Las cuartas elecciones en dos años que Israel celebrará el próximo martes serán, otra vez, un referéndum sobre el primer ministro Benjamin «Bibi» Netanyahu, un polémico pero sagaz político con la manga repleta de ases que está en el poder desde 2009.
El veterano líder, defensor de la ocupación de Palestina, llega debilitado a los comicios pero espera sacar provecho de la campaña de vacunación contra el coronavirus más rápida del mundo y de recientes pactos para normalizar relaciones con países árabes.
Asediado sin embargo por un juicio por corrupción que podría obligarlo a renunciar, las elecciones desataron ambiciones de arrebatarle el liderazgo del sector nacionalista de derecha, que ha gobernado en Israel la mayor parte de las últimas dos décadas.
Los sondeos muestran que, como es regla en Israel, ningún partido logrará controlar el Parlamento y formar Gobierno sin aliarse a otros, lo que da pie al habitual frenesí aritmético y sinfín de especulaciones, incluida la de tener que ir a otra elección.
Sea cual fuere el resultado, la paridad extrema entre los bloques declaradamente pro y anti Netanyahu indica que la continuidad en el cargo del «rey Bibi», de 71 años, dependerá del único partido importante que aún no dijo si lo quiere reelecto o no.
La cantidad de escenarios poselectorales posibles vuelve a mostrar un sistema político cada vez más inestable por su diversidad de partidos e ideologías, agravado por un creciente personalismo que desdibuja el carácter parlamentario de la forma de gobierno.
«Netanyahu tiene una ventaja obvia sobre todos los demás políticos israelíes: es el que mayor popularidad posee«, dijo el analista argentino-israelí Mario Sznajder, profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
«Pese al desgaste, tiene una buena probabilidad de ser elegido como líder del bloque que logre formar el próximo Gobierno. Pero va a ser muy difícil, y existe una probabilidad no pequeña de que se vaya a una quinta elección», agregó.
La principal amenaza al premier viene esta vez de dos aspirantes al cargo de su propio sector de derecha: Naftali Bennett, líder del partido religioso Yamina, y Gideon Saar, un exmiembro del partido Likud de Netanyahu que fundó el partido laico Nueva Esperanza.
Ambos tienen chances teóricas, aliados con otras fuerzas, de alcanzar los 61 escaños que hacen mayoría en el Parlamento israelí. Los sondeos atribuyen entre 10 y 12 bancas a cada uno de sus partidos, y entre 28 y 30 al Likud, que hasta ahora tenía 36.
El segundo partido en intención de voto es Yesh Atid, del líder Yair Lapid, que representa a la clase media laica y es de «centro», que en la política israelí quiere decir proclive a atender las exigencias palestinas del fin de la ocupación, al contrario que «derecha».
La «izquierda» está mayormente formada por los partidos que representan a ese 20% de población israelí de origen palestino, pero a estas elecciones llega muy dividida y débil.
Tanto Saar como Lapid, cuyo partido sacaría unas 20 bancas, descartan entrar en una coalición con Netanyahu.
Bennett no se pronunció, lo que lo hace el hombre clave, quien con sus 10 a 12 bancas podría inclinar la balanza hacia el bloque pro o anti «Bibi», aliado con Saar y Lapid.
Bennett fue ministro de Netanyahu, pero éste lo echó en 2019.
«Es posible que Saar o Bennett sean primer ministro. Pero no es seguro», dijo el profesor argentino Arie Kacowicz, también de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Sería preciso «que los partidos pequeños de centro y de izquierda sobrevivan al umbral del 4% (de los votos necesario para entrar al Parlamento) y que estén dispuestos a apoyar a una coalición de Gobierno que incluya a partidos de derecha», agregó.
«Lapid ingresará sin ningún problema a una coalición con Bennett y Saar. En dicho caso, habrá probablemente un sistema de rotación en el cual dos de estos tres políticos serán primer ministro dos años» cada uno de los cuatro que dura una Legislatura, explicó.
En pleno auge de la derecha en Israel, se asume que el líder de un partido de derecha tiene muchas más chances de formar Gobierno que uno de centro, como Lapid.
La llegada de Saar o Bennett al poder marcaría la primera vez en casi 45 años que Israel tiene un primer ministro de derecha que no es, también, líder del Likud.
Eso podría ser una buena noticia para los israelíes que ven a Netanyahu como corrupto y sinuoso; pero también mala, si, además, desean resolver el conflicto con los palestinos y permitirles crear su Estado tras más de medio siglo de ocupación.
Bennett apoya la anexión de los territorios ocupados a los palestinos en Cisjordania.
Saar rechaza el Estado palestino y apoya la anexión de Cisjordania, pero dice estar dispuesto a suspender su aplicación para respetar la promesa de Netanyahu al firmar acuerdos de normalización con Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, Marruecos y Sudán.
Los acuerdos son uno de los logros más esgrimidos por Netanyahu en la campaña, junto al de la vacunación contra la Covid-19.
Sznajder dijo que el manejo inicial de Netanyahu de la pandemia fue «caótico» y Kacowicz que fue «pésimo», pero ambos coinciden en que la vacunación ha sido «muy exitosa».
«En la calle, si se habla de la elección, lo único que se oye es si uno está a favor de Bibi o en contra de Bibi», dijo Sznajder.
«Si el sistema electoral israelí ha virado hacia el personalismo, entonces está claro que, para Netanyahu, el proceso de vacunación, que ya alcanza a cinco millones de vacunados sobre una población de nueve millones, y que se acompaña de señales de que la epidemia está retrocediendo, va a funcionar como una gran ventaja», afirmó.