en crisis, y prácticamente se paralizaron las importaciones. Si no fue por una decisión de administración de la escasez, lo fue por la burocracia. Sin dólares en las reservas, se trata del único recurso antes que la asignación la hiciera el mercado por una devaluación de hecho y la estampida del precio de los dólares.
El último capítulo no se ha escrito. Resta por ver el efecto de este nuevo cepo en la actividad. Todos los pronósticos indican que este frenazo cambiario encamina una recesión, que se sentirá probablemente con fuerza en octubre. Al tiempo de las elecciones generales.
El epílogo se escribirá después de las PASO, cuando se conozcan todas las medidas que condicionarán los desembolsos del FMI a fines de mes. El Gobierno se comprometió a ordenarlo, pero tiene margen para intervenirlo, por lo menos en lo inmediato. ¿Sería así después de las primarias? Melconián dice que el 14 de agosto será el Día D. (N.deE. El mismo 14 de agosto el Gobierno devaluó un 22% el peso, mientras que el blue llegó a los $700).
El economista Fausto Spotorno, de la consultora OJF & asociados cree que el futuro de la devaluación no tendrá muchas chances de ser administrado por la actual administración. Pero tampoco cree que haya que empezar por la cola. Dice que en la cabeza debe pensarse en el cepo.
«En general, el mercado liberado es el que señala donde está esperando el dólar. Pero lo que sucede es que primero ajusta la inflación y luego el dólar tiende a bajar. Esto no significa que, una vez sacadas las restricciones, el dólar nominalmente no suba, pero siempre sube menos que la inflación”, indicó ante una consulta de Newsweek Argentina.
“Pasó con Macri, pasó en el ’89/’90, cuando se puso la convertibilidad; pasó en el ’75, en el ’80. Es que cuando se pone el cepo cambiario, automáticamente se generan dos tipos de cambio: el oficial y el libre. El oficial tiende a estar por debajo del tipo de cambio de equilibrio de largo plazo, porque querés que el dólar sea un ancla contra la inflación”, explica. “Cuando liberás el cepo cambiario, tenés un tipo de cambio intermedio”, arriesga.
Es que en el centro de la agenda está también hasta dónde llegaría un dólar tras una devaluación. En el recuerdo histórico de la salida de la convertibilidad, el dólar que estaba pautado que subiera a $ 1,20 después de años del uno a uno, terminó su “overshooting” a $ 4, para estabilizarse luego por un par de años en torno de los $ 3.
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Spotorno no se anima a arriesgar en qué momento se produciría una devaluación del peso que permita alinear la demanda con la administración de los precios. La gran pregunta es si dada la escasa cantidad de reservas en el Banco Central y la presión de las empresas por acceder a la divisa la “devaluación fiscal” no será un arreglo precario.
La consultora 1816, afirmaba que en lo inmediato no debería esperarse un movimiento del Gobierno en ese sentido. Pero también arriesgó acerca de la relación de la política con la evolución del dólar. “Aún en el hipotético caso en que las Primarias reflejaran que el oficialismo nacional no fuera competitivo de cara a las elecciones de octubre, el Gobierno podría seguir enfocado en maximizar su desempeño electoral, dada la importancia de la provincia de Buenos Aires, y que en la Provincia no hay segunda vuelta”, arriesgó.
En cambio, los analistas pronostican que en los próximos meses podrían encarecerse aún más las importaciones a fuerza de más impuestos y, por supuesto, más limitaciones a las compras al exterior.
Del otro lado, el Gobierno dice que recaudará adicionalmente $ 1,3 billón más de lo previsto y que con eso reducirá la necesidad de emisión monetaria para financiar el gasto público, que reducirá la presión sobre los precios, y también sobre la demanda de dólares.
MEDIDA POR MEDIDA
El acuerdo con el FMI y los tipos de cambio diferenciales tendrán un efecto colateral, que también le permitirá al Gobierno recaudar más y a los actores económicos un deterioro del poder de compra.
Hay análisis que sitúan al aumento de precios por el mayor tipo de cambio para las importaciones y el incremento en el precio de productos regionales y en especial del maíz en 1,8 puntos directos. El dato de la inflación de julio, que se conocerá después de las PASO, recogerá una parte, el resto se sentirá este mes y se pagará con dolor en septiembre.
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La otra alternativa podrá darse en los hechos. El Banco Central todavía conserva margen de maniobra para contener expectativas y precios del dólar financiero con su intervención en el mercado de bonos. Pero su capacidad no es infinita sin volver a incurrir en un exceso de emisión de pesos para comprar esos títulos del Estado.
En lo inmediato, el Banco Central también se comprometió a una devaluación más acelerada de la que viene realizando en el tipo de cambio oficial, por lo menos al ritmo de la inflación.
El dólar agro y el cepo le permitirían en pocos días dejar de perder reservas mientras llegan los desembolsos del FMI. Serán días en los cuales la pregunta sobre la devaluación, el cómo, quienes lo harán, el cuándo y a qué costo, sonarán mientras se apagan los bombos de los cierres de campaña.
Entonces sí, tal vez, rompa el silencio y se escuchará “el tum-tum del dólar blue”.