Una historia de The Wall Street Journal publicada este domingo conmocionó al mundo entero: cuando las tropas rusas invadieron Ucrania, en marzo, un hospital de Jersón logró evitar que lo tomaran inventando un falso caso de COVID-19.
De acuerdo al relato, los médicos del hospital Tropinka, de la región invadida, luego anexada por Rusia y recientemente recuperada, les dijeron a los invasores que en el lugar se registraba un brote de coronavirus. Inclusive, su director, Leonid Remiga, ordenó a sus profesionales y colegas usar trajes protectores y llevar las paredes de carteles con advertencias. Además, advirtió a los soldados rusos sobre el peligro que significaba ingresar al nosocomio.
La treta surtió efecto, y las tropas rusas no ingresaron al lugar. “Nuestro hospital no podía convertirse en un hospital ruso”, aseguró Remiga, de acuerdo al diario ucraniano Ukrainska Pravda y la agencia italiana ANSA.
Funcionó durante un mes, y luego los soldados comenzaron a sospechar. Despidieron al director, cuya esposa e hijos ya se habían marchado de la ciudad, y designaron en su lugar a jefa de enfermeras, Larisa Maleta, quien intentó continuar con la línea de su antecesor, entorpeciendo las operaciones rusas. Pero la sustituta se fue de Jersón en agosto y cedió el puesto a la cardióloga Iryna Sviridova, quien sí colaboró con los rusos y despidió a los médicos ucranianos.
Cuando ya se había anticipado que la retirada rusa de la ciudad era inminente, los soldados intentaron saquear el hospital, pero los empleados se llevaron las computadoras y otros equipos a sus casas para salvarlos.
Finalmente, cuentan, los rusos se retiraron, las fuerzas ucranianas retomaron la ciudad y la bandera de ese país volvió a flamear en la institución el 11 de noviembre, mientras intenta recuperar cierta normalidad, en medio de la guerra y de cara a un crudo invierno.
