Por Gabriel Michi (*)
No es «Homeland». Tampoco «The Americans». Ni ninguna de las exitosas series o películas que hablan del espionaje y el contraespionaje con algunos elementos de la realidad pero con muchos más de la ficción. Sin embargo, la historia de la detención de un reconocido diplomático de Estados Unidos (nacido en Colombia) que transitó por varias Embajadas de ese país en el Mundo, no tiene nada que envidiarle a aquellos relatos.
Manuel Rocha fue encarcelado en Miami por el FBI después de haber sido acusado de actuar como una suerte de doble agente en favor de los intereses del gobierno de Cuba, uno de los principales «enemigos» declarados para EE.UU.
Sus antiguas diatribas contra las administraciones de izquierda y su permanente prédica en favor de los intereses estadounidenses, con una fuerte radicalización hacia posturas de extrema derecha, podrían ser -de esta manera- una pantalla para esconder su verdadera misión: espiar en pos de la Inteligencia cubana. La Fiscalía lo acusa de «conspirar para actuar como agente de un gobierno extranjero» y de utilizar un pasaporte obtenido mediante declaración falsa. La denuncia contra Rocha sostiene que desde 1981 apoyó y recopiló información de inteligencia, de forma secreta, para Cuba.
Si bien se desconoce mucho aún acerca de cuáles fueron las evidencias que se reunieron para llegar a esa detención, trascendió que el FBI, a través de un agente encubierto, pudo tenderle una trampa a Rocha, quien habría quedado en evidencia en cuanto a su verdadero rol. Se habla de tres reuniones celebradas durante el último año entre ambos y en las que el ahora encarcelado habría creído la mentira de que su interlocutor era un representante de la Dirección de Inteligencia, la agencia cubana de espionaje. En esos encuentros Rocha habló de trabajar en interés de esa agencia y se refirió a Estados Unidos como el “enemigo”. Así lo contó a la Justicia Michael Haley, agente especial del FBI en Miami.
En esa declaración jurada, Haley sostuvo que Rocha decía textualmente: “lo que hemos hecho es enorme” y se jactaba: “más que un jonrón”, aunque no se detallaba especificaba a qué conquista se refería. Lo que también se sabe es que los diálogos fueron en español. En ese sentido también se menciona que Rocha definía su tarea en favor de Cuba como «meticulosa» y «muy disciplinada» y, además de calificar a EE.UU. como «el enemigo», se refería a sus contactos cubanos como «compañeros».
A partir de esta revelación, la sorpresa fue enorme entre quienes lo conocieron y compartieron misiones diplomáticas con este hombre que nació en Colombia pero que se radicó en Nueva York. Es más, sus amigos, recordaron que en su juventud Rocha había abrazado el socialismo, pero que con el paso del tiempo se había vuelto un ultra conservador, con un discurso particularmente encendido contra La Habana y las autoridades cubanas. Hoy eso forma parte del desconcierto general pero también de la línea investigativa que se sigue contra él ya que se piensa que fue parte del «acting» para el que lo prepararon para no ser detectado.
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Este diplomático -que se formó en las universidades de Yale, Harvard y Georgetown- llegó a la Argentina en los últimos años del gobierno de Carlos Menem y el comienzo del de Fernando de la Rúa. En esa época (1997-2000) no había embajador de EEUU en Buenos Aires, por lo que Rocha ofició de virtual representante de ese país. Se vinculó con toda el «círculo rojo» del poder y, cuando dejó sus funciones aquí, fue despedido con todos los honores por parte del gobierno de la Alianza. Por aquellos años muchos recuerdan su particular lobby para que se desregule el sector de telecomunicaciones en Argentina y su impronta para que la industria limonera de Tucumán llegara al mercado estadounidense.
Mientras tanto, las repercusiones por la detención del «espía» menos pensado, no paran. El Departamento de Estado de EE.UU. elogió la labor de las fuerzas de seguridad para descubrir a Rocha e indicó que la investigación sigue adelante. Según el portavoz Matthew Miller, «en los próximos días, semanas y meses trabajaremos con nuestros socios de la comunidad de Inteligencia para evaluar todas las implicaciones a largo plazo para la seguridad nacional de este asunto».
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El fiscal general adjunto de la División de Seguridad Nacional del Departamento de Justicia, Matthew G. Olsen, fue más allá: «Durante décadas, Rocha supuestamente trabajó como agente encubierto para Cuba y abusó de su posición de confianza en el gobierno de Estados Unidos para promover los intereses de una potencia extranjera».
Mientras en el FBI están convencidos del vínculo entre Rocha y el gobierno cubano. Pese a que se mostraba como uno de los hombres más activos en defender los intereses del Departamento de Estado en América Latina.
En ese aspecto una de las polémicas que vuelve a la memoria de todos es aquella que protagonizó Rocha cuando dejó la Argentina y se fue de embajador a Bolivia. Allí tuvo una activa participación en las elecciones del 2002 para evitar el triunfo de Evo Morales. No sólo reclamó públicamente a la población que no vote por el líder cocalero sino que hasta amenazó con quitar la ayuda militar.
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Durante su carrera como diplomático, Rocha fue Primer Secretario de la Embajada de EE.UU. en Ciudad de México (1989-1991), Jefe de Misión Adjunto en la Embajada de EE.UU. en Santo Domingo en República Dominicana (1991-1994), empleado del Departamento de Estado y Director de Asuntos Interamericanos en el Consejo de Seguridad Nacional de EE. UU (1994-1995), oficial principal adjunto de la Sección de Intereses de los EE.UU. en La Habana (1995-1997), Jefe de Misión Adjunto en la Embajada de EE.UU. en Buenos Aires, Argentina (1997-2000) y Embajador de EE.UU. en Bolivia (2000-2002).
Según sospecha la Fiscalía, cuando finalizó su carrera diplomática en el Departamento de Estado, Rocha participó en otros actos destinados a apoyar a los servicios de Inteligencia de Cuba. Desde 2006 hasta 2012, aproximadamente, fue asesor del Comandante del Mando Sur de Estados Unidos, un mando conjunto de las fuerzas armadas estadounidenses cuya área de responsabilidad incluye Cuba.
De acuerdo a los investigadores, Rocha utilizó esos lugares no sólo para conseguir información clasificada sino también para jugar en favor de los intereses cubanos. De acuerdo a los fiscales, para ello Rocha «obtuvo empleo en el Departamento de Estado de Estados Unidos entre 1981 y 2002, en puestos que le proporcionaron acceso a información no pública, incluida información clasificada, y la capacidad de influir en la política exterior de Estados Unidos (EE. UU.)».
Luego de dejar su extensa carrera diplomática Rocha se transformó en una suerte de lobbista de lujo de varias empresas multinacionales. Así, por ejemplo, defendió los intereses de compañías (como Barrick Gold) con minas de oro en República Dominicana u otras dedicadas a la explotación de carbón en Pensilvania. En este caso fue en XCoal, un exportador de ese mineral. También ocupó altos cargos en Clover Leaf Capital, una empresa creada para facilitar fusiones en la industria del cannabis; el bufete de abogados Foley & Lardner y las firmas españolas de relaciones públicas Llorente & Cuenca.
Pero ahora todo ese glamour y poder parecen diluirse. Con un ex embajador tras las rejas. Acusado de doble agente y de engañar a todos -en especial a su gobierno- en favor de sus «enemigos». En una novela de espionaje y contraespionaje. Una novela que está muy lejos de la ficción y que cuenta la historia del «espía» menos pensado.
(*) Editor de Política de Newsweek Argentina y director de MundoNews
Publicado en cooperación con MundoNews