Por Gabriel Michi
No siempre el «progreso» significa «progreso». O, dicho de otra manera, a veces los presuntos «avances» que pretenden -en los papeles- «ayudar» terminan provocando todo lo contrario. Un sueño, un anhelo, muchas veces puede convertirse en una verdadera pesadilla.
Y eso es lo que parece haberse desatado en una pequeña tribu aislada en medio de la Amazonia brasileña. Hasta allí llegaron una serie de antenas satelitales de Starlink -la empresa del multimillonario Elon Musk- para conectar a los habitantes de la aldea Marubo con el mundo exterior. Desde ese punto de vista todo parecía perfecto, porque los integrantes de esos pueblos originarios empezaron a descubrir un universo desconocido y pudieron romper con siglos de aislamiento.
Sin embargo, hubo otras consecuencias: ahora los marubos pasan horas conectados a Internet, obnubilados a través de sus teléfonos celulares, y abandonan sus tareas, sus obligaciones comunitarias y familiares y hasta sus costumbres ancestrales. Los críticos señalan: «Al principio el mundo se abrió, pero ahora todo el mundo utiliza sus teléfonos móviles. Se han vuelto perezosos. No hablan, no trabajan, no se mueven».
Cuando la conexión satelital llegó a esos pequeños aparatos, la sorpresa fue gigante. El festival de colores, imágenes y videos que se abrió ante sus ojos fueron algo inimaginable. Hasta increíble. Hipnotizante. Y ese parece ser el principal problema que se desató, en un pueblo que ha resistido por siglos cualquier invasión de la modernidad en su cotidianeidad. Ahora pasan horas observando ese universo virtual, dejando de lado su realidad tangible. La compulsión a seguir mirando, subyugados por semejante portal a lo desconocido, afectó la vida de la tribu que hasta ahora permanecía prácticamente aislada del resto del planeta.
Hoy, en lugar de atender las tareas cotidianas que hacen a la vida comunitaria o el discurso aleccionador de la mujer líder, los hombres se agolpan alrededor de los teléfonos móviles disponibles para ver partidos de fútbol y los adolescentes pasan largas horas mirando Instagram, atrapados por esa realidad virtual nunca antes vista. Pero ahora hasta su propia identidad parece ponerse en juego.
Por siglos el pueblo marubo -de alrededor de 2.000 integrantes- se mantuvo totalmente alejado del resto de los seres humanos, hasta que a finales del siglo XIX llegaron los extractores de caucho. Eso llevó a décadas de violencia, enfermedades y a la llegada de nuevas costumbres y tecnología. Pero aún hoy se puede tardar varios días en llegar hasta ellos ya que viven en rústicas chozas comunitarias desperdigadas en cientos y cientos de kilómetros de muy difícil acceso. Su territorio es atravesado por el río Ituí, fundamental para su supervivencia. Todo eso en medio de la frondosa y poco explorada selva amazónica. Detentan su propia lengua y entre sus costumbres ancestrales está la de conectarse con los espíritus en medio de trances generados por el consumo de ayahuasca. Mantienen, a su vez, un extraño vínculo con los monos arañas: algunos tienen la suerte de convertirse en sus mascotas. Otros terminan en su sopa.
Sin embargo, pese a que los ancianos del pueblo intenten conservar y mantener vivas sus tradiciones, todo cambió a partir de septiembre de 2023 cuando llegaron las antenas de Starlink -el servicio con más de 6.000 satélites de Space X, perteneciente al multimillonario Elon Musk- para brindar Internet de alta velocidad a los marubos. Desde ese momento, nada volvería a ser igual.
Esta realidad también está alcanzando a otras comunidades de pueblos originarios brasileños que se están conectando a través de Starlink que en 2022 desembarcó en ese país con el objetivo de conquistar uno de los únicos recovecos de la Tierra -junto al Sahara, las praderas de Mongolia y algunas diminutas islas del Pacífico- donde no había ningún tipo de conexión.
El objetivo de Starlink es llegar a todas las comunidades de la Amazonia profunda, incluyendo al grupo apartado más grande de Brasil, los yanomami. Pero algunos funcionarios del gobierno de Luis Inácio «Lula» Da Silva, como también algunas organizaciones no gubernamentales, temen que esa llegada arrolladora de Internet a esas comunidades indígenas esté demasiado acelerada. Y que sea un fenómeno avasallante para esos pueblos y sus costumbres. Algo que ya se está notando.
Sin embargo, algunas voces de esas comunidades señalan que ese pensamiento sintetiza una larga tradición de los foráneos que insisiten en indicarles cómo vivir a los pueblos originarios. “A esto se le llama etnocentrismo: el hombre blanco que piensa que sabe lo que es mejor para nosotros”, expresan algunos de sus portavoces.
