La victoria geopolítica de Vladimir Putin y el regreso de Donald Trump al poder en los EEUU asestaron un duro golpe a las potencias occidentales del Viejo Continente. Ahora deberán afrontar con sus propios recursos una posible guerra contra Rusia y sus aliados.
Por Alfredo Casado
¿Qué le ocurrió a Europa Occidental? ¿Cómo fue que sus cerebros políticos y sus servicios de inteligencia no advirtieron lo que sobrevendría tras el triunfo de Donald Trump? Quizás pensaron en los episodios de 1938 y 1939, cuando Francia e Inglaterra fueron titubeantes ante la exposición de poder nazi. Quién lo sabe y quién querrá admitir el error de cálculo. Ni la tradicional pertinacia británica ni la habitual desconfianza de los galos captaron que el presidente estadounidense procuraría una suerte de nueva división mundial donde el rol de Europa quede por debajo de las expectativas de influencias de Rusia y China.
Es que el magnate que ocupa la Casa Blanca impone una marcada hoja de ruta sobre la cual pretende transitar acuerdos o luchas no balísticas con las máximas potencias del cuadro oriental, con el fin de evitar una colisión global termonuclear. No significa que las estrategias por los intereses de poder desaparezcan: lo que busca es determinar que las nuevas “guerras” no lleguen al extremo del arma terminal y que las incursiones o apoyos de Washington dejen de significar miles de millones de dólares de los impuestos ciudadanos.
Europa Occidental no alcanzó a vislumbrar la intensidad, virulencia y velocidad de los cambios a pesar de las claras señales. Envueltos en los temores de la pata rusa sobre Ucrania, que creen se puede extender sobre toda la región, hicieron memoria histórica sobre aquellos hechos de la pre Segunda Guerra Mundial y el temor se transformó en pánico.
Mucho más cuando sobreactuaron de manera casi indigna el fantasma de Moscú desde el 24 de febrero de 2022 y hasta festejaron el impedimento del uso de la bandera rusa en acontecimientos deportivos y culturales. Eran los tiempos en que el demócrata Joe Biden se pavoneaba en defensa de Kiev y Volodímir Zelenski era una suerte de nuevo prócer de las libertades democráticas frente al oso opresor que los podía invadir con sus tanques y misiles. Por si fuera poco, Vladimir Putin no perdió ni pierde oportunidad de autoalabar la fenomenal potencia de su tremendo arsenal nuclear capaz de barrer las capitales europeas occidentalitas en minutos.
Tras los nuevos y preocupantes aires que soplan del otro lado del Atlántico y con el ex jefe de la KGB con poder absoluto en el Kremlin, alguien recordó que más de 60 años atrás, en plena Guerra Fría, el general Charles De Gaulle anticipó un escenario en que los entonces soviéticos y los norteamericanos podrían llegar algún tipo de acuerdo dejando desairada, inerte e inferior a las potencias de Europa.

Zelenski, Macron y Trump (Foto: NA)
Desde 1960, Francia apresuró la creación de su alternativa atómica: Force de Frappe (“fuerza de choque”). El arma nuclear propia era la respuesta a la pregunta que el héroe de la Segunda Guerra se planteaba: “¿Qué pasaría si en un futuro las dos potencias nucleares decidieran dividirse el mundo?”. Ya estaba dividido para entonces, solo que el club atómico que iba a predominar contaría con un segundo jugador dentro del bando oriental que ya asomaba con sus primeros ingenios: la China de Mao. Los conceptos de “Equilibrio del terror” y “Coexistencia pacífica” comenzaban a ser comunes. Se sumaba uno muy aplicable en esos terrenos exclusivos del poder atómico: “Capacidad de disuasión”.
LA SOMBRA NUCLEAR
Hoy en día Paris recupera de sus bibliotecas estratégicas y tácticas aquellos conceptos. Y trata de convencer al resto de que el camino es la disuasión. La Unión Europea sigue en parte esa senda y promueve un fenomenal aumento en sus gastos de defensa, que significará enormes erogaciones e inversión en fábricas de armas, dispositivos ultramodernos y escudos defensivos. Los valores alcanzan los 800.000 millones de euros, aunque Alemania planea un reame propio que llega a los 500.000 millones de euros, con el apoyo de demócratas, socialistas y verdes.
Las imágenes y los simulacros de comportamiento ante hipotéticos bombardeos radiactivos ensombrecen el carácter de ciudadanos acostumbrados, por lo general, a las bondades del Estado de bienestar, quienes tenían a las guerras como un pasado propio de sus abuelos, con la salvedad del crudo período del conflicto en los Balcanes.
Para muchos, los conceptos de De Gaulle tienen plena vigencia, como si el general patriota francés hubiera sido un clarividente. Alemania no está tan convencida de generar una suerte de “OTAN blue” dentro de la OTAN. De todas formas, la capacidad disuasiva nuclear de la Unión Europea se limita a las 300 ojivas francesas que se lanzan en su mayoría desde submarinos. De acordar, se podrían sumar unas 250 ojivas británicas, aunque aquí existe una diferencia. Gran Bretaña depende en gran medida de la industria bélica de EEUU. En cambio, Francia dispone de su fuerza nuclear autónoma y soberana.
Esos dispositivos deberían enfrentar a una potencia sideral conformada por las más de 5.000 cabezas rusas. Es desigual, pero el concepto de disuasión es convencer al otro que, aunque se pueda ser muy inferior, con solo algunos proyectiles termonucleares que impacten en territorio enemigo el desastre sería casi total.
¿CÓMO QUEDA LA RELACIÓN?
Echadas las cartas, Europa no cree que EEUU la abandone a su suerte. De hecho, hay decenas de bases y muchas armas atómicas norteamericanas estacionadas en algunos países europeos, pero es Trump quien quiere romper los esquemas tradicionales. Si bien Alemania es cauta, no desecha ponerse bajo el paraguas protector de Francia e Inglaterra. El concepto de unidad deberá ser aún mayor y las fábricas de pertrechos de unos y otros países compartirán como nunca sus capacidades. El proceso de rearme se supone deberá ser veloz, horizontal y sin las habituales rivalidades y mezquindades que aún persisten en el bloque.
La prioridad serán las industrias propias y las ucranianas (o de países apuntados por Moscú). El flamante “Libro Blanco” (800.000 millones de euros en el gasto en defensa) que presentaron hace unos días las potencias europeas busca mitigar la amenaza rusa y reparar el desinterés norteamericano. De todas formas, algunos pensadores creen que el renovado concepto de autonomía militar europea implica un retroceso o involución histórico-política que corre detrás de procesos autoritarios, belicistas e imperiales.
Un nuevo mundo global se avecina. A pesar de la intervención de Trump, la guerra ruso-ucraniana prosigue. Putin gana tiempo, terreno y pone condiciones. Por su parte, Ucrania es una suerte de partenaire con el consuelo del esfuerzo de guerra de la OTAN europea. El célebre general De Gaulle y su “Force de Frappe” son una fuente de inspiración que puede tener una razón de ser aplicable al nuevo siglo. Sin embargo, solo se comprobará una vez que concluya el conflicto del Este.
Será entonces cuando veremos si Rusia es el enemigo eterno que justifique el rearme. O, en cambio, se diluye su sombra sobre Europa dejando detrás suyo un gasto sideral que recaerá, no solo sobre la economía de los ciudadanos, sino también sobre la mentalidad democrática de muchos que –embelesados por las retoricas ultras– hace casi noventa años hundieron al continente en su peor desgracia. El tiempo, no muy lejano, dilucidará la cuestión, como siempre.