The New York Times, el prestigioso diario estadounidense, viajó al lugar y se sorprendió por semejante metamorfosis social. Allí recogió varios testimonios que graficaban esa situación. Por ejemplo, el de Tsainama Marubo (todos los marubo usan el mismo apellido), una mujer de 73 años, que señaló: “Cuando llegó, todo el mundo estaba feliz. Pero ahora, las cosas han empeorado. Los jóvenes se han vuelto flojos debido a Internet. Están aprendiendo las formas de la gente blanca”. Aún así, reivindica la posibilidad que le brinda esta tecnología de conectarse por videollamada con familiares que abandonaron la aldea y viven muy lejos de los parajes que ellos habitan. Y, quizás por eso, pide: “por favor, no nos quiten Internet”.
En tanto, TamaSay Marubo, de 42 años, la primera líder mujer de la tribu, expresó: “Algunos jóvenes mantienen nuestras tradiciones. Otros solo quieren pasar toda la tarde en sus teléfonos”. Por su parte, Kâipa Marubo manifestó que si bien estaba feliz con que Internet estuviera ayudando a educar a sus niños, no le gusta lo que está pasando con los videojuegos: “Me preocupa que de repente vayan a querer imitarlos”.
Del lado crítico también se encuentra Alfredo Marubo, líder de una asociación marubo de aldeas, quien subraya que este pueblo transmite su historia y cultura de manera oral y teme que ese ese conocimiento se pierda. Para graficarlo describió: “Todo mundo está tan conectado que a veces no hablan ni con su propia familia”. Pero no sólo eso: también le preocupa el creciente consumo de pornografía, más en una comunidad donde hasta son cuestionados los besos en público.
Enoque Marubo, otro de sus líderes, fue quien creyó que esa tecnología iba a posibilitar grandes avances a su comunidad y una mejor comunicación con quienes se habían mudado del lugar. Por eso grabó un video que se viralizó para pedir ayuda al respecto, mostrando la vida en el lugar, intentando conmover en su pedido para que su pueblo pueda conectarse. Y la obtuvo, siendo quizás el gran responsable de que esa tecnología haya llegado a su pueblo. Hoy reconoce: «Cambió tanto la rutina que fue dañino. En la aldea, si no cazas, pescas o plantas, no comes”. Sin embargo, Enoque, cree que son más los beneficios que los perjuicios ya que, por ejemplo, ha servido para salvar vidas en caso de emergencias.
Vale decir que Alfredo y Enoque ya estaban enfrentados desde tiempo antes ya que ambos encabezan asociaciones marubo enemistadas. Sin embargo, la llegada de Internet los dividió aún más. Para peor, cuando se empezaron a distribuir las antenas, Alfredo las denunció por carecer de los permisos necesarios de las autoridades federales para entrar en territorios indígenas protegidos. Eso desató una nueva pelea.
Fue Allyson Renea, una consultora espacial y conferencista de Oklahoma (EE.UU.), la que recibió un video de un desconocido -el mencionado de Enoque Marubo- el año pasado que le pedía ayuda para conectar una comunidad remota en el Amazonas. Y ella, que colabora con distintas iniciativas a favor de sectores vulnerables de todo el Mundo, hizo una donación para que se puedan instalar esas antenas de Starlink en esos territorios de un país como Brasil, país en el que ella nunca había estado.
El pedido que le llegó fue por 20 antenas, lo que costaría más o menos 15.000 dólares: Y se entusiasmó con la idea de cómo ese acceso a la conexión podía impactar positivamente en la realidad de esos pueblos. Creyó que eso sería “una herramienta que lo cambiaría todo en sus vidas. Salud, educación, comunicación, protección de la selva”.
Entonces, Reneau compró las antenas con su propio dinero y donaciones de sus hijos y reservó un vuelo para ayudar a entregarlas a los destinatarios. Y así, después de una larga odisea a pie en medio de la selva, llegaron a las tribus. Reneau sostuvo: “No quiero que la gente piense que estoy trayendo esto para forzarlos a aceptarlo», antes de reconocer que puede resultar «un arma de doble filo». Por eso aclaró: «Quiero que puedan preservar la pureza de esta increíble cultura porque una vez que desaparece, desaparece”,
CAMBIOS DE HÁBITOS
Según cuenta NYT: «Después de sólo nueve meses con Starlink, los marubo ya están enfrentando los mismos retos que por años han cimbrado los hogares de estadounidenses: adolescentes pegados a sus teléfonos, grupos de chat llenos de chismes, redes sociales adictivas, extraños en línea, videojuegos violentos, estafas, información engañosa y menores expuestos a pornografía».
En el lugar había algunos habitantes que ya tenían celulares pero sin conexión a Internet y que en algunas ocasiones usaban si debían viajar a alguna ciudad. Pero la llegada de la conectividad vía Starlink revolucionaría todo. Al principio fue un regadero de entusiasmo ante semejante «descubrimiento». Pero el uso abusivo no tardaría en llegar.
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Fue allí que los líderes vieron que era imprescindible colocar algunos límites. Por eso decidieron que Internet sería encendido sólo dos horas en la mañana, cinco horas en la tarde y durante todo el día los domingos. Aún así, un nuevo paradigma en la vida de estas comunidades que hasta entonces vivían y sobrevivían en total aislamiento con el exterior, comenzaba a mostrar sus efectos en las costumbres y hasta en la salud. Los líderes comunitarios comenzaron a ver cómo sus habitantes se iban encorvando y reclinando sobre sus pantallas y pasaban horas usando aplicaciones como WhatsApp, entre otras. Más allá de los buenos usos educativos y comunicativos que esa tecnología representa.
Además critican la dispersión en la que incurren quienes participan de las reuniones comunitarias, en particular los adolescentes que se distraen e incluso hay chicas que son contactadas por desconocidos a través de las redes sociales; los niños se entretienen viendo videos del la estrella brasileña de fútbol Neymar Jr. y muchos sueñan con abandonar la aldea -mucho más que antes- alimentados por las ilusiones que se despiertan al ver imágenes seductoras. Y, todo eso impacta de lleno en la vida comunitaria y hasta divide a sus familias.
Las tradiciones de los pueblo originarios de la Amazonia se ven amenazadas por la llegada de Internet.
EL DESEMBARCO DE STARLINK
Hoy Starlink no sólo cuenta con el 60% de todos los satélites de baja órbita que hay en el Espacio sino que, en la Tierra, superó los tres millones de usuarios en 99 países. Sus ventas anuales crecieron un 80% el año pasado, llegando a los 6.600 millones de dólares. Y sus usos se multiplican en lugares lejanos o en conflicto donde, por ejemplo, las guerras han vuelto imposibles otros tipos de comunicaciones. De hecho, entre quienes lo utilizan están el Ejército de Ucrania, las fuerzas paramilitares en Sudán, los rebeldes hutíes en Yemen, algún hospital que aún funciona en la Franja de Gaza, como también equipos de emergencia en lugares difíciles de todo el planeta.
En ese contexto es que se inscribe la Amazonia, donde si bien no hay conflictos bélicos de ese tipo, sí las condiciones de inaccesibilidad vuelven imposible el tendido de cables o la llegada de otra tecnología vía terrestre. Allí Starlink ya generó 66.000 contratos activos (sólo en la parte brasileña), cubriendo -nada más y nada menos- que el 93% de los municipios de la región.
Pero en el mismo uso hay contradicciones: por un lado, la llegada de Internet a esos lugares tan remotos ofreció nuevas oportunidades de trabajo y educación a los pueblos indígenas, pero, por otro lado, a otras personas vinculadas a actividades ilegales o ilícitas, como lo taladores que desforestan o los mineros que contaminan y persiguen a los indígenas, les sirve para comunicarse entre ellos y evadir a las autoridades.
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En los años ’60. Sebastião Marubo se fue vivir fuera de la selva y cuando regresó, trajo otra producto de la modernidad que generaría muchos cambios para la comunidad: el bote de motor, que ayudó a que los traslados se reduzcan de semanas a días. Fue su hijo Enoque, el que se entusiasmó con Starlink, el que impulsó la llegada de esa tecnología a la comunidad. Cuando en 2022, Elon Musk viajó a Brasil para reunirse con el entonces presidente Jair Bolsonaro, anunciaron el lanzamiento del proyecto “Conectando el Amazonas”. Y ese fue el marco para que se vehiculice este «avance» que hoy parece haberse transformado en una pesadilla para la cultura del pueblo morubo.
Así como Enoque se entusiasmó con que esa tecnología llegue a su pueblo, su padre Sebastião tiene sus reparos. Es más, señaló que la potencial llegada de Internet a su comunidad ya había sido previsto hace décadas,. Fue cuando el chamán marubo más respetado tuvo visiones de un aparato manual que podría conectarse con todo el mundo. En ese momento, el sabio sostuvo que en un principio “sería para el bien del pueblo. Pero al final, no resultaría serlo”. Y fue más allá: “Al final, habría guerra”. Eso todavía no ocurrió. Aunque los cambios en su cultura y la amenaza a la supervivencia de sus costumbres y tradiciones ya se empiezan a ver. Con un «avance» propiciado por la compañía que pertenece a uno de los tres hombres más ricos del Mundo. Ni más ni menos que Elon Musk. El mismo que con su tecnología trastocó la vida de los marubo para siempre.
Publicado en cooperación con MundoNews